Por: Marta Denis Valle*
La Habana, 21 may (RHC) Capturados en tierras africanas, encadenados y hacinados en los barcos negreros, los niños sufrieron el tormento de la esclavitud y luego se convirtieron también en fuentes de ganancias en los llamados criaderos en este país.
Ocurrió de forma continua durante varios siglos, con la característica particular de una migración forzada, unas veces legal y otras, clandestina, como mano de obra esclava.
En las filas de hombres y mujeres, robados de África por traficantes y vendidos como si fueran bestias de cargas, siempre hubo menores convertidos en prisioneros a perpetuidad en condiciones infrahumanas.
Ventas en el mercado
Los precios variaban, según la oferta en el año en cuestión y la edad, salud, oficio y características; más caros los adultos.
En el mercado habanero se les exhibía casi desnudos; el potencial comprador revisaba sus dentaduras, los hacía moverse, saltar, gritar, para apreciar las cualidades físicas.
En 1528 un bozal (recién llegado) costaba de 55 a 60 pesos; y el precio subió a 375 entre los años 1797 y el 1800; de 380 a 500 pesos en 1819; 500 a 600 pesos en 1821; de 200 a 250 pesos en 1831; 300 pesos en 1841; de 400 a 500 en 1854; y mil como promedio en el período de 1855-1860.
Muleque era llamado el bozal de seis a 14 años; mulecón si tenía de 14 a 18 y pieza de indias o pieza cuando contaba de 18 a 35 años de edad y medía siete cuartas de altura (alrededor 160 centímetros).
Un bozal muleque, en el año 1754, valía de 210 a 225 pesos, un mulecón 250 a 270 pesos y una pieza de indias, de 290 a 300 pesos.
Al arribar a suelo cubano eran vendidos y herrados con la marca distintiva del amo y la cicatriz dejada por esta quemadura, generalmente en el hombro izquierdo, nunca se borraría. Ese tratamiento se les dio hasta 1784 cuando una real orden de Carlos III lo prohibió.
Cuando la trata era lícita, los periódicos de La Habana anunciaban la llegada de los barcos negreros y el cargamento se vendía en el mercado de esclavos.
Había diferencia entre el precio de un negrito bozal de 10 años de edad (de 150 a 200 pesos); el de un niño criollo antes de nacer, 25 pesos, y 50 a los ocho días de nacido.
El Papel periódico de la Habana anunció el 12 de diciembre de 1790, las ventas de una negra criolla, cocinera y lavandera, coartada en 280 pesos, con una hija de 2 años por 70 pesos.
El Diario del gobierno de la Habana, el 20 de agosto de 1813, incluyó la venta de un criollito de 10 años, propio para page, sano y sin tachas, por su ajuste.
Otra oferta, la de un niño criollo de siete años, en ocho onzas oro.
La explotación de esclavitos
El encarecimiento de los esclavos y la rebeldía de los mismos, llevó a la sacarocracia a la importación de mujeres esclavas a partir de la década de 1840 y estimular la reproducción natural.
Según el último el Reglamento de esclavos de Cuba, publicado en 1842, en vigor en enero de 1843, los hijos de madres coartadas no gozarían de ese beneficio y serían vendidos como cualquier otro esclavo; hijos, padres y hermanos podían ser vendidos si convenía.
Por el mismo se propició el matrimonio, las parejas recibían un bohío o cuarto en el barracón; se estimulaba a las mujeres a parir el mayor número de hijos y durante la preñez se les vigilaba y cuidaba que tuvieran crías saludables.
En beneficio del futuro esclavo, desde los cinco meses las gestantes no trabajaban en el campo sino en otras labores, pasaban la cuarentena en la casa de criollos y después acudían a ese local para amamantar al pequeño mientras laboraban en áreas cercanas.
La madre regresaba al campo cuando el niño comenzaba a caminar y a comer con sus dientes.
Los niños nacidos en Cuba (los llamados criollitos) eran separados de sus madres hasta los siete años, periodo en que se les preparaba en la casa de criollos para obedecer y trabajar para los amos.
Entonces se incorporaban a las dotaciones y realizaban labores de campo.
El especialista del tema Fernando Ortiz (1881-1969), considerado sabio cubano, cuenta en uno de sus estudios que llamaba la atención de los visitantes, la presencia a la entrada de los ingenios azucareros, de 50 a 60 esclavitos (de seis a 12 años) surtiendo de caña el elevador del trapiche.
Los vigilaba el contramayoral (esclavo jefe de cuadrilla), látigo en mano para azotarlos, si querían descansar o comer un trozo de caña.
Algunos traficantes se aprovecharon para violentar la cría natural en Cuba, trayendo en sus barcos a esclavitos, nacidos y criados, de buena demanda entre los explotadores carentes de escrúpulos.
El famoso comerciante y hacendado esclavista el vasco Julián de Zulueta y Amondo (1814-1878) realizó en la década del 40 el jugoso negocio del tráfico de niños esclavos, adquiridos baratos en África, que ocupaban menos espacio en los barcos negreros.
En 1849 destinó un gran cargamento a su ingenio Avala (Colón, Matanzas), casi exclusivamente de niños.
En la misma época, el asturiano José Antonio Suárez Argudín García-Barrosa, considerado en su tiempo uno de los mayores traficantes de esclavos del mundo, estableció un centro de cría de niños esclavos hasta los siete años, a cargo de negras viejas, en su ingenio Angelita, en Cienfuegos.
Algo similar hizo el inmigrante venezolano Tomás Terry Adán (1806-1886), también en Cienfuegos; dueño de varios ingenios. En 1859 adquirió el Juraguá donde construyó un centro de depósito y criadero; el pequeño trapiche sirvió de pantalla para encubrir la recepción de contrabando negrero. Terry compró a bajos precios cargamentos de esclavos que arribaban a las costas cubanas en mal estado físico y cuidaba de su salud hasta ponerlos aptos para el mercado.
*La autora es historiadora, periodista y colaboradora de Prensa Latina.