Por: Guadalupe Yaujar Díaz
Fundada en 1876, la necrópolis Cristóbal Colón, Monumento Nacional de Cuba y única dedicada a la figura del célebre almirante genovés, posee un valioso patrimonio arquitectónico.
Este camposanto de La Habana es uno de los más famosos y el mayor en su categoría en América. Entre sus atractivos, atesora el monumento funerario construido para Catalina Lasa, protagonista de una escandalosa historia de amor con Juan Pedro Baró, que estremeció a la alta sociedad en la primera década del siglo XX.
Catalina y Juan Pedro se conocieron en una de las fiestas a que ella asistía, precisamente acompañada de su marido. Nació entre ellos un incontenible amor que traspasó las barreras legales y sociales.
Acusada de bigamia y con una demanda judicial, ella huyó del país para vivir con su amante. Recorrieron Europa disfrazados y con nombres cambiados. No pararon hasta visitar al Papa Benedicto XV, quien anuló el matrimonio anterior de Catalina. El presidente Mario García Menocal aprobó en 1918 la Ley de Divorcio en Cuba; ese mismo año, se registró la separación oficial entre Catalina y Luis Estévez.
Solo así, Catalina y Baró fueron admitidos en los salones de la rancia aristocracia.
La nueva residencia de Catalina
Durante los 10 años posteriores, tratando de hacer feliz a su esposa, Baró encargó edificar un palacete en la avenida Paseo, entre las calles 17 y 19, en El Vedado, edificación inaugurada en 1926. Desde hace años, allí radica la Casa de Amistad, perteneciente al Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos.
l.a mansión de estilo art-decó, obra de los célebres arquitectos Evelio Govantes y Félix Cabarrocas, fue calificada como la más bella de La Habana.
En los jardines de la lujosa residencia, el rico hacendado criollo ordenó sembrar una variedad de rosa única, llamada Catalina Lasa, lograda de un injerto realizado por expertos floricultores.
Aquella relación, nacida fuera de convencionalismos, pareció estar maldecida desde su aparición a la luz pública, y cuentan que fue objeto de malos augurios.
Poco duró la felicidad de la desafiante pareja. Al mudarse a la residencia, la salud de Catalina se deterioró. Baró se la llevó a Francia, donde falleció en 1930.
Un mausoleo de amor eterno
Si en vida le regaló la mansión más bella de la capital cubana, no quiso que en muerte tuviera menos. Su mausoleo, emplazado en la avenida central de la necrópolis Cristóbal Colón, es un acto de desafío.
Muchas han sido las especulaciones sobre la causa del deceso; sin embargo, el certificado de defunción de Catalina, archivado en añejas documentaciones del camposanto, refiere una intoxicación por ingesta de pescado.
Su cadáver, sometido a embalsamamiento, fue trasladado a Cuba y colocado en bóveda provisional en la necrópolis habanera, mientras le erigía, a un costo de más de medio millón de pesos oro, el panteón que albergaría para siempre sus restos mortales.
Resguardados quedaron en elegante capilla del cementerio, construida en mármol blanco, con puertas de ónix o de granito negro. Según el historiador Antonio Medina, especialista en monumentos fúnebres de la necrópolis, se trató en realidad de un bastidor corredizo de bronce grumoso, recubierto de fino cristal negro, trabajado en relieve por René Lalique y traído de Francia para la decoración de la tumba (Lalique fabricaba ya entonces un cristal llamado Claro de Luna, con textura lechosa de gran belleza, cuya fórmula nunca reveló).
La puerta tiene grabada en su mitad superior una cruz que se dice fue pedida por Catalina para que custodiara su última morada. La cruz está orlada por cenefa de rosas e irradia de sí muchos rayos, los cuales van a derramarse en la mitad inferior sobre los cuerpos de dos querubines arrodillados. Estos ángeles muestran un cierto matiz egipcio. Con su única mano bendicen hacia el suelo una columna vertical de rosas encadenadas. El ábside de la capilla es una media cúpula en forma de vaina decorada con cristales de Lalique, cada uno con una rosa amarilla tipo Catalina Lasa sobre fondo púrpura que, al ser traspasada por los rayos del sol, proyectaba la imagen colorida de la flor sobre las lápidas en el interior.
Hay numerosas leyendas en torno a la capilla. Cuentan que, junto a la tumba de Catalina, su esposo colocó un ramo de esas rosas confeccionado con piedras preciosas, y que a determinada hora del día los rayos de sol traspasan cristales e iluminan de modo peculiar la tumba.
Estos mitos se han visto reforzados por la circunstancia de que no se puede acceder a su interior, pues, por deseo expreso de Baró -que también fue enterrado en esta capilla 10 años después de enviudar-, ambas tumbas fueron clausuradas con losas de hormigón fundido in situ para evitar fueran profanadas; la puerta fue igualmente clausurada.
Con la muerte de Catalina, su amado no quiso habitar más la casa ni venderla. Se dice que se hizo enterrar de pie, para velar eternamente a su amada.
La leyenda de estos amores asegura que por deseo de su marido, el cuerpo embalsamado de Catalina fue enterrado con todas sus joyas, como si fuera una momia egipcia.
Tomado de varias fuentes