por Guillermo Alvarado
Una de las facetas más tenebrosas de la organización terrorista autodenominada Estado Islámico, conocida también por su acrónimo en árabe de Daesh, es la indoctrinación sistemática de miles de niños en campamentos especiales para convertirlos en fanáticos dispuestos a matar, torturar o inmolarse en nombre de ideas impregnadas de odio y con una enfermiza manera de ver y vivir.
Cachorros de león, o cachorros del califato, es el nombre que los líderes de estas bandas dan a los menores que van creciendo bajo su influencia con un propósito malsano: dejar plantada la semilla de la violencia en sus mentes aún cuando la agrupación sea derrotada o desaparezca de la faz de la tierra.
No esconden para nada sus intenciones y en videos donde se muestra a estos infantes presenciando, o aún participando, en ejecuciones se habla de la creación de una generación radicalizada, que algunos expertos han calificado como una verdadera “bomba de tiempo”.
Desde su creación, el Daesh ha tenido bajo su régimen a unos seis millones de personas, de las cuales una tercera parte, es decir dos millones, son niños menores de 15 años, muchos de los cuales son separados de sus familias y enviados a los campos de entrenamiento.
Allí reciben una visión distorsionada del Corán, basada en el odio y la violencia, y se les adiestra en tácticas militares, como uso de armas de fuego, preparación de explosivos artesanales y formas de hacer daño o destruir a potenciales adversarios.
Se les forma en conceptos, por ejemplo, de que la inmolación durante un atentado es el grado superior en la vida de un “combatiente musulmán”.
Numerosos de estos infantes son hijos de combatientes del Daesh, o de familias europeas que han viajado para incorporarse a las bandas terroristas.
Los servicios de inteligencia franceses estiman que por lo menos unos 400 menores de esa nacionalidad están bajo la influencia del Estado Islámico, de los cuales muchos intentan retornar a su país de origen en la medida en que el grupo terrorista está perdiendo influencia y retrocede en los territorios que
había ocupado.
Muchos se preguntan ya cuál será la mejor opción para tratar a estos niños soldados, cuyas mentes y personalidades están distorsionadas por la feroz instrucción de que fueron víctimas durante un largo tiempo.
Lo que está claro es que no se trata sólo de un asunto de seguridad y que el esfuerzo por recuperarlos debe ser multidisciplinario, incluyendo aspectos de educación, salud y apoyo psicológico y emocional.
Pero lo más inquietante es qué sucederá con los cientos o miles que permanecerán en los territorios donde fueron indoctrinados y no tendrán acceso a un tratamiento adecuado para borrar las huellas de todo el terror y la violencia que, como huevos de serpientes, llevan en sus mentes y que un día, tarde o temprano, reventarán con toda su carga de odio y desesperación. ¿Estará el mundo preparándose en serio para esa especie de terrorismo a largo plazo?
Una respuesta positiva es muy, pero muy improbable.
Niños soldados, terrorismo a largo plazo
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