Presencia guerrillera en Caraguatarenda

Edited by Maria Calvo
2017-04-17 14:55:24

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por Froilán González y Adys Cupull

El 28 de mayo de 1967, hace 50 años,  el Comandante Ernesto  Che Guevara y sus compañeros tomaron el caserío guaraní de Caraguatarenda. El hecho tuvo gran importancia política por su ubicación geográfica, ya que se encuentra en el camino que comunica las ciudades de Camiri y Santa Cruz de la Sierra.

El caserío debe su nombre a las abundantes caraguatas que crecen por la zona, es una especie de plantas parecidas al maguey o piña de ratón. Está rodeado de comunidades del mismo origen étnico, entre las que se encuentran Pirirenda, Tatarenda, Ipitacito del Monte, Itay y varias más.

Mientras los guerrilleros preparaban la comida y hablaban con los habitantes, llegaron dos jeeps. Los choferes informaron que detrás venía un camión con pasajeros. El vehículo fue detenido y se produjo un acontecimiento inédito, pues los médicos guerrilleros atendieron a varias personas. Los viajeros y choferes se encargarían de difundir la acción por toda la ruta hasta Camiri.

A las siete y media de la noche los guerrilleros partieron hacia Ipitacito del Monte, donde obtuvieron mercancías y levantaron un acta ceremoniosa, en la cual se hizo constar que dejaban 500 pesos para entregar a los propietarios de la tienda a cambio de los productos adquiridos y pidieron a dos vecinos, fueran testigos y la firmaran.

De Ipitacito del Monte siguieron hasta Itay y El Espino, una vieja estación del ferrocarril Santa Cruz-Yacuiba, donde compraron café, mate, pan, azúcar, hicieron una fogata para cocinar, mientras los médicos atendían a los pobladores que así lo solicitaban. Continuaron rumbo a Muchiri y el 30 de mayo hubo un combate donde murieron 2 soldados y varios resultaron heridos. Al día siguiente volvieron a chocar. Resultaron heridos varios soldados y un guía civil muerto. La derrota imperó en las filas militares.

Casi 20 años de esos acontecimientos visitamos esas comunidades. Nos acompañaba Mario Chávez, el Lagunillero o el explorador en el Diario del Che en Bolivia, quien elaboró mapas y croquis para la guerrilla, formó parte de la red de apoyo urbano y estableció en la ciudad de Lagunillas, a 30 kilómetros de los campamentos guerrilleros, un restaurant, una pensión y una tienda para desarrollar su trabajo clandestino y de apoyo a los guerrilleros.

En nuestras investigaciones históricas Chávez nos sirvió de guía, traductor de guaraní y chofer. Era una persona muy conocida en Santa Cruz de la Sierra, con muchas amistades.

Su esposa Elsa Paz, era prima hermana de Félix Moreno, Prefecto de Santa Cruz de la Sierra, y la hermana del Lagunillero era la esposa del General David Padilla, quien fue Presidente de Bolivia cuando el golpe de estado militar de 1978.

Desde Santa Cruz de la Sierra, partimos de madrugada hacia Caraguatareda. Pasamos por  Río Seco, Mora, Cabezas y Abapó, donde cruzamos el imponente Río Grande. Nos detuvimos en Tatarenda, un caserío situado en una meseta arbolada, de tierra are­nosa, de piedras amarillentas y abundantes sedimentos del río y rodeada de una tupida selva tropical y muy cerca una laguna de agua salobre.

Tatarenda en guaraní, significa lugar donde hay fuego. El olor a humedad y selva nos fue penetrando por todo el cuerpo. El cielo gris, cubierto de nubes, amenazaba lluvia y el silencio selvático era interrumpido por bandadas de loros, cotorras y pericos. Llegamos a la casa de Pascuala Arteaga, donde se paseaban varios loros inquietos. La anciana gruesa, de andar lento, con una pequeña encorvadura, de pelo largo, lacio, entre canoso y desordenado nos atendió amablemente.

Mientras conversábamos llegó un señor de unos 60 años, con una especie de morral colgado a la espalda y varias pavas muertas (aves del oriente boliviano, parecidas  a los pavos o guanajos cubanos), que tiró los animales al suelo y los loros comen­zaron a emitir fuertes sonidos, parecían protestar por la presencia del visitante. Pascuala gritó más fuerte que todos los loros juntos y estos se callaron. Ante nuestro asombro, el orden quedó restablecido.

