Antoñica Izquierdo, la sexta de trece hijos de inmigrantes canarios residentes en la zona de los Cayos de San Felipe, nació en la finca ‘Las Ayudas’ en 1899, en el municipio Viñales.
Su religiosidad era una especie de catolicismo mezclado con espiritismo. En 1915 se casó con un vecino tabacalero con quien tuvo siete hijos.
Era la típica campesina pobre con el peso del hogar a sus espaldas, integrado por su esposo y sus siete hijos. Flaca, con los pies curtidos por la desnudez, el pelo negro y desaliñado recogido en un moño a la altura de la nuca, vestía siempre una túnica larga hasta los tobillos.
Mujer analfabeta que no sabía ni su edad, pero nunca perdía la ternura ni el trato solidario hacia los demás, la engrandecía su espiritualidad.
Se consideró destinada por Dios como su mensajera y tutelada por la Virgen María para ayudar a la gente, a la humanidad. Siempre repetía: “La fe en Dios es la que cura”.
La madrugada del 8 de enero de 1936 su hijo menor enfermó con fiebres muy altas. En medio de la impotencia sin dinero para médicos ni medicinas y agotados todos los remedios caseros que conocía, Antoñica, desesperada, aseguró haber escuchado la voz de la Virgen que le decía que no se preocupara, que su hijo no moriría, y le recomendó un modo de curarlo con agua.
El enfermo sanó y ese fue el nacimiento de un fenómeno de religiosidad popular y de una leyenda. A partir de ese día comenzó a crecer el mito de Antoñica Izquierdo.
Se dice que posteriormente tuvo otra revelación de la Virgen en el que le daba a la pinareña el don de sanar con agua “Te voy a facultar para que puedas curar, pero nunca podrás cobrar a nadie ni hacerlo por interés”.
Caravanas de a pie, a caballo, en carreta, largas filas de creyentes venían de todas partes de Cuba. Se concentraban en las cercanías de su humilde bohío ahora convertido en santuario.
Esperaban de cinco a seis días para ser sanados por el agua de Antoñica que veían como una santa por sus milagros y su condición campesina, hasta cambiaban la consulta médica ordinaria por sus curas con agua.
Desde el amanecer hasta caer la noche, casi sin poder sostenerse del cansancio, el hambre y la sed, la lugareña atendía a los necesitados, con una palangana llena de agua rociaba con una mano a los enfermos por la cabeza, varias veces, al tiempo que repetía: “Perro maldito a los infiernos”, haciendo una cruz con los dedos en el aire.
Antoñica asumía que no solo curaba males físicos sino también dolencias espirituales y salvaba a pecadores.
Junto a la sanación, Antoñica proponía un modo de resistencia cívica, pacífica, a través de una pasividad y abstención que no violara las leyes del Estado, pero prohibiendo a sus adeptos la inscripción en censos electorales y votar, amenazando a quienes lo hicieran con que el Diablo se apoderaría de sus almas.
Con todas estas prédicas, juntó una masa de fieles que a los ojos de los campesinos la hacían una auténtica líder.
Su fama despertó despecho y miedo entre los afectados en sus negocios, los boticarios, los médicos, los políticos que no pudieron manipularla y el 14 de abril de 1936 fue acusada de ejercer ilegalmente la medicina
Le abrieron una causa judicial en el Juzgado Correccional de Viñales. El juicio se celebró el 15, pero fue absuelta al no poder demostrarse la infracción imputada.
Su hermana la llevó a su casa en el poblado ‘Isabel María’, donde la milagrera continuó su misión rodeada de un clima de paz que duró poco.
Con los comicios de 1944, los políticos de la localidad la volvieron a acusar de obstruir las elecciones. La trasladaron a Consolación del Sur y celebraron un nuevo juicio, ahora por el delito de coacción a los electores, a quienes convencía de no votar, porque la política, según ella, era cosa del Diablo.
A finales de ese año decidieron llevarla a Pinar del Río donde la Audiencia promovió un expediente en su contra por presentar síntomas de demencia, proceso que terminó con la reclusión de Antoñica en el Hospital de Mazorra, donde murió el 1º de marzo de 1945 con un diagnóstico de demencia.
Uno de sus pacientes sanados en milagro, fue el hijo de Félix Rodríguez Paula, el campesino que luego fundara “la secta de los acuáticos”, quien impactado por la cura de su primogénito, se internó con su familia en un paraje de la sierra de Viñales.
Desde entonces, sus descendientes conviven sobre la base de las curas con agua de un manantial cercano y las prédicas de Antoñica Izquierdo.
En 1971, se produjo por el ICAIC el filme Los días del agua, del director Manuel Octavio Gómez, que a su modo rememora los acontecimientos alrededor de este legendario personaje. (Tomado de Internet)