Por Martha Ríos
Cuando en 1940 la soprano dramática Mariana de Gonitch llegó a Cuba, ya había actuado en los escenarios más famosos del mundo: La Gran Ópera de París, de Filadelfia; el teatro de los Campos Elíseos; en el Liceo de Barcelona; en la Ópera de Madrid, de Berlín, de Leipzig y de Montecarlo.
Sin embargo, fue en La Habana donde fijó su residencia esta egregia dama nacida en San Petersburgo, Rusia, el 5 de febrero de 1900, y a los cubanos entregó toda su pujanza, conocimientos y experiencias.
Aquí vivió 53 años de los 93 de su enjundiosa existencia; y una de sus acciones más notorias fue la fundación de una Academia de Canto donde formó a varias generaciones de líricos.
Así de enérgica le decía a sus alumnos: “Un cantante de ópera ideal tiene que poseer el físico adecuado para el papel que va a representar. Debe, por supuesto, tener una buena voz, dominar la técnica y haber aprendido a actuar bien porque el cantante de ópera es un actor que debe estar cantando, y un cantante que debe estar actuando”.
A Mariana de Gonitch, la labor pedagógica que desplegó en La Habana no le fue nada difícil.
Talento y metodología parecían serles inherentes a quien hizo suyos personajes tan complejos como los que concibió en sus óperas Wolfgang Amadeus Mozart, Pietro Mascagni, Giacomo Puccini, Giuseppe Verdi, Charles Gounod, Jules Massenet, Piotr Ilich Tchaikovski…
Cantó en público hasta 1965 cuando ofreció su último concierto. Fue en la Casa de Cultura del municipio de Plaza de la Revolución, junto a la pianista Marta Bonachea.
Pero Mariana de Gonitch continuó sus clases. Esa persistencia y entrega a la enseñanza artística, le mereció la Distinción por la Cultura Nacional.
Cerró sus ojos en La Habana, su segunda patria, el 14 de enero de 1993, y seis años después, el Ministerio de Cultura de Cuba, le rindió honor al organizar anualmente el Concurso de Canto que lleva su nombre.