La II Guerra Mundial contada por una sobreviviente

Edited by Bárbara Gómez
2017-05-09 21:14:49

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Tatiana Maksimenkova en su casa en La Habana. Foto: Russia Today/ Captura de Video.

Por: María del Carmen Ramón / Cubadebate

Tatiana Maksimenkova apenas tenía un año y pocos meses cuando su familia comenzó a padecer los horrores de la II Guerra Mundial. Vivía en una calle céntrica de Moscú, y aunque su corta edad en aquel entonces no le permite tener memoria viva de las explosiones de bomba, el miedo de sus hermanos, ni de las transformaciones de un país que se convirtió en resistencia…en su mirada es visible todavía el sufrimiento de a quien la guerra marcó por el resto de la vida.  

De su saldo, hay heridas que no se han borrado nunca: el horror de los campos de concentración le impidió conocer a sus abuelos paternos, mientras que la batalla le arrebató a su hermano con apenas 19 años.

“Muchas veces mi mamá, con dos niñas en brazos—yo y mi hermanita de nueve años—, no tenía tiempo de bajar al refugio, por lo que en ocasiones caían bombas y nosotras estábamos en el quinto piso del edificio donde vivíamos. Ella me contaba que al sentir los fuertes sonidos yo corría para esconderme debajo de la mesa, y con el índice señalando hacia arriba le decía asustada “mama, bom bom”.

Así cuenta a Cubadebate Maksimenkova, sobreviviente de una guerra que costó a la Unión Soviética más de 26 millones de muertes entre civiles y combatientes, y quien actualmente vive en un céntrico barrio de la capital cubana.

“Toda la generación mía es muy sufrida, pues sentimos todos los horrores y secuelas de la guerra sobre nuestras mentes. La guerra para nosotros no es solamente un combate común; son calamidades terribles sobre la población: hambre, millones de niños que se quedan sin padres, esposos que no vuelven, vidas brutalmente mutiladas”.

En homenaje a la victoria frente al fascismo el 9 de mayo de 1945, Tatiana evoca parte de las desgarradoras historias sufridas por sus familiares durante la invasión hitleriana, una dramática época que marcó a Rusia para siempre y que el tiempo nunca podrá borrar.
La familia

Tatiana apenas pronunciaba sus primeras palabras, cuando las canciones de resistencia se convirtieron en constante melodía de cuna. Su mamá trabajaba como obrera en una fábrica de abrigos de piel, y durante la guerra nunca abandonó su puesto. “Yo me quedaba con mi hermana, y aunque no veía casi nunca a mamá, ella era para mí un ejemplo de sacrificio en el día a día”.

“Mi hermanita mayor también trabajaba con esa edad, para obtener una libreta de alimentación de obrera, que siempre tenía un poquitico más de comida. Ella, junto a otras niñas de entre 9 y 10 años, hacía guantes para soldados del Frente, y apoyaban así a los hombres que estaban en las trincheras”.

Por la parte paterna, más triste era su destino. El padre de Tatiana, un judío polaco que se había trasladado a la Unión Soviética en los años 20, conoció los campos de concentración; mientras que sus familiares en Polonia fueron totalmente aniquilados por las políticas fascistas.

“La familia de papá se quedó en su país, y cuando llegó Hitler con la política de exterminación de los judíos, fueron sacados a los campos de concentración y asesinados en las cámaras de gas. Por eso nunca llegué a conocer a ninguno de ellos”.

Casi 250.000 personas pasaron por el campo de concentración de Buchenwald. 56.000 de ellas no sobrevivieron. Foto: AFP.

Gregorio, el hermano que murió sin conocer el amor

Quizás una de las historias más desgarradoras que guarda Tatiana en su memoria es la de su hermano mayor, Gregorio, quien al iniciar la Gran Guerra Patria apenas tenía unos 16 años.

“Él hacía guardia con los muchachos de su edad en los techos del edificio donde vivíamos, porque caían bombas fugaces y ellos las apagaban para que no  explotaran. Cuando cumple 19 años se va al Frente, y muere como soldado en la Batalla de Stalingrado. Dice mi mamá que recién comenzaba a afeitarse y que todavía no había conocido el amor de una mujer”.

En aquel entonces, Tatiana ya tenía 3 años de edad. Ella recuerda que debajo de la cama había un cajón con fotos, canciones y otras pertenencias de su hermanito, y ante la ausencia de juguetes, su madre le permitía jugar con la cajita, mientras él luchaba en el campo de batalla.

“Toda la vida recordaremos su nombre. Mi hijo nunca me perdonó que yo no le llamara Gregorio en su homenaje, pero es que no quería que repitiera su destino, porque casi todos los muchachos que estuvieron en la Guerra no regresaron”.

“Vi muchas lágrimas de vecinos, porque en aquella época se recibían unos sobres en forma de triángulos, que avisaban cuando moría un soldado. Nosotros vivíamos en cuarterías, y en mi piso convivíamos con otras cuatro viviendas. De estas, tres recibieron el aviso. Todavía recuerdo los tremendos gritos y las lágrimas”.
El día que termina la guerra

Probablemente todos los soviéticos que vivieron esos duros años recuerdan el día en que terminó la guerra. Tatiana todavía guarda en su memoria el 24 de junio de 1945,  unos 46 días después de la capitulación final alemana, cuando tuvo lugar el desfile de la victoria.

“Mi cuartico era chiquito, y desde una esquina escuché todo por la radio. Recuerdo el regocijo del pueblo. Yo de niña tenía un taburete y me encaramé para acercarme más. No entendía mucho qué pasaba, pero recuerdo los fuegos artificiales”.

