Ña Belén o La Vieja de las Calabazas de Fernandina de Jagua

Editado por Maria Calvo
2021-11-01 09:13:36

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Ña Belén o La Vieja de las Calabazas de Fernandina de Jagua

Corrían apacibles los primeros años de "Fernandina de Jagua", la colonia que fundara en 1819 Don Luis De Clouet y que hubo de llamarse Cienfuegos, en honor del ilustre hijo de Gijón, el Teniente General de Artillería D. José Cienfuegos y Jovellanos, Capitán General de la Isla, sobrino del insigne escritor, legítima gloria de la literatura hispana, Don Gaspar Melchor de Jovellanos.

La naciente población de Fernandina de Jagua, aunque de aspecto alegre por la espléndida belleza de sus alrededores y laboriosidad y buena armonía de sus habitantes, no pasaba de ser una modesta aldea de chozas y casuchas de guano, todas de sencilla y reciente construcción. Muy pocas eran las casas de madera, contadas las que tenían techado de tejas de madera y rarísimas las que lo tenían de tejas de barro.

El aspecto aldeano de la población, lo acentuaba, por otra parte, la íntima y estrecha amistad que mantenían entre sí los primeros colonos, no obstante, su diversa procedencia, los había franceses, españoles y naturales de la Isla. Todos se conocían y trataban, se ayudaban y prestaban mutuos servicios. Hacían vida cordial, sin querellas, disgustos y rivalidades, aunque es de suponer que no se verían libres de ese chismorreo más o menos inofensivo que es inevitable donde se reúnan media docena de familias y que contribuye no poco a hacer más entretenida su existencia.

Por lo mismo que todos se conocían, la presencia de un forastero era en el acto notada y comentada, y el célebre Pamuá, el tipo popular de la laboriosa colonia, lo ponía en conocimiento de Don Luis.

Éste sin pérdida de tiempo procuraba enterarse de la vida y milagros del recién venido y si había llenado los requisitos legales establecidos y estaba dispuesto a trabajar personalmente, en caso negativo, podía tener la seguridad el intruso, que sin miramientos ni contemplaciones había de ser puesto en el camino real, con la recomendación formal de que siguiera andando sin demora, hasta ponerse fuera de la jurisdicción.

En la industriosa colmena fundada por D. Luis sobraban los zánganos.
Cierto día se notó la presencia de una cara extraña, que causó no poca impresión en la tranquila colonia.

Se trataba de una mujer ya entrada en años, de aspecto sospechoso y al decir de las comadres con sus puntas y ribetes de bruja. Alta, algo encorvada, ojos pequeños y vivos, nariz corva en conversación con la barbilla, la boca sin dientes, arrugada y terrosa la piel.

Dijo llamarse Belén, y en lo sucesivo fue por todos conocida por Señá o Ña Belén. Estableció sus reales en el barrio de las Calabazas, por eso también se la conoció por la "Vieja de las Calabazas".

La presencia de Ña Belén inquietó por unos días y dio materia de chismorreo a las comadres y aun fue el tema de conversación de las personas sesudas. Nada se sabía acerca de su procedencia.

Mientras unos aseguraban que era una infeliz que en busca de mejor suerte había venido del poblado de Yaguaramas, cabalgando en un buey, que era toda su hacienda, otros, dando ya por seguro que se trataba de una bruja, afirmaban muy formalmente que un sábado por la noche había llegado de Canarias, montada en una escoba larga y mugrienta.

Lo cierto es que Ña Belén no fue una carga para nadie y que no hubo motivo para echarla del pueblo, con disgusto de los que, considerándola como verdadera bruja, hubieran deseado verse libres de su poca agradable presencia. Se ganaba la subsistencia ejerciendo el oficio de lavandera y practicando el siempre socorrido de curandera, y como tal llegó a adquirir tanta fama, que fue una competidora terrible de los primeros médicos que tuvo la colonia, D. Domingo Mongenié, Don José Vallejo y del boticario D. Félix Lanier.

Algunos aciertos que tuvo al principio Ña Belén, debidos más a la casualidad que a su saber, le dieron fama de curandera, siendo creencia general que podía curar todas las enfermedades, por graves que fueses.

Aquellos fueron los días de gloria de Ña Belén; más no tardaron por su mal en venir los de desgracia. Como tantos otros, la fortuna, tornadiza, le volvió las espaldas.

Sucedió que tomaron incremento las terciarias y las fiebres que empezaban con manifestación de frío, siendo no pocos los colonos atacados.

