Por Roberto Jesús Hernández
¿Serán suficientes más de tres siglos de Historia, un valioso patrimonio, la armonía de la arquitectura con la naturaleza y otros conocidos atributos para reconocer a la ciudad de Matanzas como Paisaje Cultural?
El que parece ser un momento decisivo para la reanimación de la urbe neoclásica de Cuba, ya a las puertas de sus 325 años, convida a buscar nuevas y mejores maneras de preservarla y reconocer en la medida justa sus valores.
Aunque no demasiado reciente el término Paisaje Cultural resulta todavía desconocido para muchos, como categoría definida por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Según la UNESCO, los Paisajes Culturales evidencian la obra combinada de la naturaleza y el hombre, y toda la variedad de procesos y manifestaciones asociadas a esa interacción, una definición aplicable, amén del debate especializado, a varios escenarios de Cuba.
En la Isla, solo el Valle de Viñales, Patrimonio Cultural de la Humanidad, ostenta la categoría de Paisaje Cultural, a tono con sus valores paisajísticos, biológicos, geológicos, paleontológicos y culturales.
Si bien no figura en ninguna lista de la UNESCO, la vocación paisajística de Matanzas es célebre, con su Centro Histórico, Monumento Nacional, perfilado por los ríos San Juan y Yumurí, y constituye uno de los atractivos para incentivar el turismo en la urbe entre los polos de La Habana y Varadero.
No parece un desatino considerar a la Atenas de Cuba un verdadero Paisaje Cultural con su devenir marcado por la proximidad a la amplia bahía de Guanima, el fértil valle del Yumurí, y cavernas tan famosas como la de Bellamar, con formaciones únicas en el mundo.
La propia fundación de Matanzas, primera ciudad creada en la Isla por interés explícito de la Corona española, y exponente del urbanismo de nuevo cuño preconizado por las Leyes de Población dictadas por Felipe II, aporta un ejemplo elocuente de la evolución del asentamiento humano adaptado al medio.
No obstante, quienes aman la ciudad no necesitan otras motivaciones para ello que el porte de las suaves colinas asomadas al mar, y edificios icónicos como el teatro Sauto, el Cuartel de Bomberos y la farmacia Triolet, esta última considerada la botica francesa mejor conservada del siglo XIX.
Tal vez los aires de transformación que hoy soplan en la urbe cubana de los puentes centenarios implique, en el futuro no lejano, colocarla por derecho entre los sitios del mundo donde la actividad del hombre y la naturaleza, lejos de oponerse, se hermanan para ofrecer belleza.
(Tomado de la ACN)