Monsieur Chocolat: desempolvando su historia

Editado por María Candela
2020-02-25 17:19:34

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Por: Guadalupe Yaujar Díaz

Chocolat o Monsieur Chocolat fue el nombre artístico del esclavo cubano Rafael Padilla (La Habana 1868-Burdeos, Francia 1917).

Con los años, se transformó en el primer payaso cubano negro que triunfa en París, en los finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Desde muy pequeño, fue separado de sus progenitores, esclavos en una plantación.

Signado por su condición, pasó los días en la calle hasta que un comerciante español, Patricio Castaño Capetillo, lo compró por 18 onzas de oro y lo llevó hasta el País Vasco.

Aunque en Cuba la esclavitud se había abolido en  1837, el niño con 11 años sirvió como criado a Doña Rosaura Capetillo, hasta que escapó para dejar de servir a otros.

Así, libre por primera vez en su vida, llegó a una ciudad próxima a Bilbao, donde sobrevivió trabajando en lo que se presentara. De ahí que su inicial actuación en varios cafés como bailarín le ofreció la oportunidad de cambiar de vida.

Con 16 años de edad, tuvo la suerte de encontrarse con el payaso inglés, Tony Grice, que formaba parte de la Compañía Ecuestre del Circo Alegría.

En 1886, pisó París por primera vez junto a Grice y a otro payaso portugués llamado Tonyto; fue allí cuando los parisinos lo vieron sobre el escenario y nació el pseudónimo por el cual todos le conocerían después: Monsieur Chocolat.

Tres años después, él y el payaso Geroges Foottit fueron pioneros en la creación de un dúo entre un payaso “Carablanca” y un payaso “Augusto” negro.

Chocolat y Footit alcanzaron un éxito inusual -por espacio de dos décadas-  e inspiraron a otros grandes artistas de la época, como Toulouse Lautrec -que retrató a Chocolat- o a los hermanos Lumière, participando en varias de sus primeras películas.

En 1910 se separaron y, si bien el momento devino difícil sobrevivencia artística, fue peor para Monsieur Chocolat, ya que el racismo de la época lo apartó de muchos escenarios; comenzó su decadencia y terminó por abandonar el mundo del espectáculo.

Chocolat siguió trabajando para los niños hospitalizados, a los que no dejó de visitar nunca para hacerlos sonreír.

Conoció la gloria, pero murió solo, y su recuerdo quedó enterrado en una fosa común de Burdeos en 1917.

La memoria de Chocolat solo fue mantenida por la acción de algunos investigadores, contados libros y uno que otro blog, pero el impacto del cine ha logrado avivar su recuerdo.

Siempre que se repase la historia de la actuación en Cuba, hay que dedicarle una página de gloria a aquel hombre que, a pesar de llevar en su alma las tristezas que acompañaron su condición de negro y descendiente de esclavo, siempre tuvo una sonrisa y mucha gracia para regalarlas a los espectadores, especialmente a los niños.

 



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