Por: Guillermo Alvarado
El reconocido periodista mexicano Manuel Buendía, asesinado por órdenes de la CIA en 1984, solía repetir la anécdota de un granjero que decía “si yo veo un ave palmípeda, con el pico plano, que camina contoneándose, disfruta de estar en el agua, y hace cuac, cuac, tengo todo el derecho del mundo a suponer que se trata de un pato”.
La historia me vino a la memoria en ocasión de la serie de ciberataques perpetrados contra el sistema eléctrico de Venezuela, que dejaron sin el fluido a 18 de los 23 estados y cuya repetición dio al traste con los primeros esfuerzos que se habían realizado para restablecer la energía.
Pero lo curioso del caso es que apenas tres minutos habían transcurrido desde el inicio del sabotaje que desencadenaría el gigantesco apagón, cuando el senador estadounidense Marco Rubio publicó un mensaje vía Twitter jactándose del hecho y más aún, identificando exactamente el lugar donde ocurrió el primer ataque, la planta de El Gurí, en el estado de Bolívar, donde se genera el 80 por ciento de la electricidad que consume el país.
Solo después de varias horas de intensos estudios fue que las autoridades pudieron constatar que allí estuvo el punto de partida pero, vean que cosas, Rubio lo supo en apenas tres minutos.
En la vida pocas cosas son casualidades, y cuando se habla de terrorismo mucho menos así que, igual que al granjero respecto al pato, no cabe la menor duda de que este senador estuvo en la planificación, financiamiento y perpetración del ataque que por sus características es muy similar a los que suele cometer la Agencia Central de Inteligencia, CIA, en todos los continentes.
Para provocar una falla eléctrica de tal naturaleza hacen falta varios elementos, entre ellos contar con equipos de muy elevada tecnología que en América Latina y El Caribe nadie posee.
Además tener un amplio nivel de información sobre el lugar, sus condiciones y que puntos son los más sensible y todo esto lo posee la firma canadiense que construyó la planta.
Así pues, se trata indudablemente de un ataque que vino de afuera. Nadie vaya a pensar que Juan Guaidó y sus compinches vayan a tener ni por asomo la capacidad para emprender por su cuenta una operación de semejante envergadura.
Lo que resulta aberrante es el uso que este sujeto le dio al sabotaje, soltando con alegría a los cuatro vientos una cifra falsa de muertos en los hospitales, incluidos algunos bebés, circunstancia que el presidente Nicolás Maduro ha negado con firmeza.
¿De qué habla este “presidente encargado”, cuando se alegra de que un grupo de venezolanos hayan supuestamente muerto tras un ciberataque contra el sistema de generación y transmisión de electricidad.
Esto permite, amigos, tener una idea bastante exacta de lo que podría esperar a ese hermano pueblo en el caso de que gente como Guaidó se hiciesen un día por desgracia con el poder.
Ya había mostrado de qué está hecho cuando desde Colombia pidió una intervención militar contra su pueblo. ¿Estaría el dispuesto a encabezar ese supuesto ataque? ¿A cuántos miembros de su familia estaría personalmente preparado a sacrificar en los combates que seguirían a una invasión?
Ni Guaidó, ni Rubio, mostraron ninguna consideración por los más de 30 millones de venezolanos víctimas del apagón, por los niños y ancianos que sufrieron, y algunos aún sufren, las consecuencias de esta grave violación de sus derechos humanos, tema que la Patria de Bolívar tendrá que denunciar en su momento ante las instancias internacionales pertinentes.
Si uno fuera a tratar de definir en términos precisos a tipos de esta calaña, no puede sino utilizar aquellos términos que acuñó el Canciller cubano de La Dignidad, Raúl Roa respecto a los enemigos de la Revolución: son, dijo, “la concreción viscosa de todas las excrecencias humanas”.