Por: Jorge Wejebe Cobo
La Habana, 10 abr (RHC) A tres millas frente a Playitas de Cajobabo, en las costas guantanameras, durante la noche del 11 de abril de 1895, el barco de carga alemán Nordstrand, paró su marcha en medio de una tormenta y sus ocupantes comenzaron a bajar un pequeño bote que parecía que iba a zozobrar y al que subieron seis hombres con armas e impedimentas.
Aquellos expedicionarios eran el general Máximo Gómez, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, José Martí, junto a los combatientes Francisco Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario, este último dominicano.
Eran los más importantes objetivos del espionaje y la marina española en el Mar Caribe que trataban de impedir que a la guerra en Cuba arribaran los máximos dirigentes independentistas, algo en lo que fracasarían totalmente.
Antonio Maceo, su hermano José, y el general Flor Crombet en unión de más de 20 expedicionarios de la Goleta Honor habían desembarcado el primero de abril ante las mismas narices de los guardacostas por la Playa de Duaba, también en Guantánamo.
Según versiones de la época, el capitán Julius Theodor Löwe, simpatizante de la causa cubana, dudó en permitir a Martí, Gómez y los otros expedicionarios abandonar la embarcación ante el mal tiempo, a lo que el Generalísimo ordenó el abordaje y fue el primero en bajar al barquichuelo.
Esa noche casi literalmente se cumplió el vaticinio del Apóstol de la independencia de llegar a la Patria aunque fuera en “una cáscara de nuez”, decisión que mantuvo a pesar del fracaso a inicios de enero del plan original de iniciar la insurrección el 24 de febrero, junto con el arribo al país de tres grandes expediciones desde el Puerto de La Fernandina en la Florida.
En su diario de campaña, el Maestro recogió ese acontecimiento “(…) y el 11, a las 8 de la noche, negro el cielo del chubasco, vira el vapor, echan la escala, bajamos con gran carga de parque, y un saco con queso y galletas; y a las dos horas de remar, saltábamos en Cuba”.
Y agregó: “Se perdió el timón y en la costa había luces . Llevo el remo de proa. La dicha era el único sentimiento que nos poseía y embargaba. Nos echamos la carga arriba y cubiertos de ella, empapados en sigilo, subimos los espinares y pasamos las ciénagas. ¿Caímos entre amigos o entre enemigos? Tendidos por tierra esperamos a que la madrugada entrase más y llamamos a un bohío: decir ahora más fuera imprudencia”.
Habían llegado a Playitas de Cajobabo, en la zona de Imías, y tras subir la cuesta de unos altos farallones e internarse en el lomerío, siempre con la ayuda de los campesinos, los expedicionarios se reunieron sanos y salvos con las tropas mambisas días después.
De aquellos primeros días en Cuba Libre, escribió Martí, a la sombra de un rancho de yaguas: “Es muy grande mi felicidad… puedo decir que llegué al fin a mi plena naturaleza…Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado y arrastrando la cadena de mi patria toda mi vida (…)”
El Generalísimo Máximo Gómez anotó en su diario: “A pesar de su carga que llevaba pude contemplar lo radiante de orgullo y complacencia que iba Martí por andar metido en estas cosas con cinco hombres duros.”
Pero el promotor de la Guerra Necesaria poco disfrutaría de la dicha de hombre libre bajo la campiña cubana y pocas semanas después caería en combate frente a las fuerzas españolas en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895. Pero la “Guerra Necesaria” a la que invocó ya era imparable en toda la Isla.