Por: Guillermo Alvarado
Si bien varios analistas insisten en tranquilizar a los inversores de los mercados financieros, no faltan voces que advierten sobre las implicaciones que pudiera tener la abrupta caída de la bolsa de valores de Nueva York en días recientes, que provocó una especie de efecto dominó en sus similares de Asia y la Unión Europea.
Se recordará que el viernes 2 de febrero las acciones de las principales empresas que cotizan en la bolsa comenzaron a perder precio, situación que se agudizó el lunes 5, cuando Wall Street vivió una de las jornadas más negras desde el inicio de la crisis global desatada en 2008.
Ese día el mercado bursátil de la Ciudad de la Manzana perdió mil 175 puntos, lo cual significó un retroceso de 5,6 por ciento. Si se expresa en dinero, esas jornadas significaron la volatilización de 4 billones de dólares, una cantidad extraordinaria de dinero.
De acuerdo con especialistas, en una sola fecha desaparecieron las ganancias acumuladas a lo largo de un año, aunque una parte logró resarcirse el martes, cuando hubo un repunte en los valores.
Como sucede en estos casos, las turbulencias neoyorquinas se propagaron rápidamente en otros lugares del mundo y también sufrieron pérdidas abultadas los mercados financieros de París, Londres, Fráncfort, Australia, Tokio, Hong Kong y Corea del Sur.
La pregunta que todo el mundo se hace es si se trató de un episodio aislado, una especie de reajuste momentáneo de los mercados, o si por el contrario, como algunos temen, sea una señal de que algo anda mal en la economía mundial, sobre todo en la de Estados Unidos, donde las medidas del presidente Donald Trump pudiesen dar un resultado opuesto a lo que el magnate espera.
Según el experto Anthony Zurcher, los alardes del gobernante en reuniones, mensajes e incluso en su discurso sobre el estado de la nación acerca de una supuesta fortaleza de la economía estadounidense podrían ser contraproducentes.
El anuncio de que en enero subió la tasa de empleo y los salarios tuvieron un repunte mayor del esperado, en lugar de tranquilizar a los inversores propagó el temor de una ola inflacionaria que, junto al déficit fiscal son la bestia negra de los mercados.
La inflación está por verse, pero el déficit es un hecho porque llega en estos momentos al billón de dólares y, producto de la reforma fiscal aplicada por Trump, crecerá en 70 por ciento en una década. Recuérdese que la baja de impuestos a los más ricos fue a costa de la caída de los ingresos públicos, una ecuación peligrosa.
Esto provoca desconfianza en los inversores, que prefieren no comprar y por una ley elemental del mercado, al haber menos compradores los precios caen aún más.
Por eso, mientras Trump se auto elogia por sus supuestos éxitos económicos, en realidad podría estar cruzando el umbral de una nueva crisis, de la que los acontecimientos recientes fueron sólo un anuncio, una advertencia, hecha a un hombre que suele no hacer caso a este tipo de señales. FIN