Izuky Pérez Hernández asiste a las quinceañeras (+Fotos)

Editado por María Candela
2024-08-17 10:46:14

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Captura de pantalla de izukyphography.com

Por: Daniel Céspedes Góngora

Los acontecimientos con costumbre de celebración en la contemporaneidad no garantizan siempre la certeza de sus orígenes. Como algunos hechos casi olvidados que se investigan, sus principios pueden ser tan caprichosos como las variaciones asumidas en cada país. Así con las Sweet Sixteen de los Estados Unidos, el baile de debutante en Brasil, la fiesta de quince o ‶los Quince″ en Cuba…

El hecho que en nuestro país tiene categoría de acontecimiento en el seno familiar, varía de acuerdo al estrato social de quienes festejan. Una vez que los ahorros no fueron suficientes y la contribución llegó por otras vías, se pudo tirar más confiadamente la casa por la ventana y contribuir a la ‶armonía″ del paisaje citadino. La quinceañera logró abandonar el semidesnudo en la ducha para ser más provocadora en la calle.

Aquella tradición maya y azteca, en que la niña devenía mujer y aprendía no solo para su futura vida matrimonial; aquella tradición del vals y los mejores vestidos introducida en Latinoamérica por el emperador mexicano Maximiliano y su esposa Carlota, nunca tuvo un sustento bíblico, lo que no quiere decir que careciera de proyección religiosa más allá de su asociación en México y Colombia con el catolicismo. Al respecto, se recuerda aquella película de Alfredo B. Crevenna que se llama justamente Quinceañeras (1960).

Captura de pantalla de izukiphography.com

Etapa que se deja para entrar en otra, es el intento de asumir una primera madurez de la persona que ya es adulta o tiene que parecerlo, pues será presentada en sociedad. En rigor, es una celebración de la vida. Cuando en Cuba, con influencia de España y Francia, fue en los siglos pasados el período de preparación o de aviso de que la chica podía pensar en el matrimonio y sus consecuencias como puede apreciarse en el largometraje Vals de la Habana vieja (Luis Felipe Bernaza, 1988), la actualidad cubana anuncia que ya ‶la niña″ puede tener novio. Pero previamente, incluso con anterioridad a la fiesta y los vídeos reclamados incluso por los varones quinceañeros, se precisa del registro tradicional para la posteridad que representa el álbum de fotos.

Se trata entonces de encontrar o fabricar —de estar ausente— una belleza recordable para familia, amigos y posible novio que viene en camino. La quinceañera, mezcla habitual de ingenuidad y sensualidad, pide en el fondo que sus vestidos y hasta su maquillaje no sobresalga por encima de semblante y poses. Desde hace tiempo, le compete al fotógrafo desapegarse ya de cierta delicadeza de la retratada según nuevas reclamaciones que tienen que ver no tanto con el empoderamiento, sino con influencias de íconos culturales o falsos ídolos. La efectividad del fotógrafo de quince ya no depende tanto de su técnica como de su asimilación de imágenes repetitivas de conductas y cánones de belleza actuales. El canon está anticipado por la insistencia —casi siempre consciente— de una estética determinada.

Ir contra lo establecido en el retrato de quinceañeras, demanda primero un proceso de convencimiento en que el carisma del fotógrafo sea, en principio, determinante. Luego, es que se puede intentar ser creativo como ha logrado serlo Izuky Pérez Hernández,[1] artista del lente especializado en desnudo y paisaje urbano. Pero que, abierto a ″hacer de todo‶, gusta y busca una suerte de singularidad en que sobresale el aprovechamiento de un espacio reconsiderando por lo general la posibilidad de crear atmósferas. Aunque dependa de la relación entre lo fotografiado y quien particulariza un detenerse a observar, no se trata de que la atmósfera se humanice. Es un empeño de mirada de conjunto. Lo que ingresa en la lente debiera importar. Esa búsqueda de atmósferas ha tenido muchos encuentros harto atendibles en la fotografía de quinceañeras de Pérez Hernández.

Captura de pantalla de izukyphography.com

Romper con estos esquemas simbólicos y de comportamiento, impuestos y naturalizados desde el medio familiar-cultural, presupone un esfuerzo y un acto de valentía  por parte de sus protagonistas, máxime cuando dicha ruptura muchas veces bracea en contra de las reglas familiares o sociales, pues, ante todo, busca la realización personal y la construcción de una identidad que satisfaga las aspiraciones de los individuos.[2]

Izuky Pérez Hernández es consciente de que romper estereotipos depende, a ojos vista del público, no tanto de cuanto piense la retratada como de la conformación de su imagen. De manera que «la construcción de una identidad que satisfaga las aspiraciones de los individuos», no es definitiva pero sí más comprometida por el álbum de fotos que por la proyección en la fiesta de quince.

Siguiendo la máxima de Henri Cartier-Bresson de que «fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje», como los niños, los paisajes corporales y citadinos, que ya son obsesiones reclamadas por la cámara de Izuky Pérez Hernández y quienes seguimos su arte de secundar la mirada y la memoria, enaltece asimismo el universo competitivo de quinceañeras con rigor y maestría.

[1] https://izukyphography.com/photo-galleries-havana-cuba/magazine-covers-and-publications-by-izuky
[2] Maikel José Rodríguez Calviño: «El corazón por la boca: sujetos queer en la fotografía cubana», en Estudios críticos sobre fotografía cubana: Rafael Acosta de Arriba (coord.), La Habana: Editorial UH, 2020, p.283.

 


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