Dama del chal azul. Picasso
Las leyendas matanceras fueron rescatadas del olvido por el Dr. Américo Alvarado, quien recopiló las tradiciones que se trasmitieron oralmente desde los aborígenes hasta nuestros días.
Hoy, la ciudad tiene el privilegio de recordar, y narrar a las nuevas generaciones cuanto de sueño e historia entrelazaron sus primeros pobladores, tesoro enriquecido por españoles y nativos.
Sus protagonistas son también esclavos africanos y asiáticos, raíz ineludible en la formación de la nacionalidad cubana.
Cuenta una de las leyendas que en abril de 1819 llegó a Matanzas el matrimonio formado por Don Carlos Martínez de la Barrera y Doña Susana Armenteros de Baeza. El hacendado venía a residir en la finca El Pocito, muy cercana a la ciudad, para reponerse de una enfermedad que le había afectado levemente los pulmones.
Doña Susana, enamorada de Carlos, sufría la tortura de los celos absurdos del esposo, quien se creía menospreciado por suponer que su dolencia era tuberculosis. Aquí conocieron a un joven llamado Alfredo, quien vivía a menos de dos kilómetros por el camino hacia Corral Nuevo. Se volvió visita diaria, atraído por la novedad de los recién llegados de la capital. Susana le rehuía, y Carlos enloquecía de celos sin sentido.
Una noche de julio la joven esperaba a su esposo, quien se había demorado por gestiones en la ciudad. Tiró sobre sus hombros un chal azul y se aproximó al pocito que daba nombre a la finca. De pronto vio a un hombre frente a sí: era Alfredo, quien retornaba a su hogar y al verla decidió saludarla.
Susana se excusó y trató de avanzar hacia la casa, sin percatarse de que su esposo había llegado. Carlos, cegado por los celos, empuñó su daga y la dirigió al corazón de la joven. Rápido, se volteó hacia Alfredo y lo hirió también de muerte. Luego fue el silencio. El asesino conoció entonces por el joven moribundo que su esposa siempre le había sido fiel, y constató que había arrancado la vida a quien más le quería.
Al día siguiente Alfredo apareció muerto lejos de la finca. El cuerpo de Susana jamás fue hallado, pero Don Carlos ordenó cegar el pozo y arrancar el brocal.
Los campesinos del valle comenzaron desde entonces a ver, por las noches, a una mujer envuelta en un chal azul. Los viejos afirman que la zona está bendecida por esta aparición, que brinda suerte a quienes la escuchan mientras reza por el perdón de un hombre. (Tomado de GirónNoticias)