Por: Yuris Nórido
Hasta hace poco uno de los cuadros del Museo Nacional de Bellas Artes era atribuido al pintor francés Juan Bautista Vermay. Pero una investigación reciente confirmó las dudas sobre la autoría.
Esta historia comienza a principios del siglo XIX, cuando el pintor, escultor, escenógrafo y poeta francés Juan Bautista Vermay se instaló en La Habana, procedente del viejo continente, para hacer vida y carrera en la isla.
No se trataba de un artista menor, como algunos podrían pensar: llegó a ser nombrado Pintor de Cámara de Fernando VII, por Real Orden de 1826; y por sus merecimientos fue designado en 1818 como el primer director de la Academia Gratuita de Pintura y Dibujo de La Habana, la actual Academia de San Alejandro.
Al frente de la institución (enfrentando alguna que otra conspiración para quitarle protagonismo) estuvo hasta 1833, cuando murió, víctima de la gran epidemia de cólera de ese año.
Su fallecimiento privó a la isla de uno de sus principales maestros de arte. Al conocer de su muerte, el gran poeta José María Heredia envió desde México unos versos que reconocían el legado del pintor francés: "…sembrado en nuestro suelo/ dejó de su arte el germen poderoso”.
Sabias palabras, porque de la creación de Vermay en Cuba quedó sobre todo su labor pedagógica, o sea, su germen: se conservan poquísimas obras suyas: las pinturas de El Templete; el retrato de un hombre en el Museo Nacional de Bellas Artes (BNBA); un San Juan Bautista, pintado en 1829, perteneciente al Museo Provincial de Matanzas… y no mucho más.
Ahora, de hecho, se sabe que eran menos, porque una de las más populares de sus supuestas pinturas, exhibida también en la sala de arte colonial de Bellas Artes, resulta que en realidad no fue obra suya. No se sabe a ciencia cierta quién pintó el retrato de La familia Manrique de Lara; pero ya hay certeza de que no fue Vermay.
Alguien bromeaba recientemente en un coloquio organizado en Bellas Artes: Es el mejor regalo que se le puede hacer al reconocido pintor». Y, ciertamente, la obra en cuestión no parece realizada por alguien que tuviera claro dominio de la técnica… ni conocimiento de la anatomía humana.
LAS DUDAS, LA CONFIRMACIÓN
Siempre hubo dudas sobre la autoría de esta pieza —afirma Boris Morejón de Vega, jefe del departamento de Restauración del MNBA y que acaba de presentar los resultados de una investigación en su tesis de doctorado—; era evidente que algo no cuadraba al comparar esta con otras obras de Vermay.
Justo al lado de la pieza está el Retrato de un hombre, pintado por Vermay en 1819, y las diferencias son notables. El que retrató a ese hombre era un pintor que tenía formación, que tenía una técnica consolidada… el que retrató a la familia, obviamente no.
Lo que sucede es que en 1940, cuando se dio a conocer públicamente la autoría de Vermay en el retrato de La familia Manrique de Lara, no se contaba con obras auténticas del pintor que posibilitaran la comparación. En ese momento, las únicas obras de referencia eran los lienzos de El Templete, ya tan deteriorados e intervenidos que no eran exponentes precisos de su método pictórico.
Las pocas obras, pintadas y firmadas por Vermay en La Habana (es notable que el retrato de la familia no está firmado) entonces no se conocían públicamente, pues pertenecían a colecciones privadas.
Para esta investigación las estudiamos, y los resultados de esos análisis son incuestionables. Las diferencias observadas en los métodos de ejecución alejan explícitamente al retrato familiar de la producción pictórica de este autor.
El pintor y crítico de arte Jorge Rigol ya había expresado dudas en 1983, al comparar la obra con el Retrato de hombre que comenzó a exhibirse en el MNBA unos años antes. Esas dudas motivaron la revisión de la autoría, y desde 2001 el cuadro comenzó a ser exhibido como «atribuido a Vermay».
Las actuales investigaciones incluyeron análisis radiográficos, químicos y estudios detallados del dibujo y la estructura, así como las constantes del estilo neoclásico, que contaron la colaboración de prestigiosos especialistas e instituciones.
La persona que visite ahora la sala de pintura colonial de nuestro Museo podrá leer en la ficha del retrato: Anónimo del siglo XIX —concluye Morejón de Vega.
PERO LA VALE LA PENA VER EL RETRATO…
Una cosa no quita la otra, el retrato «desatribuido» tiene valores que ameritan su exhibición en el MNBA.
Es una de las obras más populares del Museo, no solo por su tamaño, sino por la empatía que establece con los espectadores, la información que ofrece sobre una época y varios elementos que de inmediato llaman la atención, como la famosa cotorrita—comenta Delia María López Campistrous, especialista a cargo de la colección Cambio de siglo de la institución.
Vamos a mantenerla en su lugar porque tiene valores culturales y artísticos indudables. Y además, para nadie es un secreto que se trata de una de las piezas más emblemáticas de la colección.
Esta historia concluye en una sala del Museo Nacional de Bellas Artes… o quizás mejor sería decir que no concluye, una visita a la muestra permanente pusiera ser un nuevo comienzo.
(Tomado de Cubasi)