El día antes de confirmarle la enfermedad, Henry Osvel Tavier Sánchez se asomó al balcón de la sala 2-E del hospital y leyó otro capítulo de la biografía de Rita Montaner –guanabacoense como él–, escrita por Ramón Fajardo. “Finalmente me podré ir a la casa”, pensó, mientras los especialistas procesaban las muestras en el laboratorio.
Había ingresado al hospital “Dr. Luis Díaz Soto”, a la entrada de La Habana, en la tarde del lunes 16 de marzo. No tenía síntomas, pero venía de una zona de alto riesgo. Como guía de turismo a bordo del crucero MSC Grandiosa, Henry había desembarcado en varios puertos europeos: España, Italia, Francia. Otros le habían negado el atraque.
“El primer puerto que rechaza nuestro barco es el de La Valeta, ciudad capital de Malta, debido a que estaban pidiendo el cierre total de esta isla. Entonces fuimos recibidos por el puerto de Palma de Mallorca, en España”, dice y recuerda el desasosiego del equipo internacional de trece personas que se encargaban, junto a él, de las excursiones a bordo.
Marsella (Francia) los recibe el 13 de marzo, pero solo por unas horas, suficientes para el descanso. El clima es gélido. Allí duerme hasta la madrugada. A las cuatro de la mañana toma el vuelo de Air France que lo regresa a Cuba. Maletas, papeles, gel antibacterial, guantes, nasobuco. Todo en orden, aparentemente.
“En el camino decido decirle a mi mamá –te lo digo y me sobrecojo un poco– que yo quería guardar una cuarentena voluntaria, permanecer en aislamiento. Cuando llego le digo ´no me toques, no me toques´, que no se me acercara, que no me besara”, cuenta. Hacía 65 días que no veía a su madre ni a su abuela, con quienes vive en uno de los barrios “bulleros” de Guanabacoa, como define a su cuadra.
“Yo había vivido todo en Italia, cómo los sistemas de salud empezaron a colapsar en un mundo capitalista donde, desde el punto de vista material, tenían todos los recursos; sin embargo, se demostró que ante esta catástrofe nadie puede escapar, no importa sistema, no importa país. Y la idea de ser portador de eso para mi Cuba, me tenía un poco mal”, dice, aunque en aquellos días iniciales de marzo se repetía: “a ti no te va a tocar, Henry, a ti no te va a tocar”.
Pasó otra página del libro y comenzó un nuevo capítulo en el que se leía:
–Es usted cubana, ¿verdad?
–Sí, señor, cubanísima. Soy de un “pueblito” que se llama Guanabacoa (…) que está muy cerca de La Habana.
Dice que, como mismo se identificaba Rita “La Única” Montaner, lo hace él en el barco: “¿Tú eres cubano?; sí, señor, de Guanabacoa, cerca del centro capitalino de Cuba”. Incluso, Henry cuenta que una de las trabajadoras del MSC Grandiosa, la italiana Anabella Salder, pronuncia el nombre del municipio habanero en un itañol delicioso y con aguaje... En eso andaba cuando cayó la noche. Al otro día comenzó la pesadumbre.
“Estaba conversando con mi abuela por teléfono, que veía el noticiero, cuando escuché a Serrano. Era muy evidente: Paciente de 32 años, procedente de Francia… Y en ese minuto mi abuela intentó tapar el teléfono. Fue un momento muy duro. Salí a preguntarle al médico y es ahí cuando me confirman que era yo el caso que acababan de decir en la televisión.
“En ese minuto empezó mi odisea. Imagina el miedo que sentí. La parte más dolorosa fue tener que decírselo a mi mamá y mi abuela. Lo supe después que salí de alta, pero mi abuela se desmayó. Esa era la razón por la cual yo no escuchaba más el teléfono y pensé que me había colgado”, recuerda.
–En ese momento, ¿a quiénes tenía alrededor en el hospital?
