por Yuris Nórido
Hay funciones únicas, cuyo recuerdo se eterniza gracias a la emotividad del momento. Una de ellas: el acto de desagravio que la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) convocó ante la agresión del régimen de Batista al Ballet de Cuba y sus dos principales figuras: Alicia y Fernando Alonso.
La noche del 15 de septiembre de 1956 no cabía nadie más en el Estadio Universitario de La Habana. Ante miles de personas, Alicia se despidió del público cubano, su público. Prometió no volver a bailar en Cuba mientras gobernara el dictador Fulgencio Batista.
Para la ocasión escogió una obra emblemática, con grandes implicaciones: La muerte del cisne. Fue el punto culminante de un programa que incluyó otras piezas del repertorio de la compañía.
La ovación fue inmensa. Se conserva una filmación: el escenario cubierto con flores mientras Alicia saluda una y otra vez. Sin que estuviera programado, la bailarina pide un micrófono y se dirige al auditorio, agradece el apoyo de los estudiantes, expresa su convicción de que seguirían trabajando para un pueblo que ama el ballet.
Todo comenzó con la decisión del gobierno de retirarle al Ballet de Cuba el escaso apoyo estatal que recibía desde hacía algunos años. Batista pretendía sumar a la agrupación a una campaña propagandística, que validara al régimen.
Alicia y Fernando se negaron.
Después de la suspensión se sucedieron los pronunciamientos de la sociedad civil en apoyo a la compañía. En la prensa aparecieron artículos que calificaban la decisión como una vergüenza nacional, un atentado contra la cultura.
En ese momento, Alicia Alonso ya era una figura de prestigio internacional. Era primera bailarina del American Ballet Theatre y estaba considerada la más relevante exponente del ballet en América Latina.
La decisión de mantener una compañía y una escuela en Cuba no era para ella un negocio, era fruto de un compromiso con su país y su cultura.
Unos días después Alicia dejó de bailar en Cuba, se fue a continuar su carrera en los Estados Unidos. Pero sabía que era simplemente una circunstancia. La muestra es que la academia continuó abierta en La Habana.
Con el triunfo de la Revolución, Alicia debió tomar una decisión definitiva: mantener su estatus de primera figura de una gran compañía estadounidense o refundar un ballet para Cuba.
Apostó por Cuba, junto a su esposo en aquel entonces, el gran maestro Fernando Alonso. Unos meses después del triunfo, con todo el apoyo de Fidel Castro, renació el desde entonces llamado Ballet Nacional de Cuba.
Lo demás es historia que llega a estos días.
Una y otra vez Alicia ha evocado esa función en el Estadio Universitario. Fue uno de los grandes hitos de ese “matrimonio” del Ballet Nacional de Cuba y la FEU al que ella se refiere tanto.
Y es que en realidad ha sido una alianza sólida. Téngase en cuenta que a aquel acto asistieron incluso dirigentes estudiantiles que estaban en ese momento en la clandestinidad, perseguidos por la dictadura de Batista.
No hubieran tomado ese riesgo si no fuera por el extraordinario nivel de convocatoria de la gran bailarina y su compañía.
Alicia y Fernando nunca olvidaron el gesto.
Más de una vez le han preguntado a Alicia qué sentía mientras bailaba La muerte del cisne en aquel momento. El acto creativo suele ser inefable, pero ella sabía que volvería a bailar en Cuba, frente a los universitarios, que aquello no era un adiós definitivo.
Esa noche, en definitiva, el cisne no murió.
(CubaSí)