Por Jorge Wejebe Cobo
El 7 de diciembre de 1896 el Lugarteniente General Antonio Maceo se encontraba en los potreros de Punta Brava (occidente de Cuba), en terrenos divididos por cercas de piedras y de alambres de púas, que hacían de la zona el peor campo de batalla para las cargas de caballería mambisa.
Esto facilitó a las fuerzas españolas el ataque por sorpresa al campamento cubano y el Titán de Bronce, como se le conocía, se aprestó a convertir en victoria la embestida hispana, y ordenó cortar una cerca de alambres, cuando disparos de soldados enemigos emboscados tras otra barrera de piedra, lo abatieron. Se inició así su viaje a la inmortalidad.
En aquella fatal jornada dos hechos sobresalieron a la desmoralización general: el sacrificio de Panchito Gómez Toro, hijo de Máximo Gómez y ayudante de Maceo, quien convaleciente de una herida se dirigió al lugar donde se encontraba su jefe y cayó junto a él.
Igual de destacado fue el gesto del Coronel Juan Delgado, quien bajo las descargas enemigas, pudo unir un pequeño grupo de valientes y rescató los cadáveres de ambos y los enterró en lugar seguro.
Los patriotas se sobrepusieron al duro revés y el Ejército Libertador, con el Generalísimo Máximo Gómez al frente, supo honrar la memoria del Titán de Bronce derrotando a los mejores batallones españoles con lo que se advertía la victoria final, que no obstante fue frustrada por la intervención del naciente imperialismo estadounidense.
Ese peligro había sido vislumbrado por José Martí y por el propio Antonio Maceo, caídos tempranamente en la gesta independentista.
Maceo vio la luz primera el 14 de junio de 1845 en Santiago de Cuba, y tuvo junto al resto de sus hermanos como entorno formador las agrestes estribaciones de la Sierra Maestra, en la finca familiar de Majaguabo.
Mariana Grajales, la excepcional madre, y Marcos Maceo, el padre, inculcaron a sus descendientes altos valores éticos, de amor filial, honradez acrisolada, dedicación al trabajo, valentía, solidaridad y sobre todo un profundo sentimiento anti esclavista e independentista para la Patria colonizada.
En el último año de su vida -1896-, el Titán de Bronce arribó a Mantua, en el extremo occidental de la Isla para llevar la campaña de liberación a toda la nación, al frente de la columna invasora, lo cual se consideró el hecho de armas de la centuria al atravesar una Isla estrecha y ocupada por más de 300 mil efectivos del ejército español.
Su trayectoria estuvo marcada en su cuerpo a lo largo de más de 600 combates en los que recibió 27 heridas de bala y arma blanca, pero también lo atacaron los prejuicios del racismo de la época que intentaron presentarlo solo como el fiero combatiente, y fue José Martí en fecha temprana quien salió al paso a tanta maledicencia, al decir: Tiene Maceo tanta fuerza en la mente como en el brazo.
Aquel certero juicio del Apóstol no fue un halago de ocasión, en sus palabras estaba el reconocimiento al general que con solo 32 años, en 1878, se opuso al Pacto del Zanjón, estrategia divisionista y reformista del poder colonial que aceptaron muchos jefes revolucionarios de larga trayectoria para deponer las armas, ante lo cual se alzó la intransigencia de Maceo en la Protesta de Baraguá, la página más heroica de nuestra historia, al decir también de Martí.
Su pensamiento trascendió su época y como Martí previó el peligro del incipiente imperialismo, concepción que se reflejó cuando se encontraba de visita en Cuba en 1890, y en su presencia alguien insistió en la idea de la anexión a los EE.UU. como solución a los problemas del país, a lo que contestó: “Creo, joven, aunque me parece imposible, que éste sería el único caso en el que tal vez estaría yo al lado de los españoles”.
La vocación latinoamericanista e internacionalista del Titán de Bronce estaba contenida en su propósito de que “Cuando Cuba sea independiente, solicitaré al Gobierno que se constituya, permiso para hacer la libertad de Puerto Rico, pues no me gustaría entregar la espada dejando esclava esa porción de América”, como afirmó en carta a un amigo en 1884.
Así, a más de un siglo de la caída en combate, el homenaje al Lugarteniente General se renueva cada siete de diciembre.
Desde 1989 ante el monumento que guarda sus restos y los de su ayudante Panchito Gómez Toro, en el Cacahual, y en toda la Isla se rinde homenaje también en esa fecha a la memoria de los caídos en misiones internacionalistas.
Ese histórico día, del mencionado año, con la presencia del Comandante en Jefe, culminó la Operación Tributo que retornó a la Patria los restos de más de dos mil cubanos caídos principalmente en tierras africanas, quienes al decir de Fidel combatieron al colonialismo, el racismo y el neocolonialismo, contra el cual también se alzó el machete de Maceo y la fuerza de su pensamiento en el siglo XIX.
(Tomado de la ACN)