Por: Guadalupe Yaujar Díaz
El próximo 12 de noviembre Camagüey cumple 201 años de su declaratoria como Ciudad, ese mismo día de 1817 el Rey de España Fernando VII, le concedió el título y el uso del escudo de armas, al considerar la cantidad de habitantes y su importancia económica.
Tal era la imagen que ostentaba la sólida economía y prosperidad de la población de la otrora villa de Santa María del Puerto de Príncipe fundada, según la tradición el dos de febrero de 1514.
La ganadería, la agricultura, el auge azucarero con las instalaciones de los trapiches y la alfarería devinieron creciente desarrollo de la manufactura industrial. En tanto las construcciones militares, religiosas, gobernativas y domésticas signaban la huella de la riqueza.
Más de medio siglo despúes su centro histórico, Patrimonio Cultural de la Humanidad, destaca en la isla por el edificado, donde proliferan los estilos arquitectónicos, y su patrimonio cultural forjado en el sitio donde se escribió la primera obra literaria cubana, El Espejo de Paciencia.
No por gusto entre atractivos de esta ciudad del oriente del país llama la atención, de los que en ella nacieron y de quienes la visitan, el buen estado de conservación de una arquitectura colonial que convive en armonía con las modernidades contemporáneas.
En esta añeja ciudad, que vive intensamente su actualidad, todas las acciones ciudadanas están encaminadas a encontrar la coherencia entre la dinámica del movimiento social y la protección del entorno levantado por cinco siglos de extraordinarios valores.
Y es que la llamada “Ciudad de los Tinajones” nos atrapa por la singularidad del irregular urbanismo de sus manzanas y calles adoquinadas, rematadas con plazas y plazuelas, lo cual hace de esa parte histórica y elemento poco común en las ciudades coloniales latinoamericanas.
Sus caprichosos callejones y pintorescos nombres le imprimen cubanidad, de ahí los populares Las Niñas, del Sacristán, Mojarrieta, Apodaca, Cuerno, Magdalena, Soledad, Correa, el de Las González, Fundición y Triana.
Esas superestrechas calles, más de 60, tras el paso se los siglos sorprenden a quienes no los conocen, mientras “el del cura” o “del silencio” que mide apenas un metro y 40 centímetros de ancho y 52 de longitud no le da cabida a un automóvil de regular tamaño.
Le sigue en lo de apretadas dimensiones el callejón de "la funda del catre" que, aunque se extiende 77 metros, sólo cuenta con una anchura de 2 metros y 20 centímetros.
No faltan en la bella ciudad un callejón símbolo de la urbe y el más pequeño, conocido como el callejón de la Miseria, hoy Tula Oms, de sólo cuatro metros de largo por dos de ancho, situado en la plaza de Bedoya.
Pero en esa amalgama de nombres resaltan la originalidad de éstos asociados a oficios, hechos o personajes relacionados con ellos como: El de la alegría, Apodaca, del Cañón, Káiser, Magdalena, Fundición, Soledad, San Juan Neponuceno, Cucaracha, La Risa y Las Niñas.
Otros curiosos denominativos resultan, el de Tío Perico, el de la Academia, de los Angeles, los Sacristanes, el del Cuerno, Cárcel y el del Templador.
Pero en ese repaso de todo lo que signan su legado histórico no pueden faltar, los simbólicos tinajones, recipientes de rojo barro, que comenzaron a fabricarse en 1600, dan especial encanto a la cultura de otrora empleados para guardar granos, vinos, aceites y otros líquidos.
Otro toque que realza a Camagüey constituye los adoquines que pavimentan las principales calles de la ciudad, nos transportan hacia la primera mitad del siglo XIX, cuando éstos sustituyeron polvorientas calles y plazas de las zonas céntricas de Puerto Príncipe.
Y en ese andar diario de los ciudadanos, conocidos en el mundo por su elevado sentido de pertenencia, cobra importancia el desafió de mantener impecable una urbe tejida entre la historia de las luchas independentistas por la Patria y su patrimonio.