Enseguida le echaron la culpa a Ña Belén. Por si esto fuera poco, la acusaron también de envenenadora y de que enfermaba a los niños con alferecías.

La fantasía popular, que se complace a veces en la creación de las mayores aberraciones, que da luego por artículos de fe, supuso que Ña Belén arrebataba, al menos descuido de las madres, a sus hijitos enfermos y a su miserable bohío del barrio de Las Calabazas, con una gran sarta de niños, muertos o moribundos, que le colgaba del brazo.

Luego sometía los cadáveres a manipulaciones repugnantes y obtenía grasa misteriosa, y con ella y ciertos signos y palabras cabalísticas, lograba trasladarse todos los sábados, cabalgando en la consabida escoba, a las más distantes regiones, que algunos creían eran las Islas Canarias.

Como es de suponer, tales versiones, trasmitidas de boca en boca y considerablemente corregidas y aumentadas, infundían alarma y terror en el corazón de las madres, que ni por un momento se atrevían a dejar a sus hijos solos, sobre todo si estaban enfermos.

Es difícil prever a qué extremo de violencia hubiera llegado aquel estado de ánimo colectivo a los pacíficos habitantes del primitivo Cienfuegos, de haberse prolongado algún tiempo.

Afortunadamente, de la noche a la mañana desapareció Ña Belén, sin dejar rastro, sin que nadie pudiera decir qué había sido de ella, si había muerto o se la había llevado el diablo. Pero como la incertidumbre no cabe en la mente del pueblo sencillo y candoroso, enseguida vino la explicación de la misteriosa desaparición de la Vieja de las Calabazas.

Se dio por cierto y averiguado, que un sábado, en tanto se remontaba la bruja en el espacio, cabalgando en su escoba y llevando una gran sarta de niños muertos colgando de una mano, sosteniendo con la otra un enorme paraguas y rodeada de murciélagos y lechuzas, una madre que acababa de perder a su hijito, al verla, precisamente en el momento que la bruja parecía alcanzar la Luna, la conjuró con los sagrados nombres de Jesús, María y José.

Al instante, la maldita bruja estalló como un cohete, sus chispas rodaron por la estrellada bóveda celeste y se apagaron en el horizonte.

Otra explicación se dio de la desaparición de la bruja, sin que obtuviera el favor de la primera, no obstante ser más verosímil. Se rumoró que algunos vecinos que, como el resto del pueblo, achacaban a la bruja las epidemias reinantes y otros desaguisados, reunidos cierta noche, se dirigieron con sigilo al bohío de la vieja, le dieron muerte y la enterraron en un lugar que más tarde ocupó una tienda de víveres que, por extraño humorismo de su propietario, la denominó con el nombre de "La Vieja de las Calabazas".

Hay quien asegura que ninguna de las dos apuntadas versiones es la cierta, y que lo sucedido fue que el celoso y avisado Don Luis De Clouet, comprendiendo que era peligroso para la tranquilidad de la colonia, que continuara Ña Belén, procuró convencerla de que debía abandonar aquellos lugares, pues en ello le iba la propia vida, y la vieja, prudente, aprovechó las sombras de la noche para irse sin que nadie la viera.

Cuando alguna curiosa mujer preguntaba a Don Luis:

- ¿Y Ñá Belén? ¿Qué es de ella?

Aquel respondía con su castellano marcadamente afrancesado y dando a sus palabras un suave triste irónico:

- Señora, la Vieja de las Calabazas se fue, noticiándome que está dispuesta a volver, si la ocasión se le ofrece, para apoderarse de los niños cuyas madres no los vigilan ni cuidan como es debido, pero yo, señora, no permitiré que la bruja vuelva, porque sabré impedir que las madres dejen abandonados a sus hijos, castigando a la que tal haga.

Efectivamente, la bruja, o lo que fuera, no volvió a Fernandina de Jagua mientras vivió Don Luis.

¡OH, vosotras, madres amorosas que idolatráis a vuestros hijos, no los abandonéis, dejándolos en manos extrañas y mercenarias, para satisfacer pruritos de comadreo o ansiosas de mundanas diversiones! Recordad a la Vieja de las Calabazas, que puede cumplir su fatídica promesa de volver y arrebataros, aprovechando vuestro abandono, al hijo de vuestras entrañas. (Tomado del portal del ciudadano de Cienfuegos) (Tradiciones y leyendas de Cienfuegos)



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