Por: Pedro Antonio García
La Habana, 9 abr (RHC) Parecía como si, aquel miércoles, varias emisoras radiales se hubieran puesto en cadena. A las once de la mañana, sin previo anuncio, una canción de moda comenzó a escucharse a lo largo del dial: “Ricordati Marcelino, solo pane y solo vino…”. Luego de un breve silencio, las notas iniciales del Himno Invasor preludiaron la arenga: “¡Atención, cubanos! ¡Atención! Es el 26 de Julio llamando a la Huelga General Revolucionaria. Adelante cubanos. Desde este momento comienza en toda Cuba la lucha final que solo terminará con el derrocamiento de la dictadura…”
Años después, el locutor que convocó a la lucha, Wilfredo Rodríguez, entonces responsable del M–26–7 en el sector radial, señalaba: “Puede decirse que la Huelga del 9 de abril fue un momento culminante, pero previamente existía una organización amplia y sólida. Desde mediados de 1955 se inicia la organización dentro del sector. Se establecen contactos en CMQ, Circuito Nacional Cubano (CNC), Radio Mambí, CMCX (1060)…”
Otra remembranza nos brinda Paquito Vilalta, veterano hombre de radio. “Una semana antes –afirma–, nos reunimos en un apartamento en N y San Lázaro; el día 8, nuevamente… Wilfredo definió que la huelga era el 9 a las 11 [de la mañana] y que se pasaría un disco, que me fue entregado en Radio Cadena Habana. Se me asignó pasarlo por el Circuito Nacional Cubano (hoy Radio Rebelde), donde trabajaba como operador”. Según Gabriel Palau, “las misiones fueron cumplidas. La grabación salió al aire [también] por CMQ y CMBF… El operador del master, Manolo Fernández (ya fallecido), que no era del Movimiento, nos ayudó en todo”. Añade Vilalta: “Y en otras emisoras, por ejemplo, Abelardo Noa puso el disco en CMCX (1060)”.
Ese último testimoniante narraría al redactor de estas líneas otra anécdota de aquella jornada. Eddy Martin, luego ícono del periodismo deportivo cubano, nada sabía de la huelga. Ese día estaba en la cabina de la emisora CNC. Los del 26 le pidieron que se fuera y Eddy se encaminó hacia el parqueo. Regresó inmediatamente. “Muchachos, para lo que sea, me quedo con ustedes”.
Se decide la huelga
La huelga general, como método de lucha, estuvo siempre presente en el centro del proyecto insurreccional de Fidel, incluso antes del Moncada. Al delinear su estrategia revolucionaria para derrocar la tiranía batistiana, en carta fechada el 17 de septiembre de 1955, escribiría a Carmen Castro y las compañeras del Frente Cívico Martiano: “Insurrección armada, secundada por una Huelga General Revolucionaria y un sabotaje completo a todos los medios de comunicación del país en el momento de la acción”.
A inicios de 1958, el Ejército Rebelde había ampliado y consolidado su dominio en la Sierra Maestra. Dos nuevos frentes se habían abierto: en la Sierra Cristal y los alrededores de Santiago de Cuba. En las ciudades se multiplicaban las acciones, entre ellas, la noche de las 100 bombas, en la capital, y el secuestro al corredor de autos Juan Manuel Fangio. Se incrementaban la propaganda clandestina y las recaudaciones, se perfeccionó el trabajo de la Resistencia Cívica. Según Faustino Pérez (ya fallecido), coordinador del M–26–7 en La Habana, “esa fue la situación analizada con Fidel a principios de marzo en la Sierra Maestra, que nos llevó a considerar que las condiciones mínimas indispensables estaban dadas y a tomar la decisión de convocar a la huelga para los primeros días de abril”.
La reunión de Fidel con la Dirección Nacional del M–26–7 se efectuó en El Naranjo, Sierra Maestra. “Él preguntaba una y otra vez –ha testimoniado Faustino–, acerca de la fortaleza de la organización obrera, la incorporación de otras fuerzas revolucionarias, la agitación, la propaganda… Le interesaba mucho conocer el ambiente psicológico que existía en La Habana, lo que ocurriera en La Habana sería fundamental, se le asignaba el mayor peso para decidir el resultado de la huelga… Al Jefe de la Revolución le preocupaba la situación que tenía el Movimiento en la capital para enfrentar los acontecimientos”.
Entre febrero y marzo de 1958, la tiranía incrementó al máximo la represión. En La Habana habían sido asesinados Gerardo Abreu, Fontán; Sergio González, El Curita; Juan Borrel y Bernardino García, Motica. Cheché Alfonso y Pepe Prieto integraban una larga lista de desaparecidos. Elcire Pérez cayó abatido junto con otros tres combatientes. Igual suerte corrieron Arístides Viera, Mingolo, y Elpidio Aguilar. “La desarticulación momentánea del Movimiento en la capital –subrayaba Faustino–, se trató de suplir en parte por la voluntad y el coraje de otros compañeros, especialmente por Marcelo Salado y Oscar Lucero. En medio de esa situación, hicimos el llamamiento a la Huelga del 9 de abril”.
