por Angel Marqués Dolz
Este bien puede ser el resumen de un prodigio. En 1054, cuando ocurre el gran cisma de la iglesia cristiana, Cuba era un archipiélago poblado por grupos aborígenes, que consumaban cultos animistas.
Su incorporación a la cristiandad occidental, por la fuerza de la espada, la pólvora y el caballo, sucedió más de tres siglos después de la excomulgación mutua entre los jerarcas de la rama occidental y oriental del cristianismo, consecuencia directa de las tensiones surgidas tras la fractura definitiva del imperio romano, ya bicéfalo para el siglo cuatro.
Nada presagiaba que a más de mil años de la ruptura entre la Roma papal y la Constantinopla patriarcal, un territorio caribeño, crucero de imperios, etnias y religiones, sirviera de geografía propicia para que la escisión comience su cuenta regresiva.
Aunque ambas iglesias ya habían intentado reunificarse en los siglos XIII y XV, las intenciones conciliares se vieron frustradas por el mutuo repudio posterior.
Para llegar al abrazo en el aeropuerto internacional de La Habana entre el papa Francisco y el patriarca ortodoxo ruso Kirill, ocurrido el viernes 12 de febrero de 2016, tuvieron que pasar más de 20 años de esforzada diplomacia entre ambas iglesias, y luego, en mayo de 2015, la intervención directa del presidente Raúl Castro, quien viajó de Moscú a Roma para concertar el histórico encuentro en Cuba, un territorio neutral y fuera de Europa tal como habían solicitado los ortodoxos rusos y consentido la cancillería vaticana.
El resto fue cruzar las agendas. El obispo de Roma, quien ya había visitado la isla en septiembre de 2015, haría escala en La Habana para luego seguir rumbo a México, mientras que el patriarca ruso tendría a la isla como primer escenario de una gira latinoamericana.
Kirill o Cirilo I es el patriarca de Moscú y de todas las Rusias, una Iglesia "autocéfala", es decir, separada del papado de Roma desde 1448. Desde entonces su relación con el Papa y la Iglesia católica romana ha transitado por numerosas vicisitudes, confrontaciones y enfrentamientos.
La Iglesia rusa reúne a cerca de dos tercios de los ortodoxos del mundo, estimados en unos 200 millones de fieles, mientras que los católicos suman más de 1 300 millones de creyentes.
"Somos afortunados porque convergieron en la Isla dos instituciones históricas del cristianismo, con un valor cultural que alcanza a millones de personas en el mundo", aseguró entonces el Reverendo Joel Ortega Dopico, Presidente del Consejo Ecuménico de Iglesias de Cuba.
Tras el encuentro por cinco horas a puertas cerradas, Francisco y Kirill firmaron una declaración ecuménica de treinta puntos, en ruso e italiano, muy ajustada a los principales dramas y desafíos del mundo contemporáneo, incluidos aquellos que afectan la vida de los creyentes y sus iglesias.
El documento se pronunció en favor de la familia, la paz y contra la guerra, el terrorismo, el aborto y las persecuciones a los cristianos en el Oriente Medio y norte de Africa.
En esta época turbadora se necesita el diálogo interreligioso. Las diferencias en comprensión de las verdades religiosas no deben impedir que las personas de diversas religiones vivan en paz y armonía, dice uno de sus puntos, en tanto otro se refiere a la fatalidad de los millones de migrantes y refugiados que tocan a las puertas de los países ricos.
Igualmente, los dignatarios lamentaron el enfrentamiento en Ucrania e invitaron a las partes involucradas a trabajar activamente para el establecimiento de la paz en esa región europea, en el que prima el culto ortodoxo.
La Cuba de Estado laico, donde se practican libremente religiones y cultos, desde la autóctona religión de origen africano hasta el propio rito ortodoxo, tanto griego como ruso en sendos templos habaneros, reconfirmó, con el abrazo entre Francisco y Kirill, su vocación de servicio al diálogo y el entendimiento en una tierra de promisión.