por Guillermo Alvarado
Bajo la garantía de 15 presidentes, cancilleres y altos funcionarios de un gran número de países, así como representantes de organismos internacionales, el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, FARC-EP se aprestan este lunes a celebrar la ceremonia oficial de firma de los acuerdos de paz y poner fin a este conflicto que durante más de medio siglo enlutó a esa nación.
Cuatro años de negociaciones en La Habana, no exentos de altibajos, impulsados por todas las facilidades y buenos oficios de Cuba, país sede de las pláticas, así como de Noruega, el otro garante en este proceso, desembocaron en el anuncio el 24 de agosto de que se había alcanzado un pacto definitivo para acallar las armas.
La firma de la paz entre los ya antiguos contendientes tendrá lugar en el majestuoso escenario de la ciudad de Cartagena de Indias, ubicada a la orilla del mar Caribe y donde late una historia de más de 500 años.
Si bien aún falta para declarar definitivamente el triunfo de la paz en Colombia, porque faltan aún escollos por superar, entre ellos negociar con otra organización insurgente, poner fin al paramilitarismo y las bandas del narcotráfico, y cerrar las bases militares estadounidenses asentadas en ese territorio, el fin del conflicto entre el Estado y las FARC-EP nos llena de beneplácito a todos los que consideramos que un mundo mejor es posible, un mundo donde la concordia y el entendimiento pongan fin a la hostilidad y la violencia.
Muchos de los que asisten a esta ceremonia son firmantes de la declaración de América Latina y El Caribe como una zona de paz, libre de armas nucleares y donde las desavenencias se resuelvan por el diálogo político.
Luego de la rúbrica del acuerdo habrá un breve compás de espera hasta el plebiscito del domingo próximo, cuando la población expresará en las urnas su respaldo, o no, a la paz entre el ejecutivo y esta organización rebelde.
Si, como se espera, triunfa la opción del Sí, se abrirá entonces el camino a las transformaciones necesarias en el país, entre ellas una reforma rural integral, la participación en la vida política de los exguerrilleros, el combate contra el cultivo, la producción y el tráfico ilícito de drogas y la compensación a las víctimas, lo que incluye la creación de un sistema de justicia transicional para juzgar los crímenes graves que se hubieran cometido a lo largo del enfrentamiento.
Comienza entonces un nuevo capítulo entre los colombianos, cuya prueba de fuego será garantizar la seguridad y la integridad física de quienes depusieron las armas para buscar por otras vías el objetivo de construir un país mejor, donde todos los ciudadanos disfruten de sus derechos fundamentales.
Es un día de fiesta y una jornada para meditar en el legado de los padres fundadores de nuestra identidad latinoamericana y caribeña, entre ellos José Martí, Simón Bolívar, Augusto Sandino, Farabundo Martí, Ernesto Guevara y tantos otros que abrieron la vía a la libertad y la democracia, las de verdad, no las que nos venden desde el norte, cada vez más revuelto y más brutal.