No obstante, con el fin de hostilidades no terminó el dolor para Tatiana y su familia; esas huellas la persiguieron por el resto de su existencia; mientras que para su madre, cada 9 de mayo fue fecha de dolor incomparable.

“Recuerdo que cuando pequeña a los niños nos encantaba recoger frambuesas silvestres. Un día, en 1948, estábamos a 100 kilómetros de Moscú, y varios muchachos de mi edad jugábamos a recoger estas pequeñas frutas. Cada año venían zapadores buscando minas y los niños recordamos el sonido de ese aparato, porque para nosotros era como un juego. Ese día no nos pasó nada, pero no lo olvido porque años más tarde encontraron tres minas en el mismo barranco donde nosotros, criaturas de 8, 9 o 10 años, habíamos recogido las frambuesas. Es decir, la guerra había terminado y todavía caminábamos por campos minados. Siempre pensé que existían ángeles de la guarda, que protegían a los niños para que no hubiera más muertes”.

Así, los años fueron agolpando los tristes recuerdos. Tatiana tampoco olvida una ocasión en que acompañaba a delegaciones cubanas en un recorrido por el cementerio de Leningrado, y ante el dolor de lo descrito por un diario de la época, se quedó sin poder traducir nada. “Estaba frente al diario de Tanya Nikoláyevna Sávicheva, una niña soviética que escribió un breve documento durante el asedio de Leningrado en la Segunda Guerra Mundial, y publicó en pequeños papelitos: “Zhenia murió el 28 de diciembre de 1941, a las 12:30 horas; la abuelita murió el 25 de enero de 1942, a las 3:00 p.m; Leka murió el 17 de marzo de 1942, a las 5:00 a.m; el tío Vasia murió el 13 de abril de 1942, dos horas después de la medianoche…”  Yo no podía traducir aquello a los cubanos, era un trauma terrible”.
Felices, a pesar de todo

Pero a más de 70 años, Tatiana recalca que pese al dolor, las carencias, la pobreza y el hambre, guarda de su infancia un recuerdo feliz.

“A pesar de todo, querían que nuestra vida fuera plena. Nos llevaban a los teatros, al cine, a las exposiciones, a los círculos de interés. No teníamos comida ni nada de ropa para ponernos, pero éramos muy felices. Lo digo con toda sinceridad, nos forjaron como seres humanos. Nos prepararon para la vida con su amor”, asegura entre lágrimas.

“Yo me acuerdo mucho del hambre. Iba al círculo infantil y nos daban comida, pero las privaciones eran grandes. Muchas veces, sacando el pan de la semana comíamos dos días y después no teníamos ni una miga de pan. Recordamos pobreza de guerra y posguerra, pero éramos ricos de espíritu”.

Y de aquellos años donde la solidaridad se imponía, Tatiana no ha podido olvidar las masas de croquetas hechas con cáscara de papas que les preparaba su madre, con los restos que le regalaban otros vecinos que tenían un poco más. “No me creerás si te digo que hasta ahora siento ese sabor. Cuando compro en Cuba, lo primero que hago es croquetas, pero esta vez de papas de verdad”.

Cuando el dolor la llevó hasta Cuba

En la década de 1970, fue Tatiana Maksimenkova quien habló al destacado músico cubano Roberto Sánchez Ferrer de uno de los episodios más tristes de la guerra, conocido como la matanza de Jatín, momento en que nació una estrecha relación con Cuba que la ata hasta estos días.

“Yo me acuerdo que en el 75′ la UNESCO se dirige a los compositores del mundo con la sugerencia de escribir las obras musicales en honor de 30 años de la victoria sobre el fascismo. Siguiendo esa tradición tan noble de solidaridad, un cubano director de orquesta respondió a este llamamiento y vino a Rusia”.

“Katyn es una aldea Bielorusia, que como tantas otras fue borrada de la faz de la tierra”, dice, y evoca la terrible historia que en aquel entonces contó a Roberto:”Él se conmovió muchísimo, y creó la obra vocal sinfónica Jatín”.

Del dolor de esta historia nacieron las notas musicales que tocó en el Primer Festival Internacional celebrado en Rusia con el lema “Por la paz, la amistad y el humanismo”, donde junto a la música de grandes artistas del siglo XX sonó esta pieza. “Soy testigo de que la sala entera saludó la obra. Había muchos veteranos de la guerra”, recuerda Tatiana.

Durante varios años, esta rusa que dice tener su corazón en Cuba, pero su alma en Moscú, ha trabajado en Cuba en el campo de la promoción cultural. Profesora de idioma ruso y una de las fundadoras de la cátedra de ese idioma en la Academia de las Artes, (ISA), ha organizado diversos conciertos en homenaje a la Gran Guerra Patria, para impedir que los años borren tan dramática historia.

“Quiero agradecer a todos los jóvenes músicos cubanos que han participado en estos conciertos, quienes han tenido su primer contacto con el idioma ruso a través de la canción, pero cantan impecable. Agradezco sobre todo a los que participan en conciertos dedicados a esta fecha tan sagrada para nosotros. A Pedro y Richard, de la Academia Mariana de Gonitch; a Ulises y Angeline Díaz, del Teatro Lírico Nacional, porque cantan y lo sienten como si fuera lo nuestro”.

E insiste Tatiana que no quiere cerrar esta entrevista sin dedicarle sus últimas palabras a Cuba, un país que durante años ha luchado por mantener vivo el recuerdo de tan dura guerra y el reconocimiento a la hazaña protagonizada por el pueblo soviético. “Por ello mi agradecimiento a todos los cubanos de tres generaciones, porque gracias a ustedes y nosotros que estamos juntos, nadie ni nada estará olvidado”.

 



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