Por: Víctor Joaquín Ortega
El disparo, la herida. La sangre, la sangre, ¡la sangre…!
Mayo 13 de 1958. El periodista ecuatoriano Carlos Bastidas Argüello descansa en una habitación del modesto hotel Pasaje. Bajó recién de la Sierra Maestra después de convivir con los barbudos. Ha estado junto a Fidel y otros jefes; conversó con ellos y no pocos combatientes. Ser humano honesto, no se queda en las frases, ni se aferra al ejercicio de su profesión: toma partido y acude esa noche a la cita en el bar Cachet, de Prado entre Virtudes y Neptuno, donde militantes del 26 de Julio le entregarán documentos que hará llegar a exiliados cubanos en Estados Unidos. Hacia allá viajará mañana. …
Ya estás en el lugar convenido. Entra el esbirro. Ofende. Golpea. Saca el arma. ¡El balazo…! Han asesinado también las entrevistas y los reportajes, los testimonios y el libro, esas balas-palabras aprehendidas en la montaña más alta de Cuba entre los buscadores de ese mismo sueño que se viene formando en tu alma: el pan mejor repartido junto a la libertad plena; conociste en Europa, jugándote el pellejo, que los tanques no sirven para imponer las ideas aunque en las entrañas de estas vibre la razón. Comprendes que los rebeldes cubanos traen una línea antidogmática, un refrescar salvadores.
No buscaba la fama con mis escritos: los deseaba puentes para conducir la gloria de quienes quieren transformar la vida, me dirías. Y no te han permitido decir nada.
Han matado a un hombre bueno que crecía hacia un peldaño supremo.
Han matado su creación, sus anhelos y amores, la cristalización de tantas cosas…
¡Terrible sociedad! Fabrica monstruos para defender la riqueza de los menos, para aplastar la verdad, la rebeldía de los de abajo, que en lo mejor de su corazón llevan la real cima. Te golpeó, apretó el gatillo Batista más que el cabo de seguro ascenso; Gómez Mena, Sarrá, Hornedo, López Serrano, los Blanco Herrera… más que el siervo Orlando Marrero. En la esencia de este hecho repetido miles de veces, están los gringos, los que desde el inicio imperial prefirieron y gozaron con destrozar a sus aborígenes: su arrasar recorrió el continente
Tú bien lo sabes: lo leíste en el Martí de La Edad de Oro, lo viviste en tu patria ecuatoriana y en tu patria bolivariana atrapadas en tus líneas: aún no había justicia para esos del poncho como escribiste una vez. Para rescatarlos, para rescatarnos, tienes un puesto en la trinchera donde te espera Manuelita Sáenz, abrazada a su Bolívar; donde, desde las cenizas, retornó Eloy Alfaro y vuelven a batallar Federico Proaño y Abdón Calderón…Ocupan un sitio en la avanzada de la Revolución Ciudadana. Hay que cuidarla de los Judas Iscariote.
Carlos, no te vamos a dejar morir. Tienes que seguir luchando y creando, en especial, desde los nuevos valores de este oficio para alimentar la fe, la esperanza y el batallar de los pueblos.