Por: Vladia Rubio / CubaSí
En un contexto de familias reconstituidas, ensambladas, la mujer cubana de estos tiempos asume roles bien distintos a los de sus abuelas, mientras otros, como el de madrastra, los tiñe con nuevos matices.
Belkis J. debía estar contentísima, pero no es así. Adora a su pareja, con la que se lleva súper bien y lleva casi dos años, pero sin convivir bajo un mismo techo. Ahora, él acaba de proponerle «dar el salto»: vivir juntos, y ella, en vez de alegrarse, titubea.
De momento se dice que sí, que lo hará; y al instante, tocando madera, musita por lo bajo: qué va, ¡solavaya!
Él es lo máximo para Belkis, apenas le encuentra defectos y sí muchísimas virtudes. Pero tiene algo que podría volverse un saco de problemas: dos hijos adolescentes viviendo con él. Y Belkis no acaba de verse en el papel de madrastra.
En Cuba, como en no pocos países, aun cuando la familia nuclear sigue predominando, el modelo tradicional de familia ha ido cambiando. En su lugar, va apareciendo lo que estudiosos del tema han dado en llamar familia reconstituida o ensamblada.
Se trata de aquella donde al menos uno de los miembros de la pareja es divorciado o viudo y al establecer la nueva unión, uno o ambos suman a la convivencia sus hijos de relaciones anteriores.
Es en esta nueva familia, reconstituida, donde la madrastra o el padrastro ocupan un lugar bien especial, a la vez que, con su advenimiento, se reestructuran roles, reglas, límites y jerarquías, mientras que, desde el punto emocional, acontecen también impactos y replanteos de variado signo.
La doctora Patricia Arés Muzio, profesora titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana y presidenta de la Sociedad Cubana de Psicología, asegura que una familia es potencialmente más funcional en tanto logre un equilibrio en el cumplimiento de sus funciones y disponga de recursos adaptativos para enfrentar los cambios.
Y no son pocos los cambios a que se ve abocado un hogar reconstituido. Aunque a los hijos correspondan ajustes de los más importantes en el ámbito de la dinámica familiar y también en su vida emocional —que puede no estar exenta de sentimientos de culpa o de celos—, los ajustes incluyen a todos y cada uno de los miembros de la familia reconstituida, incluyendo, claro está, a madrastras y padrastros.
Sin dudas, ambos vocablos no son bonitos, y en el imaginario popular, para algunos, continúan portando una carga de signo negativo.
En buena ley, la profesora adiestrada del Departamento de Derecho Civil y de Familia de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, Anabel Puentes Gómez, precisa que «Los términos de padrastro o madrastra se usan generalmente en sentido estricto cuando la madre o el padre han fallecido para designar al esposo(a) del progenitor vuelto a casar. Hoy en día, por extensión, se llama padrastro o madrastra al segundo esposo(a) vuelto a casar después del divorcio».
Pero la propia doctora Puentes Gómez acota en su texto «Las familias ensambladas: Un acercamiento desde el derecho de familia», que «teniendo en cuenta el carácter peyorativo de estos términos, sería conveniente que, a pesar de la ardua tarea de transformar concepciones sociales, se denominara a dichas personas “madre afín” y “padre afín”, designaciones que derivan del vínculo de afinidad que une a un cónyuge con los hijos del otro».
Mujer, madre, madrastra
Aunque no parecen abundar estadísticas, al menos públicas, de la cantidad de mujeres cubanas en el papel de madrastras, el aumento gradual de los niveles de divorcialidad y consensualidad en la Isla pudiera indicar también cierto crecimiento en el número de padrastros y madrastras, a partir de un mayor número de familias reconstituidas.
De todas formas, vale precisar que no todas las segundas uniones deben ser entendidas como familias ensambladas, porque no todos esos hogares se estructuran con una pareja que tiene un hijo del matrimonio anterior.
Sí parece ser tendencia que las familias reconstituidas fruto de uniones no formalizadas, sean el subgrupo más numeroso dentro de las familias de este tipo en general.
