Por: Guadalupe Yaujar Díaz
Cierto es que el vestuario aporta elementos expresivos de la historia, de la sociedad y la cultura de cada época. Particularmente, la mujer cubana asumió, a partir del siglo XIX, una interesante etapa de cambios en su vestimenta.
La escritora cubana Renée Méndez Capote dejó constancia de la fascinación que las niñas experimentaban por las batas, “privilegio exclusivo de las señoras casadas, aquellas batas criollas que en los escenarios de la época (teatro vernáculo, zarzuela y cabaret), en su afán de equivocada estilización, lo acercó más al folklore andaluz que a nuestra tradición. (*)
Se trata de la bata clásica: una pieza auténtica, de fino holán de hilo enriquecida por alforcitas, aplicaciones, vuelos y bordados, con sus largas mangas perdidas y la moña de cinta prendida al final del escote moderado.
El vestuario tradicional cubano deviene derivación de prendas de vestir procedentes de España, con arreglos propios del ingenio y las necesidades de la población criolla.
Y en la confección de tales piezas, entre otras, dedicaban gran parte del tiempo nuestras mujeres de la época colonial; para ello se entrenaban desde niñas, pues tales labores constituían más un entretenimiento que un trabajo.
Interesantes resultan la experiencias de la visita a Cuba, en 1864, el pintor británico Walter Goodman, quien dejó constancia del uso común de la bata como prenda doméstica, pues, cuando la esposa de Don Benigno, su anfitrión santiaguero, lo recibe en su casa, “se envuelve en una bata suelta de hilo que cae como un saco, sin cinturón, ininterrumpidamente, desde sus hombros hermosos a sus zapatos notables por la pequeñez”.
Durante la colonia, la vestimenta en Cuba estaba orientada por la moda europea, recibida esta a través de la metrópoli.
A partir de mediados del siglo XIX, se evidenciaron rasgos en el vestir de las criollas y criollos, que propiciaron el desarrollo de ciertas particularidades que abarcaron una manera de vestir “a la cubana”, como revelación de su identidad en la sociedad.
En tanto en Cuba se contaba con máquinas de coser de carácter industrial, y, más tarde, de uso doméstico. En 1857, a pocos años de creada la patente Singer, se estableció en La Habana el primer taller de confección a máquina.
Si bien las mujeres cubanas tenían la opción de realizar sus compras en Europa, incluso en París; en Cuba existían condiciones adecuadas para la adquisición de gran variedad de textiles y la confección de la indumentaria.
La vestimenta de las criollas y su predilección por el color blanco dejaban atrás su empleo por las damas europeas, que seguían la moda francesa de la época.
En la actualidad, estas maravillosas batas gustan a cubanos y extranjeros, y los artesanos ofrecen una amplia variedad de tan singular vestido agradable al clima antillano.
No es común ya su uso, y solo aparece en celebraciones muy especiales y escenificaciones de teatro y la danza, inspiradas en el vestuario femenino de la isla mayor de las Antillas
(*) Méndez Capote, René: Memorias de una cubanita que nació con el siglo, Ediciones Unión, La Habana, 1964.
La bata cubana, clásica, viaja en el tiempo
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