–Estaba un señor de unos 70 años en mi habitación, que después dio negativo, y yo. Allí también el personal médico de la sala 2-E que me apoyó muchísimo. Es un impacto muy fuerte que te digan que eres positivo al coronavirus. Te lo tienen que decir y ya está. El enfermero Reynaldo Vaillant y Donnay Borges, y todo el equipo de la sala 2-E fueron maravillosos. Después me transfirieron a otra habitación donde estaba solo, el cuarto tenía buenas condiciones, realmente, y recuerdo que me paré en la ventana y dije: “Bueno, Henry, que sea lo que Dios quiera, que sea lo que la vida quiera; vas a estar aquí, tranquilo. Asúmelo”.
En su catálogo de opciones no estaba tirar la toalla y poner las manos hacia arriba. ¿Colgar los guantes? El hombre tiene que luchar para vencer. La derrota es muy fácil. “Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”, diría el pescador más perseverante del viejo Hemingway. La victoria requiere ímpetu.
–Cuando cerraron la puerta que me quedé solo, te confieso que empecé a llorar. Tenía que descargar todo aquello. Mi celular no dejaba de sonar: “¿pero eres tú, eres tú?” Todo un revuelo de gente que quería saber si realmente era yo o no.
Allí durmió solo una de las 26 noches que vivió en el hospital naval. Después lo cambiarían hacia otra sala, al final del segundo piso. Desde allí veía el campanario de la iglesia de Guanabacoa y un patio con algunos árboles. Un silencio rotundo.
“Esa fue mi realidad por muchísimo tiempo”, dice y agrega: “El coronavirus es algo muy triste. Todos hemos sido víctimas de él, por el estrés que ha traído, la incertidumbre, el distanciamiento, de perdernos alegrías. ¿Entonces qué te queda? Abrazar a tu familia cuando la tengas delante, respirar, sentir, amar, besar, tocar, esa tiene que ser la gran lección que deja todo esto. Uno aprende a valorar más las cosas”.
–Fuiste el paciente 19 de la COVID-19 en Cuba. ¿Has pensado en esa relación en los números?
–Ahora que tú me lo mencionas… sí. Fui el paciente 19 de la COVID-19 y di positivo el día 19 de marzo. No sé si el número será el de la suerte, o el de la mala suerte, pero el 19 me persiguió, y me golpeó bastante fuerte.
El tratamiento era duro. Antirretrovirales. Interferón alfa-2b humano recombinante, kaletra, oseltamivir, cloroquina, azitromicina. Diariamente, hasta que recibe la noticia que todo enfermo espera. Veintiséis días después, en la noche del 10 de abril.
“Me entero del alta médica por una llamada telefónica en la que me dicen: ´recoge, que te vas´. Tú sabes, la típica frase cubana”, recuerda.
–¿Cuál es el protocolo que tuviste que seguir en la casa?
–Continué en aislamiento en mi casa, bajo la estricta supervisión y vigilancia del doctor Israel Verde que, día tras día, venía a chequearme los parámetros de salud, y la enfermera Nereida del consultorio médico No. 30. Así lo hicieron durante 14 días, digno de todos los aplausos del mundo. Después vinieron las donaciones de mi plasma para pacientes graves. La primera fue en el banco de sangre del municipio Diez de Octubre. Habían funcionarios del MINSAP que me explicaron la importancia del programa.
Mediante la plasmaféresis, a Henry le extraen solo el plasma de la sangre y le reincorporan al cuerpo los demás componentes. Él ha creado anticuerpos dirigidos contra el virus, que sirven de ayuda a quienes hoy combaten la enfermedad. Ha donado en tres ocasiones y dice que seguirá con su “plasma guanabacoense para ayudar a mis hermanos cubanos siempre; continúo y continuaré donando cuantas veces sean necesarias”.
–Y ahora, ¿cómo te sientes?
–Imagínate que ya el PCR dio negativo. Por tanto, tengo el alta epidemiológica. No soy más un paciente con coronavirus, no tengo más coronavirus, estoy libre de coronavirus. Finalmente. (Tomado de Cubadebate).