El 23 de junio de 1958, a los 36 años, el combatiente Eduardo García Lavandero murió crucificado por 50 disparos de balas, marcados en su cuerpo, en bravo enfrentamiento con las fuerzas policiales de la dictadura de Fulgencio Batista, las cuales lo acorralaron ya herido y solo en una lavandería de la calle Vapor, en La Habana.
García Lavandero, jefe de Acción y del Llano del Directorio Estudiantil Revolucionario, fundado por José Antonio Echeverría, caído en combate el 13 de marzo de 1957, le había prometido a su madre que sabría “morir como un hombre” en el momento que fuera necesario, debido a su intenso accionar combativo contra el oprobioso régimen.
Testigos y compañeros recordaron que el día de su asesinato, Eduardo se dirigía hacia el edificio Washington, radicado en la esquina en que convergen las calles Jovellar y Soledad, cuando fue detectado por un grupo de esbirros que vigilaban el inmueble.
Tras un intercambio de disparos, en el cual uno de ellos lo impacta en una pierna, el joven logra escapar con pericia y encontró refugio en una lavandería sita en Vapor no. 70. Un delator informó a los sicarios el lugar de su escondite y hasta allí fueron a buscarlo.
Eran mayoría contra un hombre solo, pero extremadamente corajudo y guerrero. Disparó contra ellos mientras pudo y les causó bajas, pero el número de sus atacantes se impuso y cuando se acabaron las balas de la pistola del revolucionario, su única arma es que tuvo la osadía de arrojarse a sus captores como proyectil, entonces le cargaron a plomazos con más saña.
Había nacido el cinco de junio de 1922 en el poblado pinareño de San Cristóbal, como descendiente de un abuelo con grados de general mambí. Siendo todavía bisoño la familia se fue a vivir a Artemisa, donde Eduardo hizo los primeros estudios y comenzó el bachillerato.
Allí fue presidente de la Asociación de Alumnos del Instituto donde estudiaba, al tiempo que pertenecía a la organización Acción Revolucionaria Guiteras.
Pero no terminó la enseñanza llamada regular y matriculó en la Escuela de Aviación Civil. Más tarde recibió empleo de inspector marítimo en el Mariel, y después fue agente del buró de Actividades Enemigas.
Por cierto, de esa plaza fue despedido, pues desde allí acusó de malversación a un ministro del régimen de Ramón Grau San Martín. Su honestidad y valentía poco pudieron hacer contra la desmoralización y robos imperantes dentro de la propia clase gobernante.
De vuelta a Artemisa, se casó y empezó a trabajar en una bodega de la finca Villate, hasta que pasado un corto tiempo probó con el comercio de tabaco a pequeña escala.
Su sed de justicia y constantes inquietudes políticas lo llevan a militar en el partido Auténtico, del cual después se decepciona.
Con una cada vez más activa participación revolucionaria, sobre todo después del golpe de estado batistiano del 10 de marzo de 1952, padece cárcel en su pueblo y debe irse a La Habana, para mayor seguridad, pero presto a seguir luchando.
En 1956 entregó armas que custodiaba al Directorio Estudiantil Revolucionario, presidido por José Antonio Echeverría, quien era secretario general de ese movimiento, el brazo armado de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), que también encabezaba.
García Lavandero, con la acción de apoyo se integró a esa organización, junto a otros patriotas, convencidos de que Cuba necesitaba cambios raigales y de que la vía insurreccional era la única manera de conseguirlos.
Se había fogueado en el combate contra el primer Gobierno de Fulgencio Batista, y ante el Golpe de Estado promovido por este el 10 de marzo de 1952 se incorporó nuevamente a la lucha.
Sacrificó casi todo a la causa mayor: la unidad familiar, al tener que alejarse de su esposa y abandonar el cultivo del tabaco en su terruño, principal medio de sustento por entonces.
El Directorio abogaba por la unidad de los revolucionarios, por lo cual participaba en los mítines organizados para recaudar fondos con destino a la expedición que desde México preparaba el líder del movimiento 26 de Julio Fidel Castro, para organizar lo que sería más tarde la expedición libertaria del yate Granma.
Eduardo participó en el osado sabotaje dirigido por el Directorio y ejecutado el 13 de enero de 1957 a la agencia de ventas de auto Ambar Motors, en Infanta y 23, donde se guardaban carros de la policía, lo cual provocó que más de la tercera parte de estos vehículos fueran inutilizados.
También poco tiempo después formó parte en el atentado y ametrallamiento de la casa del coronel Orlando Piedra, quien saliera ileso, por lo cual fue extremadamente buscado en La Habana por la crema y nata de los criminales al servicio de la policía.
Sin embargo, no estuvo implicado en los asaltos al Palacio Presidencial ni Radio Reloj, por encontrarse en Estados Unidos, en la búsqueda de fondos para armamentos de la insurrección.
Llegó a Cuba en una expedición, junto a Faure Chomón, que desembarcó por Nuevitas en febrero de 1958, lo cual contribuyó a que el Directorio creyera, al centro del país, contar con las condiciones para abrir el frente guerrillero del Escambray.
En tanto, la lucha desde la Sierra Maestra dirigida por Fidel Castro se fortalecía, ampliaba y estaba a punto de avanzar indetenible por todo el país, de Oriente a Occidente. Transcurría el último año de la dictadura de Batista.
Tras su viaje al Escambray, ya en marzo García Lavandero estaba de nuevo en la capital como jefe nacional de acción de su organización, su cargo principal en los momentos de su muerte. Vida y muerte heroicas, inolvidables, tuvo Eduardo García Lavandero.
Eduardo García Lavandero: vida y muerte imborrables
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