Por: Guillermo Alvarado
Toda la algarabía desatada por la celebración en Francia de la Copa Europea de Fútbol, llamada más comúnmente la Eurocopa, ha sido insuficiente para aplacar la cólera de las organizaciones sindicales, estudiantiles y sociales contra un proyecto gubernamental que cercenaría de golpe numerosas garantías laborales, conquistadas en años de lucha.
El proyecto está actualmente en análisis en el senado, después que el ejecutivo que preside François Hollande se las arregló para evitar que se discutiera de manera abierta en la Asamblea Nacional, donde algunos diputados de su propia formación política, el centroderechista Partido Socialista, estaban en contra de él.
La legislación provoca desde hace tres meses airadas protestas, que este jueves viven una nueva jornada en torno a la emblemática Plaza de la Bastilla, que las autoridades trataron de impedir para, según ellos, garantizar la seguridad y no empañar el desarrollo del evento deportivo.
Para los trabajadores esta nueva iniciativa legal significa el fin del contrato de trabajo, la libertad para sindicalizarse y la certeza salarial, en un país donde la tasa de desempleo abierto, según fuentes oficiales, ronda el 10 por ciento y, salvo excepciones, no ha dejado de crecer todos los meses en los tres años precedentes.
Si la ley se aprueba los patronos tendrán derecho a cambiar la jornada laboral, reducir los salarios o las pensiones por jubilación, o despedir a parte del personal, según se comporte la economía a nivel nacional y regional.
A la hora de enfrentar estas medidas, el empleado quedará sólo frente a los patronos, pues las organizaciones gremiales no podrán intervenir en estas decisiones.
Numerosos líderes sindicales o de partidos políticos señalaron que se trata de un programa al más puro estilo neoliberal que ni siquiera el anterior gobierno del conservador Nicolás Sarkozy se atrevió a implantar en esa nación.
Si bien Hollande llegó a la presidencia con la oferta de estabilizar la economía, incrementar el empleo y conservar las garantías laborales, en la práctica la situación en toda la Unión Europea lo desbordó y todos sus programas comenzaron a tomar otro rumbo, para favorecer al capital privado.
El momento es complejo para el mandatario, pues faltan apenas unos 10 meses para las elecciones presidenciales y está en juego la posibilidad de que se postule para la reelección, una circunstancia que parece poco probable ante el crecimiento del descontento por sus políticas económicas.
Los problemas internos del país fueron aprovechados por el ultraderechista Frente Nacional, que dirige Marine Le Pen, que ha ganado terreno sobre todo entre los jóvenes y los desempleados con un discurso duro contra los inmigrantes y las políticas de la Unión Europea.
En una situación de extrema tensión, ni siquiera el poderoso distractor del fútbol, deporte más seguido en Francia, logró aplacar la protesta por un proyecto que el 70 por ciento de la población rechaza y cuya denuncia ha logrado una estrecha unión entre los principales sindicatos y partidos políticos progresistas, una buena noticia en estos tiempos.