Por Bárbara Vasallo
Los gritos de aquella mujer negra en el barrio La Pista, de Jagüey Grande, en la ociidental provincia de Matanzas, resonaban al viento; se quedó sin casa ante el embate del poderoso huracán Michelle, el fatídico cuatro de noviembre de 2001, y el presidente de Cuba entraba por lo que fue la puerta...
Fidel Castro, al domingo siguiente, visitó el Consejo Popular del histórico Central Australia. Amable Tobías Casanova, el entonces delegado de la circunscripción 47, informaba al Comandante que los aproximadamente mil habitantes de 82 viviendas quedaron sin techos, ni muebles; pero todos vivos.
A la mujer, cuyo nombre escapó a la agenda de esta periodista, le costaba creer que Fidel estuviera parado en lo que fuera la sala de su casa, lo abrazaba y las lágrimas fluían por su rostro, mientras el líder revolucionario con voz segura afirmaba: “Estén tranquilos, se les brindará el apoyo, todo se resolverá…los daños se resarcirán en tiempo récord…”
Un año después en su nueva casa, más confortable para resistir otros vientos, una inmensa foto que dejaba para la historia el abrazo entre Fidel y aquella humilde mujer constituía el centro de la espaciosa sala.
Así sucedió una y otra vez, durante ciclones, accidentes, celebraciones… A la provincia de Matanzas llegó el Comandante en numerosas ocasiones, se le podía ver a pleno sol de un domingo de verano proyectando lo que sería la carretera confortable que une a la ciudad cabecera con Varadero, cuando se removían las piedras de lo que sería más tarde el oportuno Viaducto.
En plena zafra azucarera, detrás de cada detalle de la producción de cítricos en la empresa que, hace 50 años, fundó para el futuro, preocupado por la generación de energía eléctrica, la extracción de petróleo, en el plan de escuelas en el campo, el mayor de Cuba, donde el precepto martiano de estudio-trabajo cobró plena vigencia, así los matanceros vieron a Fidel.
Con su visión característica inauguró hoteles en la península de Hicacos, y hacia allí también acudía cuando los fenómenos climatológicos afectaban el territorio occidental del país, ante los ojos incrédulos de miles de turistas foráneos, que no entendían cómo el Presidente de una nación arriesgaba la vida para intercambiar con ellos.
En la escuela Marcelo Salado, de Cárdenas, ante el pupitre vacío de Elián, el niño víctima de la Ley de Ajuste Cubano, quien estuvo secuestrado por la extrema derecha cubano-americana de Miami, el Comandante en Jefe aseguró que sería una batalla de la que no quedaría ni trizas del prestigio del gobierno norteamericano, porque la razón estaba de nuestro lado.
Los vimos asistir a los cumpleaños de Elián, conversar con los niños, inaugurar el museo A la Batalla de Ideas, “único de Cuba y el mundo”.
En cada jornada la mirada firme de aquel con gorra roja y empapado en sudor me reafirma que el hombre de las causas justas nos acompaña a toda hora.
-“Periodista - me dijo- estuve en África, fui combatiente internacionalista, cuando usted quiera puede ir a mi casa, o a donde vive mi madre, tenemos muchas historias que contar, estos son tiempos de no olvidar, la gente tiene que saber, los jóvenes tendrán que seguir, vivo orgulloso de ser cubano, yo también me llamo Fidel…”
(Tomado de la ACN)