Por Ciro Bianchi
Miles de españoles emigraron a Cuba durante los años iniciales del siglo XX. Por esa misma época llegan también a La Habana miles de campesinos empobrecidos que, al igual que los españoles, buscan aquí la forma de sobrevivir y salir adelante.
Esa avalancha da pie a una crisis habitacional en la capital cubana, lo que hace proliferar los barrios insalubres y los solares o casas de vecindad.
Se calcula que en 1904 había 2 839 de esos conventillos con unas 32 200 habitaciones que daban albergue a alrededor de 86 000 personas, cifra que no incluía a las que se alojaban en mercados como el de Colón y la Plaza del Vapor.
Uno solo de esos solares, situado en la calle Amistad, a una cuadra del Capitolio, contaba, en 1938, con 121 habitaciones. Las ocupaban otras tantas familias; unas mil personas en total. Los asentamientos marginales o villas miseria aparecieron en Cuba antes que en otros países americanos, afirma Juan de las Cuevas en su libro 500 años de construcciones en Cuba, publicado en el año 2001.
En 1926 surgió en La Habana el barrio de Las Yaguas. Lo poblaron damnificados del ciclón de octubre de ese año y debió su nombre a que en una fábrica de tabaco cercana regalaban a quien la pidiese toda la yagua con la que se envolvían los tercios de tabaco y que los menesterosos empleaban como paredes y techos de sus viviendas precarias.
Latas, cartones y pedazos de zinc se utilizaban asimismo en esas construcciones. Carecían de puertas, las divisiones interiores, si las había, eran de sacos viejos. No disponían de electricidad ni agua potable. Tampoco de servicios sanitarios.
Isla de Pinos, El Fanguito, Hacendados, Quinta Avenida, La Pelusa, La Timba, Cueva del Humo, Llega y Pon… son los nombres de algunos de esos barrios insalubres. El dictador Batista quiso eliminar aquellos que interferían con sus planes de desarrollo turístico.
Con gran alharaca y despliegue de prensa entregó unas pocas casas a sus moradores y ordenó que los barrieran con buldóceres, por lo que la mayoría de la gente quedó peor de lo que estaba.
El campo comenzaba en Belascoaín
En 1850 la urbanización de La Habana llegó a la Calzada de Galiano, con lo que el área urbanizada total alcanzó unos cuatro kilómetros cuadrados y la población fue de alrededor de 140 000 habitantes.
Ese desarrollo prosiguió de manera ininterrumpida hacia el oeste y ya en 1870 sobrepasaba la Calzada de Belascoaín, con una superficie de siete kilómetros cuadrados y unos 170 000 habitantes.
La capital estaba encerrada entonces entre el río Chávez, el mar y Belascoaín, y para un habanero definitivo como Manuel Sanguily, todo lo que quedara más allá de esa vía era, sencillamente, «el campo». Demoró en urbanizarse el espacio comprendido entre Belascoaín e Infanta.
Ocurrirá después de 1890. El barrio de Cayo Hueso, por ejemplo, se fomenta a partir del fin de la Guerra de Independencia, con tabaqueros que regresan desde Estados Unidos.
La Habana de 1902 tenía ya un cuarto de millón de habitantes. Se había extendido hacia el sur, con la barriada del Cerro, que contaba con unas pocas calles en 1863, y el Vedado, que acusaba un desarrollo incipiente hasta la calle 15.
¿Por qué La Lisa?
El origen de La Lisa hay que buscarlo en 1820 cuando a la orilla del camino de Guanajay y pasado el río Quibú se estableció un portazgo para el cobro del peaje y junto a él una taberna que se llamó Lisa, para la restauración y el hospedaje de los que viajaban hacia Vuelta Abajo, aseveran Félix Mondéjar y Lorenzo Rosado en Marianao en el recuerdo, un excelente y disfrutable libro que vio la luz en 2017 con el sello de Ediciones Boloña.
Añaden los referidos autores que se cuenta que el plato estrella del lugar era un pescado llamado lisa que acompañaban de una buena jarra de vino y que los viajeros al aproximarse a la taberna en cuestión comentaban si se detendrían o no «en la lisa», lo que hizo, por la fuerza de la costumbre, que el territorio adquiriera el nombre que ostenta.
Su verdadero avance, sin embargo, tuvo lugar con la construcción, en 1832, del puente Francisco Arango y Parreño, que facilitó el cruce del río. «El puente, la taberna, el portazgo y las visitas de los veraneantes, determinaron la urbanización de este barrio», dicen Mondéjar y Rosado.
Cinco años después el heredero de la estancia Santa Ana solicitó al Gobierno Superior Civil la autorización para parcelar una parte de sus tierras con vistas al fomento del poblado de La Lisa como un ensanche de Marianao. Obtuvo el sujeto el permiso pertinente para su proyecto de 80 manzanas y 21 calles.
Fueron familias habaneras las que adquirieron los solares en venta y construyeron las primeras casas a fin de asegurar alojamiento en las temporadas de verano. «Esa es la génesis del poblado que, en 1862, contaba con 127 habitantes», escriben los autores citados.
