ciudad de Camagüey
por José Gilberto Valdés
TV Camagüey
A pesar de las regulaciones sanitarias en el enfrentamiento a la pandemia del Covid-19, la ciudad de Camagüey, en la región oriental de Cuba, se reconforta otra vez al iniciar febrero, cuando en su entramado de calles y plazas, lugareños y visitantes viven en los límites de las artes, las reflexiones sobre la historia local y la apreciación del patrimonio tangible de la otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, a los 507 años de fundada.
Puede que no haya acciones presenciales en el tradicional lectura del Bando, en los salones de exposición, programas culturales y teóricos en la Semana de la Cultura Camagüeyana, pero se han creados variantes virtuales para la consolidación de las páginas de historia y un acervo cultural, que distingue a una de las primeras siete poblaciones fundadas por los conquistadores españoles en Cuba y en América.
Según la tradición, más que teorías y criterios historiográficos, todo comenzó el dos de febrero de 1514, cuando la campaña de colonización “pacífica” y “evangelizadora” de Cuba, emprendida por Diego Velázquez, llegó a Punta del Guincho, en la hermosa Bahía de Nuevitas. En ese lugar, coincidieron un teniente de apellido Ovando, con su pelotón de jinetes, y otro grupo de españoles que arribaron por mar, procedentes de la villa primada de Baracoa.
El punto costero era bueno para la defensa ante cualquier contingencia y el comercio. Un par de años después, Sin embargo, la colonia se convirtió en “andariega” por la carencia de agua potable entre otras adversidades de la naturaleza, motivaron el traslado tierra adentro, hacia una llanura bañada por el río Caonao.
Sin embargo las relaciones con los indocubanos del cacicazgo no fueron cordiales por la explotación que sometían los colonos a los primeros pobladores en la extracción de oro y otras tareas. Los nativos se sublevan, atacan y queman el segundo asentamiento.
A marcha forzada, en enero de 1528, la Villa Principeña viajó sobre los hombros de los moradores sobrevivientes hasta una tierra prometedora, situada entre los ríos Tínima y Hatibonico. La zona era conocida por los aborígenes con el topónimo Camagueybax. Su cacique los recibe de buena gana y facilitó alojamiento, agua, leña y provisiones de viandas y frutas.
Las buenas tierras de este lugar distante del mar, casi al medio de la Isla, facilitan además de la explotación minera del oro, el desarrollo de la agricultura y sobre todo la ganadería.
Ya en el año 1741, la Villa contaba con 13 000 habitantes y en cierta manera habían mejorado las condiciones constructivas de las viviendas y otras edificaciones gubernamentales y religiosas. Desde entonces está presente el singular trazado de las calles estrechas y sinuosas que enlazan plazas y plazuelas, característica del actual centro histórico de la ciudad, declarado por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Durante la temporada de sequía mermaban, igualmente, las reservas de agua en el nuevo asentamiento y cuatro décadas después de su arribo al lugar, un grupo de alfareros inician la fabricación de vasijas de barro rojo, semejantes a las clásicas andaluzas.
Durante siglos, los habitantes han apreciado la existencia de los tinajones, los cuales ha tejido sus propias leyendas desde testigo de amores prohibidos, conspiraciones y hasta la singular frase amistosa “Quien tome de mi agua, se queda en Camagüey.”
Según consigna la destacada historiadora Elda Cento Gómez (1952 -2019) la ganadería marcó el pulso del Camagüey y la identidad de sus habitantes por siglos. Este rasgo de la sociedad principeña, fue considerado muy peligroso por un político tan funestamente sagaz para Cuba, como lo fue José Gutiérrez de la Concha. Su apreciación, escrita en 1851, resultó premonitoria:
«Sus moradores son robustos y apropósito, por lo mismo, para la guerra, porque dedicados a los duros trabajos del campo, su fuerza física se desarrolla con vigor […] su riqueza principal consiste en extensas haciendas de ganado, cuidadas o dirigidas por blancos que las recorren a caballo con frecuencia, y como los caballos abundan, y en aquel ejercicio se acostumbran a manejarlos con destreza, si la insurrección estalla, será fácil que los rebeldes formen numerosos cuerpos de caballería, muy temibles en terrenos llanos y abundantes de pastos, como lo son los de Puerto Príncipe».
En la formación de la nacionalidad cubana los “principeños” también han jugado un papel fundamental, desde las luchas independentistas en que tuvieron como paradigma a Salvador Cisneros Betancourt (1828 - 1914), quien llegó a ser presidente de la República en Armas, y a Ignacio Agramonte Loynaz (1841 - 1873) que alcanzó los grados de Mayor General en la Guerra de los Diez Años, al frente de la caballería mambisa que era el terror de los soldados españoles.
En sucesión de generaciones, los pobladores de la comarca se vanaglorian de una cultura que tiene figuras culminantes en Gertrudis Gómez de Avellanada, primera poetisa romántica hispanoamericana, de la primera expresión literaria del Espejo de paciencia, escrito durante los primeros años del siglo XVII, por Silvestre de Balboa, y por supuesto del Poeta Nacional Nicolás Guillén.
Aquí nacieron en la otrora Villa de Santa María del Puerto de Príncipe el eminente científico Carlos Juan Finlay Barres, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla, y el filósofo Enrique José Varona, impulsor de la psicología cubana.
No fue hasta el año 1903 que asume el nombre indígena de Camagüey, relacionado con el arbusto silvestre abundante en la zona de la Camagüa, o derivado del cacicazgo.
En la hora de recuento, esta primera semana de febrero, a pesar de todo, aquí estamos los camagüeyanos y camagüeyanas, cautivadores y educados, preservando orgullosos en la modernidad la idiosincrasia forjada en una villa histórica y cultural.