Por: Guadalupe Yaujar Díaz
Rita Aurelia Montaner Facenda o simplemente Rita Montaner, nombre artístico, nació en el habanero municipio de Guanabacoa el 20 de agosto de 1900. Fue una de las más grandes artistas cubanas del teatro, la radio, el cine y la televisión.
Hija de un distinguido médico de la villa, pronto la niña estudió piano en el Conservatorio Peyrellade y realizó estudios de canto con el maestro Pablo Morales.
De voz bien timbrada, de soprano, cantaba a capela sin previa entonación, su gusto por hacerlo en el ámbito familiar de su casa devinieron su primer escenario, aunque quiso ser siempre “visible” y lo fue.
En 1917, se graduó de piano, canto y armonía, realizó conciertos con fines benéficos y desde entonces, ligada a prestigiosos artistas y músicos nacionales y de Estados Unidos, Europa y América, dio a conocer su arte.
No había nada que se propusiera que no acabara obteniendo a su manera. Grabó para la Columbia, cantó en la transmisión inaugural de la radio en Cuba, estrenó el Mamá Inés en la revista Niña Rita, se fue a París, triunfó sustituyendo a la célebre Raquel Meller en esa capital, convirtiéndose en embajadora de lo cubano.
Rita cantó con Al Jolson y alternó con María Luisa Landín, Libertad Lamarque, Pedro Vargas entre otros grandes del pentagrama internacional. Se movió en lo lírico y en lo popular y se hizo aplaudir en el cine. Muy gustado fue en la radio su personaje de “lengua lisa” con el cual denunció a los corruptos del gobierno y sus bromas picantes tocaban la llaga de la realidad nacional.
La televisión la tuvo como una de sus figuras principales al tiempo que los registros sonoros y su aparición en filmes, generalmente coproducciones cubano-mexicanas, dan fe de la autenticidad de una mulata llena de gracia, controvertida y de lengua suelta pero criolla.
Deslumbró a los auditorios que solo concebían a la vedette envuelta en plumas o como bailarina exótica, imitó a Josephine Baker desde los años 20, ella, a quien le gustaba muy poco ser imitada.
Rita Montaner en los dominios de lo afrocubano resulta insuperable», escribió Alejo Carpentier, quien siguió sus éxitos, en una crónica fechada en París, en 1929. “Nos grita, a voz abierta, con un formidable sentido del ritmo, canciones arrabaleras, escritas por un Simons o un Grenet, que saben, según los casos, a patio de solar, batey de ingenio, puesto de chinos, fiesta ñáñiga y pirulí premiado. ¡Cuando se ven las cosas desde el extranjero, se comprende más que nunca el valor de ese tesoro popular!, resaltó el escritor.
Rita fue única. Tanto en París como en Nueva York, en México o en Buenos Aires, puso muy alto «el corazón prieto y apretado de la Isla».
Le llamaron «Rita de Cuba» y ya en 1942 hacía rato que era conocida por el calificativo de “La Única». Rita de Cuba, Rita la Única. “No hay tan adecuado modo de llamarla, si ello se quiere hacer con justicia -escribió Nicolás Guillén. De Cuba, porque su arte expresa hasta el hondón humano lo verdaderamente nuestro. La Única, pues solo ella, y nadie más, ha hecho del “solar” habanero, de la calle cubana, una categoría universal”.
Para el compositor cubano Ernesto Lecuona ella fue «el arte en forma de mujer»; sus cualidades vocales eran excepcionales y fue además una pianista de línea. «Anunciarla era tener el teatro lleno por anticipado».
Mientras, el escritor Miguel Barnet la valoró: “Como la ola trabaja en el arrecife, así pule la expresión nacional, con una gesticulación propia y una forma de cantar”.
Supo además adaptar su voz a las estampas costumbristas cuando ya el repertorio lírico se le hizo demasiado arduo.
En 1955 logró poner a La Habana a sus pies nuevamente cuando interpretó Madame Flora la ópera La Médium , de Gian Carlo Menotti, en la sala Hubert de Blanck y en la cima de su trayectoria el cáncer le gana la batalla y tres años despúes su voz se apagó para siempre.
Falleció el 17 de abril de 1958 y una ola de dolor recorrió el país. La televisión nacional le rindió un homenaje sin precedentes.