Por Martha Ríos
“… mis regresos a Cuba siempre me han producido una dicha infinita…” repetía una y otra vez el artista cubano de la plástica Wifredo Lam (1902-1982).
Y plantado está en su suelo, como lo quiso, porque es aquí donde mejor se colorea la nostalgia; y los símbolos y mitos alcanzan dimensiones universales.
Larga y fértil existencia tuvo el pintor. Casi 80 años anduvo por este mundo dispersando cubanía.
Había nacido en Sagua la Grande, en la antigua provincia de Las Villas. Estudió en la Academia San Alejandro, en La Habana.
A España marchó con apenas 26 años de edad. Era 1928, y las corrientes surrealista y cubista le llamaron poderosamente la atención.
Diez años después, París le abrió los brazos. Allí conoció a Pablo Picasso (1881-1973) y tal empatía surgió que el pintor y escultor malagueño asistió a su primera gran muestra en la Ciudad Luz, acompañado de Marc Chagall y otras personalidades.
Contaba Lam que cierto día Picasso le dijo: “Nunca me equivoqué contigo. Eres un pintor, un verdadero pintor, por eso te dije la primera vez que nos vimos, que me recordabas a otro hombre: a mí”.
Hasta expusieron juntos. Fue finalizando 1939, en Nueva York, pero como sostenía que sus regresos a Cuba siempre le producían una dicha infinita, a principios de la década del 40 ya estaba de nuevo en su tierra.
Aquí trabajó intensamente. Entonces introdujo en sus obras elementos de la cultura negra que nunca abandonó.
Años más tarde, ilustró textos de André Bretón, Gabriel García Márquez, Aimé Césaire...
Continuó viajando y expuso en las ciudades más importantes del mundo donde se acrecentó su dimensión de artista, de ser humano, y sobre todo, de cubano.
‘La Maternidad’, ‘La silla’, ‘La jungla’, ‘El crucificado’… y un sinfín de creaciones suyas muestran rasgos que identifican la cultura de la mayor isla del Caribe.
Wifredo Lam vivió sus últimos años en la capital de Francia donde dejó de existir el 11 de septiembre de 1982.
Pero como sus regresos a Cuba siempre le producían una dicha infinita, plantado está en suelo patrio, como lo quiso, porque es aquí donde mejor se colorea la nostalgia; y los símbolos y mitos de sus obras siguen alcanzando dimensiones universales.