Por: Guillermo Alvarado

A partir de la campaña electoral en Estados Unidos, que ante la sorpresa de casi todo el mundo llevó a la Casa Blanca al magnate Donald Trump, se popularizó un concepto nuevo al que incluso se le considera como un símbolo de una nueva época, “la era de la posverdad”, un mundo en el que, en pocas palabras, las opiniones tienen mucho más valor e importancia que los hechos.

Por el contenido de sus discursos al nuevo presidente norteamericano se le imputa de encabezar esta corriente, lo cual no deja de ser cierto, pero es parcial porque en la práctica este nocivo modelo de in-comunicación social se experimentó con éxito por lo menos en un par de ocasiones en nuestro continente.

El diccionario de Oxford, que consideró a este término como la palabra del año en 2016 por el crecimiento meteórico de su uso, considera que la posverdad ocurre cuando "los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales".

El periodista uruguayo radicado en México Carlos Fazio afirma que cuando se abre paso esta corriente, tiene lugar una guerra protagonizada por los medios de comunicación hegemónicos contra los pueblos de Nuestra América, con el objetivo de construir e imponer imaginarios colectivos afines a la ideología y la cultura dominantes, léase la estadounidense, para manipular y controlar las conciencias de manera masiva.

Un ejemplo de ello es el guión del golpe de Estado parlamentario perpetrado contra la legítima presidenta de Brasil, Dilma Rousseff.

Durante meses esos grandes medios, locales e internacionales, vinculados a la derecha y el poder económico bombardearon a la población con falsedades, mentiras y medias verdades hasta lograr lo inimaginable, que los verdaderos corruptos juzgaran a Dilma por corrupción y propiciaran así su salida del poder.

¿Recuerdan ustedes la campaña contra Evo Morales previa al referendo para determinar si podía presentarse otra vez como candidato a la presidencia de Bolivia, con un hijo imaginario incluido? Lo más importante nunca fue discutir el hecho, la existencia o no de ese niño. Lo importante para la derecha era que en el imaginario, los sentimientos y las emociones de los bolivianos la imagen del hombre que más ha hecho por su país en cientos de años quedara devaluada, disminuida.

Terminado el referendo con el triunfo del no, toda la patraña se desvaneció como el humo e incluso cuando se demostró que ese hijo nunca existió, eso no tuvo el mismo impacto mediático que las falsedades que lo engendraron en la mente de millones de ciudadanos.

La maquinaria maquiavélica de la posverdad había funcionado. Y si desean más botones de muestra, analicen cómo funciona la campaña mediática contra la Revolución Bolivariana de Venezuela o sigan paso a paso la contienda electoral en Ecuador, donde el movimiento Alianza País y su candidato Lenin Moreno están bajo el fuego de los grandes medios monopólicos, propiedad de la derecha.

Lo más peligroso de la “era de la posverdad” es que se está gestando una generación de políticos, periodistas y medios sin ética que descubren que no necesitan de los hechos, ni de la verdad, que pueden mentir flagrantemente y conseguir sus objetivos bajo la sombrilla de que “lo que importa no es la realidad, sino lo que yo opine”.