Pascuala Arteaga relató la toma de Caraguatarenda  por los guerrilleros y que entre los viajeros del camión iba una prima suya con una chica y expresó: No sabía qué hacer. ¡Claro! Ella pensaría que los guerrilleros harían abuso con ella o algo así; pero ellos eran buenos y correctos.

La gente viva se dio cuenta que era el Che, por el color y por las cosas que decía y porque era médico y él dijo: No señora, no tenga miedo de su niña. Ya esta prima mía quería meterla debajo del asiento. No le va a pasar nada a la niña dijo.

La señora Casta Quiró les hizo café y han llevado dos o tres latas de café hasta la escuela y ahí han tomado toditos. De aquí de Yacimientos iba Luis López con una chica enferma, mal de cólicos y no lo dejaron pasar y él dijo que se moría la hija; pero vino el Che y le colocó una inyección y se quedó quietecita, quietecita y se durmió hasta que ellos han tomado su café, todos

De Tatarenda continuamos para Caraguatarenda, donde paramos para comer cuñapeces, especies de pan de yuca y queso. Escuchamos anécdotas de Mario Chávez, él sabía de montes y animales, de costumbres de los guaraníes o los chiriguanos, de sus penas, contadas por ellos en sus dialectos que él también habla.

Contó historias de perros y  cacerías. Era un experto de la selva, conocía trillos, senderos, plantas medicinales o venenosas, de trampas, animales salvajes, pesca, frutas y plantas de la selva. Sabía de serpientes, de cómo matar víboras; de camiones, de jeep, de mecánica, de cómo medir las distancias y andar de noche por los laberintos de es­tos lugares.

A través de los testimonios de los pobladores conocimos que en la casa de Casta Quiró los guerrilleros hornearon pan y en la de Constanza Sotelo observaron mapas, planos, prepararon café y una tortilla gigante.

Nos informaron que los testigos en Ipitacito del Monte, fueron Andrés Quesada y Ruperto Farell, la maestra del lugar Elfi Tapia y su esposo, el hacendado de Itay Jaime Villarroel. Sus testimonios fueron publicados en nuestro libro De Ñacahuasú a La Higuera.

Desde Caraguatarenda tomamos un camino estrecho con abundante vegetación rumbo a Ipitacito del Monte. A lo lejos escuchába­mos el sonido de unos tambores, que según avanzábamos, se hacía más intenso. No podíamos definir de qué se trataba, en ocasio­nes daba la sensación de una señal desconocida. El maestro que nos guiaba explicó que era el tokú, instrumento que utilizaban los indígenas.

Tomamos un desvío y penetramos unos 300 metros en la selva. En un claro del monte y próximo a una hacienda, un grupo de doce indígenas, estaban descascarando arroz, en una especie de pilón grande. Cada una iba dejando caer un mazo de madera, pero  bien organizado que al levantarse uno, caía el otro y así sucesivamente producían ese peculiar y sincronizado sonido.

En Ipitacito del Monte encontramos a Ruperto Farell que sirvió de testigo al Che en el acta ceremoniosa que se levantó en el lugar. Era un campesino guaraní como de 60 años de edad, alto, delgado, medio encorvado, simpático, risueño, de mirada expresiva. Al hablar dejaba ver los pocos dientes que le quedaban, mostraba vitalidad y gesticu­laba al recordar y narrar lo vivido.

Para él fue un extraordinario acontecimiento hablar con el Che y se sentía feliz de podernos explicar. Nos hizo sentir estar con un viejo conocido, amigo, o alguien familiar. Demostraba orgullo íntimo pro­fundo porque el Comandante Gue­vara, lo tomara como testigo y visitara su humilde hogar.

Algunas de las paredes de su casa, eran de cueros de vacas y la cocina en el patio con grandes piedras como sus antepasados. La misma estampa que los guerrilleros vieron en el año 1967.

Ruperto era un hombre que nos trasmitía  la cultura del campesino indígena con de­terminado roce social. En un español entrecortado, pero comprensible, explicó:

Che Guevara estuvo aquí, llegó por acá, llegó de noche. Yo vivía ahicito, en la misma esquina... primero viene camioneta y atrás ca­mión grande. Así llegó Che Guevara a Ipitacito del Monte, que quiere decir, hay poca agua en este monte. El Che dijo: ¿Dón­de vive Rafael Durán?, yo le respondí: "Allá en la esquina aquella vive, pero ahora no está, se ha ido."