Pero a partir de 1875 el desarrollo de La Lisa se hace lento. La contaminación de las aguas aleja a los veraneantes y esa contingencia provoca la eliminación del portazgo. Sería bien avanzado ya el siglo XX cuando se reporta en el territorio una evolución urbanística más acelerada.
La Lisa desde sus primeros tiempos pertenecía al Partido de El Cano en la Tenencia de Gobierno de Santiago de las Vegas. Estaba, sin embargo, más cerca de Marianao, dependiente entonces del municipio de La Habana. En 1860, don Salvador Samá, marqués de Marianao, y otras prominentes figuras pidieron al Gobierno que La Lisa pasara a formar parte del Partido de Los Quemados de Marianao, a lo que se opusieron tanto el Ayuntamiento de Santiago de las Vegas como la Capitanía de El Cano y también vecinos de La Lisa.
Estos últimos cambiarían de opinión con el tiempo. Es así que el 8 de julio de 1878 tiene lugar en el teatro Concha una trascendental junta de vecinos que pide al Gobierno la creación del municipio de Marianao. A esa reunión acudió un grupo de liseños que solicitó la incorporación de La Lisa al nuevo municipio.
Las autoridades accedieron y el barrio de La Lisa quedó incluido en el término naciente, lo que obligó a su segregación de Santiago de las Vegas.
Refieren Mondéjar y Rosado en su Marianao en el recuerdo que en los años anteriores a la Guerra del 95, en la esquina de Real —Ave. 51— y Santa Brígida —calle 156— se construyó el hotel La Lisa, que los adinerados convertirían en el sitio preferido para sus vacaciones.
Un incendio redujo a cenizas ese hotel en 1912. Con el paso de los años sería muy conocido el llamado Casino de La Lisa. Antes, en 1893, se inauguró en ese barrio una plaza de toros y hubo, en 1895, en El Palenque, un hospital del ejército español. Un hospital cubano funcionaría en la finca La Ofelia al concluir la Guerra de Independencia.
Creció La Lisa con la parcelación, en 1914, del reparto Torrecillas y se acometieron lujosas urbanizaciones en Barandilla y La Coronela. Se edificó la bella ermita de Santa Elena, de estilo neoclásico, y funcionó el cabaré San Souci, uno de los centros nocturnos más suntuosos del país antes de 1959, cuya historia se opaca o minimiza.
Escriben los autores de Marianao en el recuerdo:
«Este pueblo, rural en sus inicios, fue aumentando su población al nutrirse, generalmente, con familias provenientes del occidente del país. A partir de la década del 20, fue el punto escogido para la terminal de los ómnibus-automóviles que comenzaron a circular entre La Habana y Marianao. Desde 1945 comenzaron a surgir nuevos repartos: Alturas de La Lisa y sus ampliaciones, Versalles, San Rafael, San Gabriel y San Agustín. Todos ellos unieron a este territorio con el poblado de Arroyo Arenas».
Pero el verdadero desarrollo de La Lisa ocurrió luego de 1976, cuando se constituyó como municipio. «De un barrio semirrural se convirtió, a finales del siglo XX, en una verdadera ciudad». Todo fue posible entonces en La Lisa: la surcaron grandes avenidas, acogió importantes hospitales y centros de investigación científica, empresas productoras de medicamentos, hoteles...
Crece la ciudad
Belascoaín enlazó a San Lázaro con Monte, e Infanta enlazó a San Lázaro con Agua Dulce. En Monte y Belascoaín se rellenó una marisma y surgieron los Cuatro Caminos. El caserío de Jesús del Monte existía ya a mediados del siglo XVIII. El Puente Alcoy se construyó en 1850 y fue durante casi cien años la única salida hacia el este con que contó la capital.
Con los puentes sobre el Almendares se desarrollaron los repartos de Miramar (1911-1918) Country Club (1914) y Playa de Marianao (1916). En ese mismo año comienza el trazado de la Quinta Avenida, y la Avenida 23, trazada en 1862, que llegaba solo hasta la calle L se prolongó hasta el mar.
También en 1916 llegó al mar Infanta, que hasta entonces se extendía solo hasta San Lázaro y era de tierra desde Carlos III. A partir de 1926 se extiende el Malecón y se acomete la Avenida del Puerto. Es asimismo en 1926 cuando el Plan Regulador de La Habana fija el centro de la ciudad en lo que sería la Plaza de la Revolución.
El Paseo del Prado adquirió su fisonomía actual en 1928. La Calzada de Boyeros se inicia en 1935, y entre 1943 y 1944 se extiende la Calzada de Columbia desde el Puente Almendares hasta el Hospital Militar sobre las actuales vías de 28, 31 y 41.
Después de 1944 empieza la construcción de la Vía Blanca y se tira la Avenida 26 que empata con 23 y sigue hasta Línea. La Ley de Propiedad Horizontal, de 1952, hizo que La Habana creciera hacia arriba. El Túnel de La Habana, impulsó, en 1958, nuevas urbanizaciones en el este de la ciudad y facilitó el acceso a toda una constelación de hermosas playas.
Y en esa misma fecha el Malecón llegó a su límite natural del Almendares. Gracias a otro túnel, que nunca fue inaugurado, Calzada entró en la Quinta Avenida que se prolongaba ya hasta San Fe y Jaimanitas.
(Tomado del periódico Juventud Rebelde)