En el siglo XIX, se impulsó el crecimiento de las barriadas de El Carmelo y El Vedado. Residencias de todos los tamaños, lujos y estilos surgieron por doquier. Se pobló no solo la parte baja, aledaña al mar, sino también la zona de la Loma, desde la calle 9 hacia el sur.
Se dice que los primeros vecinos de la zona fueron el conde de Pozos Dulces y su familia. Habitaron una típica casona criolla que se localizaba entre las calles 11, 13, C y D, para trasladarse después para Línea esquina a D.
El doctor Antonio González Curquejo fue también de los pioneros en construir, en 1880 construyó en la esquina de Línea y B una residencia. También la familia Labarrere, que en 1891 construyó su vivienda en 3ra. entre Paseo y A.
Los hermanos José y Cirilo Yarini, médico muy famoso el primero, se estableció en Línea y C, en tanto que el otro, uno de los introductores de la estomatología moderna en la Isla, tendría su residencia en Línea y 6. Ambos tíos del célebre chulo Alberto Yarini.
En Calzada entre Paseo y 2 estuvo la botica del doctor Bueno, quizá la más antigua del Vedado, y en Línea y D estaba el quiosco de don Salvador, con su expendio de zambumbia, agua de Loja, horchata, agua de cebada.
Entre los cinematógrafos de la barriada estaba la sala Vedado, en Calzada y Paseo, cine de categoría, de a 20 centavos la papeleta, con sillas de tijera que el público movía a su antojo en la platea y con palcos que eran alquilados por las familias. El cine Gris, en E entre 17 y 19, de menor rango, disponía de una tertulia ruidosa y alegre. Sus palcos tenían una particularidad: resultaba casi imposible ver la película desde ellos.
El cine-teatro Trianón situado en Línea y Paseo, fue, en los años 20, uno de los principales de la capital, y el teatro Auditórium, hoy Amadeo Roldán, en Calzada y D, se inauguró el 28 de diciembre de 1928. Era propiedad de la Sociedad Pro Arte Musical y dispuso de 2 600 asientos y 24 palcos.
En la zona había varios hoteles de apartamentos; el muy lujoso de 19 y 8, el de Paseo y 25 y el de 25 esquina a G.
En 1883 se inauguró, en Calzada esquina a 2, el salón Trotcha, que se destinó a hotel y que no solo fue muy apreciado como establecimiento hotelero, sino por sus bellísimos jardines, descritos por Julián del Casal en una de sus crónicas.
Hasta 1895 hubo un desarrollo notable en el caserío de El Vedado. La cercanía del mar hizo que el barrio cobrara relevancia. A partir de 1864, en la línea de la costa, desde G hasta 6, se establecieron varios balnearios. La calle E fue conocida popularmente con el nombre de Baños, porque llevaba a las pocetas del balneario El Progreso. Muy cerca del Trotcha, en lo que hoy sería Malecón y Paseo, estaban los baños de Carneado.
Tras el fin de la Guerra de Independencia, en 1898, y la instauración de la República neocolonial, en 1902, el Vedado adquirió un auge inusitado.
El Paseo del Prado y la barriada del Cerro quedaban definitivamente desplazados en la preferencia de la gente con suficientes recursos para hacerse de vivienda propia.
Los ricos de abolengo abandonan la atestada y ruidosa Habana Vieja y compran terrenos y construyen en la barriada. También los nuevos ricos y no pocos altos oficiales del Ejército Libertador que cobran sus haberes.
Llegan además los que hacen fortuna a costa de la política y se asientan, por lo general, en los alrededores de la Universidad; una zona que la voz popular bautizó como el barrio de los apaches.
Es allí donde construyen sus residencias Gerardo Machado, 27 entre L y M, Orestes Ferrara, San Miguel esquina a Ronda, José Manuel Cortina, en calle K a un costado del centro de estudios universitarios, el general Alberto Herrera y el comandante Rogerio Zayas Bazán, ambos en L entre 23 y 21.
En 1930 quedó abierto el Hotel Nacional, pero antes existían en la barriada, para recordar solo los que subsisten todavía, el Victoria, que fue originalmente una casa de huéspedes, y el Presidente, que el dictador Gerardo Machado dejó inaugurado al abrir su puerta principal con una llave de oro.
Ya para entonces los Gómez Mena habitaban en su palacio de 17 y E, actual Museo de Artes Decorativas, donde a partir de 1938 la condesa de Revilla de Camargo auspició las fiestas individuales más grandes de Cuba.
No tardarían en surgirle rivales poderosos a la nueva barriada, con los repartos del oeste de La Habana, del otro lado del Almendares, donde terminarían avecindándose los más ricos.
Quedaron entonces en El Vedado los tradicionalistas, pero aun así, sigue siendo, para vivir y trabajar, la mejor zona de La Habana. (Internet)