Aunque los hogares reconstituidos incluyen a Ellas y Ellos, se habla aquí en particular de la mujer, porque «ha sido una de las protagonistas fundamentales de los cambios que han impactado el desarrollo de la familia en nuestra sociedad, durante los últimos años. Continúan siendo las mujeres figuras centrales en la familia, las que garantizan no solo la reproducción física de sus integrantes, sino también un nivel de comunicación e intercambio afectivo al interior del grupo». Así lo asegura la psicóloga Yohanka Valdés Jiménez, investigadora del Departamento de Estudios sobre Familia, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas del CITMA.
En su investigación «Impacto psicológico del divorcio en la mujer. Una nueva visión de un viejo problema», la estudiosa recuerda que «la mujer constituye una figura clave en el funcionamiento de este grupo humano, por lo que le corresponde —desde la asignación cultural— garantizar la calidad de vida familiar y ser protagonista de las diversas estrategias que se despliegan para enfrentar la coyuntura socioeconómica actual».
De ahí que sobre ella, en su rol de madrastra o madre afín, pudieran recaer con mayor fuerza conflictos como el que apunta a cierta sensación de que ya ella no es la prioridad número uno para su pareja. Esto, al constatar desde el día a día los vínculos afectivos con sus hijos.
Asimismo, los modelos que ella trae del funcionamiento familiar no siempre coinciden con la familia en que se inserta, y en tal punto la clave no está en imposiciones o disgustos, sino en flexibilidad, aceptación o persuasión.
Al mismo tiempo, como existe una madre biológica, residiendo en otro hogar, o solo en el recuerdo, esta madrastra deberá coexistir con esa presencia virtual sin propiciar contrastes, aun cuando estos fueran evidentes y en detrimento de la ausente.
Pudiera también acontecer que se tratara del caso contrario: Ellas, como recién llegadas, «no dan la talla» en comparación con la madre biológica, más dada a los quehaceres domésticos o con otras virtudes, y eso la deja bastante mal parada ante los hijos del esposo y otros parientes.
Como tendencia, los hijos siempre rechazarán cualquier intento por suplantar a su verdadera mamá, y si a ello se agrega que en algunos casos esta descendencia empieza a repartir su vida entre dos hogares: el de la madre y el de papá con su nueva compañera, entonces el clima pudiera ponerse más tenso, si, a la vez, la cohesión familiar propende a resquebrajarse junto a lógicas normas y controles.
La madrastra o madre afín se inserta en un hogar donde, quiéralo o no, se está viviendo una pérdida, una fractura, lo cual puede percibirse incluso años después de instaurada la nueva unión, afectando la fluidez de la dinámica hogareña.
Se añade a lo anterior que su pareja, aun concluida la relación con la madre de sus hijos, debe continuar vínculo con los parientes de ella, porque también lo son de la descendencia de ambos: abuelos, tíos y otros; y esto pudiera complicar más el panorama, en caso de que tales figuras opinen e incluso actúen para menoscabar su rol de madrastra.
De igual manera, la madre afín pudiera tropezar con la actitud asumida por la madre biológica, quien, preocupada por ver mermado el cariño de sus hijos o movida por otras razones de orden sentimental, intente ante estos socavar su valía y autoridad.
Quizás por tantos vientos en contra, «pocas veces se enaltece la acción positiva y es escaso el esfuerzo (desde la ley) por apoyar su función de cooperación en la crianza y formación de los hijos del otro integrante de la pareja. Sin embargo, los llamados padrastros o madrastras pueden haber establecido relaciones significativas con los hijos de su cónyuge, sin que la preservación de esta relación tenga ninguna cobertura legal».
Así reflexiona la licenciada en Derecho y profesora Puentes Gómez, ya mencionada en este texto. Y abundan ejemplos de cómo mujeres cubanas, simultaneando con sus responsabilidades sociales el casi siempre difícil rol de madrastras, dan lo mejor de sí en este empeño, borrando de este modo los tintes oscuros que tradicionalmente han acompañado a ese vocablo, con el apoyo de clásicos de la literatura infantil. Blancanieves y Cenicienta pusieron grandes piedras en el camino, a qué dudarlo.