El Tinajón es el símbolo camagüeyano, constituye la representación lugareña más arraigada desde la época colonial por eso se le conoce a Camagüey como la "Ciudad de los Tinajones".
Según la historia, el tinajón de Camagüey tiene sus antecedentes en la vasija andaluz, más pequeña en tamaño, pero similar en forma. Sus alfareros procedentes del sur de España, utilizaban estos recipientes para almacenar granos, aceites, arroz, etc.
Fue entonces cuando dichos alfareros asentados en Puerto Príncipe, comenzaron a fabricar desde los años del 1600 con el barro rojo de la Sierra de Cubitas, los tinajones (aunque no hay ningún tinajón inscrito con fecha tan remota, la más antigua data de 1760).
Muy pronto se comprobó que los tinajones servían como magníficos depósitos para mantener fresca el agua para el consumo humano. Tan es así que se dice que no hay agua más agradable al paladar que la guardada en tinaja.
Estas vasijas de gran tamaño se elaboraron masivamente en esta región a partir del siglo XVII, también se hicieron en otros lugares de Cuba como Trinidad y Sancti Spíritus.
La producción de estos recipientes se incrementó en el siglo XIX, pero con el inicio de las luchas independentistas a partir de 1868 casi quedó cancelada y fue entre 1878 y 1895 cuando se reanudó su elaboración.
Al ponerse de moda el tinajón, los artesanos y ceramistas camagüeyanos, empezaron a fabricarlos nuevamente, respondiendo así a una gran demanda, convirtiendo la producción, en un medio de vida nada despreciable por aquellos años.
Los maestros alfareros sentaron las bases de la actual cerámica camagüeyana. Aún hoy día se pueden descubrir algunos de los nombres de aquellos fabricantes inscriptos en sus obras.
Refieren los más longevos que cuando caían los primeros aguaceros en el mes de mayo, se lavaban los tinajones y el agua comenzaba a almacenarse en los segundos aguaceros.
Dicen que así se evitaba el "embuchado", como llamaban a las náuseas y vómitos que provocaban estas infectadas primeras aguas, que en su paso limpiaban los polvorientos canales de metal, que recorría este tan preciado líquido hacia ese recipiente ubicado debajo de los techos colgadizos, en el patio de los hogares.
Los tinajones fueron variando la forma, en esencia siempre quedó un modelo clásico que ha llegado hasta nuestros días, el típico tinajón camagüeyano, aquel de voluminosa panza, líneas geométricas delimitadas y cresta destacada, o amigdaloide.
Distintas anécdotas lo sitúan como escondite propicio para donjuanes pueblerinos sorprendidos en pleno romance, en terreno ajeno.
Según cuenta la leyenda en 1875 un soldado mambí visitaba a su hijo enfermo en la ciudad, cerca de la histórica Plaza San Juan de Dios, al ser delatado, este pudo salvarse de ser capturado por los guardias civiles españoles que lo buscaban, escondiéndose dentro de un voluminoso tinajón.
El agua contenida dentro las frescas paredes era empleada para beber y cocinar, y se acostumbraba ofrecer a las visitas para calmar la sed. Aún suele decirse, que “el joven que toma agua del tinajón se casa con una camagüeyana” o “si tomas agua de un tinajón regresas a Camaguey”.
Los tinajones camagüeyanos, proliferaron en el país, fueron arrancados de sus patios y trasladados, como ornamentos, a otros lugares, fundamentalmente a La Habana e incluso a algunas ciudades de Estados Unidos.
Junto a esta nueva generación, en los típicos patios del Camagüey, transpirando humedad de siglos, entre arecas, flores y helechos, todavía vigilan el tiempo los grandes y ventrudos tinajones.
Notables alfareros del patio, entre ellos el artista de la plástica Nazario Salazar, pudieron desentrañar los métodos utilizados por los viejos ceramistas del Puerto Príncipe, para dar vida a lo que constituyen hoy día las joyas del pasado colonial.
El artesano Miguel Báez Álvarez sembró la tradición del tinajón en Camagüey gracias a su pasión. Supo sacarle al barro sus secretos más íntimos y convertirlo en objeto utilitario u ornamental, para bien de los destinatarios.
Por demás convirtió en cultura una expresión del arte manual, de la artesanía popular, y quienes lo fabricaron transmitieron sus secretos de familia en familia.
Lamentablemente esa sabiduría fue desapareciendo en los albores del siglo XX y los maestros alfareros al morir ya no contaron con sus hijos en el relevo del oficio.
La poetisa Aurelia Castillo recordando los tinajones de su niñez, en su casona de la calle Cristo, escribió:
“Agua santa de este suelo, en el que se meció mi cuna, agua grata cual ninguna, que bajas pura del cielo. Yo te beso con anhelo, casi con mística unción, pues creo que tus gotas son, de mi madre el tierno llanto, al ver que te quiero tanto, Camaguey, tu corazón.” (Recopilación de Internet)