La capital sublevada
Dentro del plan con el que se pretendía tomar toda la zona de La Habana Vieja, estaba el asalto a la Armería de Mercaderes y Lamparilla. Con las armas ocupadas allí, se pertrecharían otros grupos de acción, necesarios para asaltar armerías cercanas y los ministerios de Comercio y Hacienda. Pero el camión de los combatientes, donde se trasladaron las armas, chocó con un auto mal parqueado. Roberto Casals, Reinaldo Aulet y Marcelo Muñoz se batieron hasta la última bala con la policía que acudió al lugar. Carlos Astiazaraín fue asesinado en un edificio cercano. Solo Marcelo Pla sobrevivió a la acción.
Guanabacoa estuvo en pie de guerra hasta media tarde. Los revolucionarios quemaron servicentros, garajes, guaguas, una fábrica de cartón. No siguieron combatiendo porque las armas prometidas nunca llegaron. En El Cotorro, los obreros de la cervecería y de otros centros se fueron a la huelga. Pero también faltaron las armas. Ya entrada la tarde, Guido Pérez y otros cuatro valiosos compañeros fueron detenidos. Sus cadáveres aparecieron al día siguiente en la calle 100 y en la Monumental.
Aun sin armamento, muchas acciones se realizaron. Varios registros de gas y electricidad fueron volados. Los obreros paralizaron la fábrica de chocolates La Estrella. Las mujeres también tuvieron su cuota de heroísmo. “Por orden de Faustino –solía decir Pastorita Núñez–, organicé un Comando Femenino, así lo llamamos, destinado a operar el día de la huelga como apoyo en la confección y distribución de cócteles Molotov, traslado de compañeros, búsqueda de casas y locales, especialmente para las labores de asistencia y auxilio de los heridos”.
Los grupos de acción de Marianao ya habían planeado volar la planta eléctrica. Para esta y otras acciones, esperaban impacientes más de 60 combatientes en diferentes lugares. Pero ni llegaron la orden de acción ni las armas. Víctor Sorí también desesperaba acuartelado en el apartamento de Tulipán y Línea de Ferrocarril. “Yo me hice cargo –me aclara– del grupo que dirigía Cheché Alfonso. Éramos más de un centenar de hombres. El día 8 a mí me entregaron las armas, incluidas dos ametralladoras, un fusil, cuatro pistolas y un revólver… El aviso para actuar nos lo tenía que dar el viejo García (Sergio Sanjenís, jefe de acción del M–26–7 en la capital). Y no pasó nada. Y no pudimos hacer nada”.
Ante noticias nada halagüeñas y la incertidumbre de por qué el transporte en la capital no había sido paralizado, Marcelo Salado abandonó el cuartel general del Movimiento (ubicado en un apartamento de 25 y G), en búsqueda de explicaciones. En el garaje de enfrente fue reconocido por un traidor al M–26–7. Una ráfaga de ametralladora lo hizo caer. En el suelo lo remataron.
Al atardecer, era evidente que en la capital había fracasado el paro y el Comité Nacional de Huelga cursó la orden de cesar las acciones.
En toda la Isla
“Aquel día se luchó y murió en todo el país –solía afirmar Faustino–. Sin contar las numerosas acciones de los frentes guerrilleros, que incluyeron la intrépida presencia de Camilo en los llanos del Cauto, podemos mencionar los sabotajes, acciones y paros en Madruga, el asalto a la emisora de Matanzas dirigido por Enrique Hart, el descarrilamiento de trenes en Jovellanos, el ataque al cuartel de Quemado de Güines y la interrupción de la Carretera Central en Manacas, las acciones de Condado en Santa Clara, la paralización y el dominio absoluto de Sagua la Grande, el asalto y sabotaje a la planta eléctrica de Vicente en Ciego de Ávila, acciones diversas en Camagüey y la paralización completa de todo Oriente por la acción combinada de las fuerzas guerrilleras y de la clandestinidad, incluido el ataque al Cuartel de Boniato por las milicias santiagueras dirigidas por René Ramos Latour, Daniel”.
El revés y la victoria
Apenas 15 días después de los sucesos del 9 de abril, Fidel le escribía a Faustino: “Tengo la más firme esperanza de que en menos de lo que muchos son capaces de imaginar, habremos convertido la derrota en victoria”.
“No se equivocaba el Jefe de la Revolución –solía afirmar Faustino–, la pretenciosa y feroz ofensiva de la tiranía se estrelló contra el baluarte invencible de la Sierra Maestra. Las proezas militares del Ejército Rebelde se repetirían en el I, II y III Frente y por las columnas invasoras de Camilo y Che, hasta producir el colapso final de la dictadura y la victoria revolucionaria del primero de enero, consolidada con el apoyo unánime y la participación decisiva de todo el pueblo, expresada en la Huelga General Revolucionaria de enero de 1959”.
(Tomado del libro La Habana insurrecta, de Pedro Antonio García, Ediciones Extramuros, 2011)