Por Martha Ríos
El artista de la plástica René Portocarrero (1912-1985) fue un nacionalista a ultranza. En sus creaciones prima la temática cubana. Hasta de muchas parece que emana el olor de la vegetación de nuestro archipiélago.
“Como todo pintor dispongo de un mundo que fluye desde la niñez. Un mundo que ciñe y ordena. Este mundo en mi caso es Cuba. Es su paisaje y sus pueblos y ciudades todavía coloniales. Es el gran colorido de sus fiestas populares”, solía decir.
Y más adelante, apuntaba: “Son sus mujeres. Son sus santos insistentes que afirman un no sé qué de coraje ancestral en nuestra isla… Todos estos sentimientos me asisten cuando pinto un cuadro”.
Obras suyas se encuentran en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana; en los Museos de Arte Moderno de Nueva York y de París; en el Palacio de Bellas Artes de México; y en el Museo Nacional de Arte de Varsovia, por mencionar algunos.
También hay Portocarreros en colecciones privadas, aunque donde más nos emociona verlos son en determinados sitios de su Habana natal, lo mismo que en reproducciones y postales, la mejor manera que el cubano sencillo ha tenido de atesorarlos.
Como buen artista viajó al centro de sus piezas y opinó de ellas: “Se ha dicho muchas veces que mi pintura es barroca. Si se determinara en Cuba una arquitectura barroca, mis ciudades pintadas serían barrocas.
“Si realmente se evidencia en Cuba un sentimiento barroco de la existencia, mis hombres y mujeres serían barrocos. Si se llega a la conclusión de que existe en Cuba un alma barroca que lo rige todo, yo también sería un hombre barroco”.
Nació para pintar
René Portocarrero vino al mundo el 24 de febrero de 1912. Realizó cursos breves en las Academias Villate y San Alejandro, en La Habana, porque aun siendo niño prefería sentirse sin ataduras.
No obstante, como amaba la pintura, de manera autodidacta continuó perfeccionado su técnica.
Tanto le apasionaba que a los 22 años hizo su primera exposición personal; y a los 26 se desempeñó como profesor en el Estudio Libre de Pintura y Escultura que dirigía Eduardo Abela.
Fue solo el comienzo, después se ganó la vida en disímiles lugares, entre ellos, enseñando dibujo en la cárcel de La Habana.
Especialistas o no, quienes lo conocieron no pueden obviar entre los rasgos que lo distinguieron, su gran talento, cubanía y entrega sin límites a la creación, pilares que sustentan la inconmensurable dimensión de este artista de la vanguardia pictórica en su país.
Les propongo escuchar la conversación que sostuvo el periodista Orlando Castellanos (1930-1998) con el prestigioso creador, en la década de los 80 del siglo pasado.