Por Susana del Calvo
Desde pequeña tenía la convicción de que conocería todo mi país, y lo logré; incluso he visitado algunos de los cayos que forman nuestro archipiélago.
A los 12 años, prácticamente, comencé a descubrir Cuba. Hasta entonces no había tenido otro contacto con sitio alguno que no fuera La Habana, mi ciudad natal y la de mis antepasados.
El triunfo de la Revolución (1ro de enero de 1959) y los años siguientes resultaron una efervescencia de ánimos en la sociedad.
Influenciada por aquel ambiente renovador, me incorporé a una de las campañas que se organizaban para contribuir a desarrollar la economía: la recogida de café en las montañas orientales.
Allí recorrí Baracoa (1511), la ciudad primada de Cuba, con sus paradisíacos parajes, distante más de 980 km de la capital. Desde 1976 pertenece a la provincia de Guantánamo.
Su vegetación, sus montañas, y el litoral que parecía besar la ciudad, solo protegida de este por un pequeño malecón, me hacían soñar.
De las rocas destilaba un agua pura y fresca, la más deliciosa que encontré en las laderas de esas elevaciones.
Tuve la oportunidad de visitar la Punta de Maisí. Desde el extremo más oriental de la isla se podían ver, entre las oscuras montañas, las luces del vecino Haití.
Una vez en el lugar, lo más impresionante eran las terrazas que bajaban a la costa.
En un segmento de la geografía recuerdo que coincidían dos paisajes totalmente diferentes: de un lado, uno casi selvático y el otro, desértico. Algo imposible de olvidar
Qué decir de los baracoesos, ¡adorables! Los campesinos muy nobles y amables, dispuestos a satisfacer cualquiera de mis caprichos de adolescente, hasta ensillarme el más brioso de sus corceles para pasear por la zona, sana envidia de mis compañeros de antaño.
Décadas después volví a ese lugar como de ensueño, y estaba esperándome la Naturaleza toda para regalarme sus amaneceres que siempre en Cuba son los primeros.
Video tomado de Youtube