La Habana, acicalada ciudad de 500 años

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2019-06-28 07:48:32

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Foto: Cuba Educa.

Por: Guadalupe Yaujar Díaz

La Habana, 28 jun (RHC) La Habana del siglo XVIII no tuvo los beneficios, si de grandes avenidas y paseos se trata, que marcaron en esa época a las ciudades opulentas.

Sobresalían, en ese entonces, los empeños de las autoridades coloniales que dedicaban sus esfuerzos a la construcción de fortalezas para defenderse de los ataques de corsarios y piratas.

De ahí que, hasta 1772, los moradores no pudieron contar con un paseo de extramuros -construido por el Marqués de la Torre-, que corría paralelo a las Murallas de la ciudad.

Comenzaban así las obras del Paseo del Prado, mejorado y embellecido luego por sucesivos gobernadores coloniales. El sitio tuvo nombres como Paseo del Prado, Alameda de Extramuros, Alameda de Isabel II, Paseo del Nuevo Prado, Paseo del Conde de Casa Moré y Paseo de Martí, que es su nombre actual.

Aunque tradicionalmente adoptó el título de Paseo del Prado o, simplemente, Prado, en realidad el nombre se corresponde con el parecido del Paseo habanero con el madrileño que corre entre la fuente de Cibeles y la estación ferroviaria de Atocha, en la capital española.

Otro de los toques que le confirieron distinción, a finales del siglo XIX y hasta comienzos del XX, fue la presencia de aristócratas, burgueses y profesionales que se fueron a vivir al Prado.

Esta zona de paseo contó, como vecinos del lugar, con el doctor Manuel Piedra, eminente clínico que diagnosticó el primer caso de cólera en La Habana y que salvó la vida milagrosamente al contraer esa enfermedad.

No faltaron los galenos Miguel Franca, Benigno Souza y Joaquín Lebredo, cuyo nombre lleva la maternidad municipal de Arroyo Naranjo.

De igual manera, prestigiaron el lugar muchas figuras del mundo periodístico y literario. En el número 9, en la casa de su abuela materna, pasó gran parte de su infancia el destacado escritor José Lezama Lima, autor de la novela Paradiso.

En el inmueble con el número 309, murió el poeta Julián del Casal. Pancho Marty, célebre negrero, dueño del Teatro Tacón y del monopolio del pescado en la capital, se radicó en Prado entre Ánimas y Trocadero.

Precisamente en la esquina de Trocadero, se alzaron dos lujosas residencias, sobre la acera de la izquierda, según se avanza desde Neptuno hacia el mar. La primera de ellas, que todavía a comienzos del siglo XX se consideraba la más lujosa de La Habana, fue construida por una dama francesa de apellido Scull. La casona fue adquirida -luego de haberla vivido ella con su familia- por Felipe Romero, conde de Casa Romero, casado con la mayor de las hijas del conde de Fernandina.

Y al cruzar Trocadero, aparece el inmueble que fue del mayor general José Miguel Gómez. Antes, en ese mismo sitio, se alzó la casa de Marta Abreu, que el caudillo liberal demolió para construir la suya.

Otra gran mansión la edificó Frank Steinhart, un estadounidense que arribó a Cuba como sargento y devino cónsul general de su país en la Isla, acaudalado negociante y propietario de la empresa de los tranvías.

Mientras, abrían sus puertas los mejores hoteles de la ciudad, sitio donde confluían la corriente turística extranjera, sobre todo norteamericana, y los visitantes del interior del país.

En 1875, en la esquina de San Rafael, el “Inglaterra” se anunciaba como un hotel enteramente iluminado con luz eléctrica y provisto de elevadores, cuarto de baño en cada habitación, cantina, barbería e intérpretes en todos los idiomas. El “Sevilla”, fundado en 1908, tenía su entrada por Trocadero, hasta que en los años 20 construyó una torre de varios pisos que anexó al edificio original y extendió sus servicios y dependencias hasta Prado. El hotel Miramar, en la esquina con Malecón, era el más caro de la ciudad; pequeño, pero confortable y lujoso, con chefs de cocina franceses. El “Telégrafo” dispuso de servicio telegráfico exclusivo y teléfono en cada habitación, lo que lo hizo el preferido de hombres de negocio y periodistas extranjeros de paso por Cuba. El “Miramar” empezó a perder el favor de la clientela hacia 1920, y aquella instalación preferida por el mundo elegante era en 1934 edificio de oficinas -allí tenía la suya Sergio Carbó, el periodista más popular del país en ese momento.

No faltaron en el escenario las oficinas de aerolíneas o automóviles. Asociaciones regionales españolas y árabes, instituciones culturales, hotelitos y casas de huéspedes de menor categoría también vieron allí la luz del florecimiento.

El Paseo del Prado o de Martí, como lo conocemos hoy, con su senda central de terrazo, sus bancos de piedra y mármol, farolas, copas y ménsulas, y sus laureles, fue inaugurado el 10 de octubre de 1928.

En enero del año siguiente, se emplazaron los ocho leones en bronce sobre sus pedestales que enseñorean el sitio, en la actualidad rehabilitado en la modernidad, dándole paso a fastuosos hoteles, tiendas y comercios variados: todo un espectáculo de una añeja ciudad acicalada y hermosa de 500 años.



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