por Alina M. Lotti
Tres vueltas en sentido contrario a las manecillas del reloj. La gente la acaricia una y otra vez, como si fuera una deidad. La ceiba de El Templete —ahora con apenas 15 años de vida y ocho metros de altura, nativa de la comunidad Las Terrazas, en Artemisa— se apresta también a las festividades este 16 de noviembre por el aniversario 497 de San Cristóbal de La Habana.
De todas partes de la capital, incluso de otras provincias, los cubanos continúan dando vida a una tradición tan antigua como la propia Villa. Algunos le echan quilos prietos, monedas, pero lo cierto es que hombres, mujeres y niños —silenciosos o no— dejan allí, a su resguardo, confidencias, deseos y aspiraciones.
Cuestiones de salud, ansias de casamiento o de viajes, y hasta solución de conflictos maritales u otros personales se le “piden” a este árbol de gran significación para algunas religiones, que en las de origen africano representa a Iroko*.
Leyendas, creencias, historias pasadas.
Sobre esta ceiba, situada a los pies de El Templete —singular espacio diminuto, de arquitectura neoclásica, en cuyo estrecho recinto descansan los restos del pintor francés Jean Bautista Vermay (1786-1833), y donde según se cuenta se celebró el primer cabildo de la ciudad— se han tejido disímiles leyendas.
En siglos pasados algunos historiadores la consideraron “apócrifa”. Tal fue el caso del patriota villareño Antonio Miguel Alcover (1875-1915), quien fuera traído hasta nuestros días por el investigador Félix Julio Alfonso López en su artículo publicado en internet La Ceiba y el Templete: historia de una polémica.
Según consideraciones de Alcover los cubanos no debían reverenciar este supuesto árbol bajo cuya sombra “se habrían arrodillado, sin fe ni sentimientos nobles, algunos sátrapas de los que, como Tacón, Balmaceda y Weyler, pisaron y ensangrentaron nuestro suelo”.
Por otra parte, el sabio Manuel Pérez Beato (1857- 1943), quien en los últimos años de su vida fue historiador de La Habana, también se opuso al ritual alrededor del árbol, por considerar que tenía una connotación ominosa, pues aquí azotaban a los “delincuentes”, que incurrían en determinadas penas.
En honor a la verdad, los azotados no eran otros sino los negros esclavos criollos o africanos sorprendidos hurtando casabe para vender o alimentarse, quienes eran condenados a cien latigazos amarrados al tronco descomunal, de gran sacralidad.
Otros enfoques de la ceiba y el monumento de El Templete han existido. No obstante, el sabio etnólogo cubano Don Fernando Ortiz, según narra la literatura consultada, ofreció un giro radical en las creencias que se tenían hasta esos momentos.
En su opinión, contraviniendo a la tradición que prevalecía desde José Martín Félix de Arrate y Acosta (considerado como el primer historiador cubano), el simbolismo de la ceiba no era eminentemente religioso.
“Creemos que la ceiba del Templete —afirmó categórico— fue el emblema de la municipalidad de la villa de la Habana y el más antiguo y permanente emblema de libertades ciudadanas que conservamos en Cuba”.
Nueva ceiba y antigua tradición
Desde entonces ha llovido mucho, más la tradición se mantiene, no solo por quienes practican alguna religión sino por todos aquellos que siembran sus esperanzas en que las tres vueltas, los deseos y el dinero depositado en sus raíces puedan dar resultados.
Cada 16 de noviembre —fecha en que se fundó San Cristóbal de La Habana— el lugar es visitado por cientos de personas, que no siempre esperan la medianoche para realizar el ritual, y desde horas tempranas del día hacen sus ruegos con el propósito de evitar las aglomeraciones y las largas colas.
A principios de este año un acontecimiento singular detuvo allí la mirada: una brigada de la empresa constructora Puerto Carenas, de la Oficina del Historiador de la Ciudad retiró en la mañana del martes 9 de febrero la ceiba que ya llevaba 56 años en el sitio, debido a su marcado deterioro por los estragos del comején.
Según se cuenta, la primera de estas ceibas murió a mediados del siglo XVIII, y a partir de entonces tales ejemplares han sido reemplazados varias veces desde que el gobernador el capitán Francisco Cagigal de la Vega (ortodoxo y profanador de monumentos históricos) mandara a cortar la primigenia.
Hoy en El Templete, todavía no muy frondosa por su “juventud”, vive la sembrada en marzo de este año —apenas un mes y unos días luego de haber sido desenterrada la anterior—, que sin dudas continuará siendo todo un ícono de la ciudad maravilla, a la cual le han cantado los más inspirados poetas y compositores.
Ahí están las Sábanas Blancas de Gerardo Alfonso, un genuino canto a esta ciudad, que tampoco dejó a un lado el árbol mítico: Habana, mi gran habana/Costumbre de darle una vuelta a la ceiba de noche/Y fiestas en casas de barrios modernos y pobres/de gente noble...
* La ceiba es considerada la casa de todos los santos. Es el árbol sagrado de la religión afrocubana, también de los mayas, de los aztecas de los incas. Existen controversias en cuanto a los nombres de la ceiba y de Iroko. Así, muchos religiosos y hasta experimentados Babalawos discuten hasta nuestros días que se trata del mismo árbol. Sin embargo, la Ceiba, siempre ha sido llamada Araba en Nigeria, e Iroko sería la caoba, que nunca estuvieron completamente de acuerdo en ningún asunto.
(CubaSí)