Entonces dijo él: ¿Qué cosa hay aquí?,. Yo le dije: "No hay 'na', señor." Dijo: ¿No hay azúcar?". No hay, le contesté. ¿No hay papas? No hay. ¿No hay hue­vos? " No hay. ¿Y qué es lo que hay?, dijo. No hay 'na', señor, le respondí.

Entonces había cuatro chanchos (cerdos) y él dijo: Voy a sacar estos chanchos. Le dije: Está bien, señor y entregó dinero. Tenía todo en un papel. Él  dice: ¿Por dónde pasa el camino que va a Cororutí? Por allá, ese camino va por allá; le respondí. El Che tiene planos de los lugares, tiene planos de Salitrá, Ipitá, Cruce de Caraguatarenda, de El Espino. Yo le dije: Por ese camino no anda camión. Entonces él marcaba así los caminos.

Ruperto marcó en la tierra arenosa los caminos con un palito, imitando lo que recordaba que hizo el Che. Indicó los lugares y las sendas por las cuales se había interesado...tal como él le había explicado al Guerrillero Heroico y luego continuó:

El Che tenía planos. Yo lo marcaba en la tierra, se lo hacía en tierra así, y él lo veía en el papel, en el plano de él. Yo le digo: Es el rancho de Salitrá. Y él responde: Lo tengo.

"Es el camino de Caraguatarenda. Lo tengo. Entonces él me dice: ¿Este es el camino que va a Itay? Sí. Y pregunta: ¿Y dónde vive Apolinar Garica? Le digo: murió. Pero Che tiene ese plano de camino y de la casa de Apolinar Garica.

El Che sabe todo, conoce todo. Me pide que haga camino a Canaguaso, y lo hago en la tierra y él tiene plano en la mano. Él pregunta: ¿Y una casa de tejas que hay un poquito más allá? Y yo le digo. ¡Él tiene todo, anotado!, todo lo tiene. También el camino que va a Cororuta.

Yo le dije que se siente y le ofrecí una silla. Él se apoyó en la silla así y no quiso sentarse. Esta es la misma silla. Entonces el Che me dijo: Me acompaña para ir a ver a Rafael, pero le dije: Él no está. Las gentes no hay acá, todos se han ido, se fueron al monte, se asustaron, he quedado sólito, estoy aquí con una viejita, que es mi cuñada, porque está enferma.

Entonces venía Andrés Quesada, salió poco a poco del monte, ve­nía y el Che lo llamó y nos dijo: Ustedes van a servir de testigo. Andrés Quesada y yo somos los testigos del Che en Ipitacito del Monte.

El Che abre la tiendita y saca harina, azuquita, abarcas, tabaco, Kolinos (cepillos de dientes) y después viene y deja dinero para pagar todo. Después por acá se ha ido. Han ido en camioneta. Serían 40, puede ser, yo no los vi a todos. Era un taxi chiquito y un camión grande.

Él me dijo: ¿Tened miedo, Ruperto?, y le dije: ¿Pa, qué voy a tener miedo, yo soy gente, usted también es gente. Entonces yo le pregunté: ¿Señor, ¿dónde va usted? Y él dijo: Donde hay agua, ahí voy a vivir. Por eso cuando veo lluvia o manantial claro, digo: ¡Ahí vive el Che Guevara!

Nosotros seguimos tras las huellas y nos dirigimos a la hacienda de Itay, por un camino estrecho, con vegeta­ción tupida, que bordeaba la selva. Visitamos El Espino y Muchiri, donde se produjeron los dos combates. Sobre esta emboscada Inti Peredo escribió:

"Al día siguiente cerramos el mes de mayo con otro triunfo, aun­que menor de lo que esperábamos. Dos camiones del ejército que avanzaban por el camino fueron atacados por nosotros. Uno huyó, pero destruimos otro. Pudimos provocar grandes bajas en sus filas si el Ñato en su apresuramiento no dispara una granada con bala de guerra en lugar de hacerlo con bala de salva. Este incidente provocó una gran explosión que asustó a los militares. Afortunadamente el Ñato resultó ileso, aunque destruyó el trombón del fusil.

Posteriormente continuaron la marcha, después de caminar unos 15 kilómetros decidieron seguir en busca de las montañas próximas al Río Grande.

En el próximo artículo publicaremos la entrevista al corresponsal de guerra boliviano, José Luis Alcázar, quien acompañó al Ejército y reportó ese encuentro.

 

 



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