Por Martha Ríos

El 10 de diciembre de 1902, la historia de la mayor isla de Las Antillas no recoge otro suceso más importante que el nacimiento de “una de las cubanas fundamentales”, como dijera  de Dulce María Loynaz, el poeta, escritor y ensayista Eliseo Diego (1920-1994) coterráneo suyo.

Vino al mundo como María Mercedes Loynaz y Muñoz, grácil criatura en cuya personalidad, ternura y firmeza tenían un lugar común.

Signada estaba para ser inscrita como la más universal de nuestras poetisas del siglo XX. Se supo desde que publicó a los 17 años de edad sus primeros poemas en el diario ‘La Nación’.

A todas las obras que escribió, entre ellas, ‘Últimos días de una casa’; ‘Poemas sin nombre’; ‘Juegos de agua’; ‘Bestiarium’; ‘Poemas náufragos’… las llenó de cubanía y del dulce sabor a trópico.

El resto de su fructífero quehacer que comprende las novelas ‘Un verano en Tenerife’, y ‘Jardín’, además de ensayos, críticas y epístolas, no escaparon a la sensibilidad y el lirismo de este paradigma de las letras hispanoamericanas.

Así lo reconocieron personalidades tan excelsas como Gabriela Mistral (1889-1957) Premio Nobel de Literatura en 1945; Federico García Lorca (1898-1936), y Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Premio Nobel de Literatura en 1956, con las que intimó durante su paso o estancia en La Habana.

Procedente de una familia de estirpe mambisa y muy culta, Dulce María se doctoró en Derecho por la Universidad de La Habana, en 1957.

En 1951 fue elegida miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras; en 1959, de la Academia Cubana de la Lengua; y en 1968 integró la real Academia Española de la Lengua.

Cuba la reconoció en 1987 con el Premio Nacional de Literatura; y en 1992, con 90 años de edad, por su decisiva contribución al Patrimonio Cultural Hispánico, fue coronada con el Premio Cervantes, considerado el Nobel de las Letras castellanas.

Se convirtió entonces, en la segunda mujer que lo obtenía. La primera fue la española María Zambrano, en 1988.

También se le otorgó la Orden honorífica española Cruz de Alfonso Décimo El Sabio, por sus méritos en el campo de la cultura y la investigación, además del Premio Isabel la Católica, de Periodismo.

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