La Habana
por Susana Besteiro Fornet
Puerto Carenas, Villa de San Cristóbal, el cacicazgo de Habaguanex… ¡Tantos nombres ha recibido esta ciudad! En 503 años, La Habana ha conquistado a escritores, músicos, poetas, pintores y viajeros de todos los confines del mundo. No pocos son los artistas seducidos por una urbe con nombre de mujer, calles adoquinadas, parques arbolados y noches tropicales.
La capital ha sido flexible para adaptarse al gusto de sus amantes. Por eso se convierte en piedra, pintura o canción. A La Habana le hablan en todos los idiomas del arte.
ARQUITECTURA
Durante siglos, un mismo edificio ha recibido a los viajeros que, desde el mar, arriban a la bahía. El Castillo de los Tres Reyes –El Morro– custodió exitosamente el puerto, de corsarios y piratas. Solo falló en aquel ataque de los ingleses, en 1762, cuyo costo fue que la ciudad estuviera 11 meses bajo dominio británico.
Tiene forma de polígono irregular, pues se va adaptando a los altos y bajos de la roca. Está coronado por el que ha devenido símbolo indiscutible de esta urbe: el faro.
De acuerdo con un documento conservado en el Archivo de Indias, fechado en diciembre de 1563, el Gobernador Mazariegos hizo construir en El Morro «una torre de cal y canto, de seis estadios y medio de alto, y muy blanca», que servía de atalaya. Pero no es esta la torre que conocemos, la actual se comenzó a construir en 1844, para actualizar la fuente de la luz, pues todavía funcionaba a leña.
Desde entonces, para los navegantes que se acercan a nuestras tierras, la certeza de que han llegado a La Habana es la claridad que irradia el faro del Morro.
ESCULTURA
«Una fuente de mármol blanco que se alza en un pedestal cuadrilongo, sobre cuyas cuatro esquinas y resaltadas pilastras se apoyan cuatro enormes delfines, también de mármol. Sus lenguas de bronce sirven de surtidores al agua que vierten en la ancha concha que rodea el pedestal y, rebasándose aquella por conductos invisibles, vuelve al interior sin derramarse jamás. Encima de todo, sobre una roca artificial, yace sentada una preciosa estatua que representa una gallarda joven india mirando hacia el Oriente. Se conoce que representa, alegóricamente, a la Ciudad de La Habana». Así describió Tranquilino Sandalio de Noda, en 1841, la Fuente de la India.
Mandada a hacer por el Conde de Villanueva, fue emplazada en 1837, frente a la puerta Este del Campo Militar, en las cercanías del sitio que hoy ocupa el Capitolio. Al poco tiempo fue trasladada, ubicándola a pocos metros del espectacular Teatro de Tacón. En 1863 se movió nuevamente, al actual Parque Central, hasta que en 1875 volvió al lugar que ocupase originalmente, y donde continúa hasta hoy: en el extremo sur del Paseo del Prado.
MÚSICA
Tantísimos géneros musicales han sido creados en Cuba, casi todos alcanzando fama a nivel mundial. El primero de ellos en lograrlo fue la Habanera, composición musical nacida para el baile, no para el canto, que comenzó a sonar en la primera mitad del siglo XIX. Fue su internacionalización la que le dio, definitivamente, la forma que conocemos hoy.
Algunas de las más populares fueron creadas por compositores europeos, como La paloma, del español Sebastián de Iradier, o L'amour est un oiseau rebelle, de la ópera Carmen, del francés Georges Bizet. Sin embargo, la favorita indiscutible sí es creación de un cubano: Tú, de Eduardo Sánchez de Fuentes, nacido en la capital, en 1874.
DANZA
A casi cualquier cubano le basta el toque de la clave para empezar a bailar. De ese ritmo han surgido muchísimos bailes, pero hay uno de ellos indiscutiblemente habanero.
Pudiendo disfrutarse tanto solo como en pareja, el casino es el baile de salón más notorio en Cuba, desde que surgiese en la década de los 50 del siglo pasado. Comenzó a bailarse en La Habana. Algunas fuentes dicen que en las fiestas populares; otras, que en los grandes casinos de la ciudad. Y de ahí su nombre.
Es hijo directo de expresiones danzarias nacidas en la Isla de la música, como el son, el danzón, el mambo o el chachachá. Su máxima y más atrapante expresión, la rueda de casino, es sucesora de aquellas atrevidas figuras que dibujaban las parejas en los grandes salones de las casonas habaneras del siglo XIX: la contradanza cubana.
PINTURA
Vistosas fachadas, atardeceres de un naranja encendido o el azul del mar, elementos de la ciudad que han quedado plasmados en los lienzos de pintores de todas latitudes, épocas y estilos. Pudiéramos hablar de piezas de Portocarrero, Mariano Rodríguez, Servando Cabrera o Amelia Peláez, pero lo haremos sobre tres obras que ilustran momentos casi mitológicos de la historia habanera.
Dentro del Templete, edificio que recuerda el sitio fundacional de la Villa de San Cristóbal, se encuentran tres óleos hechos entre 1826 y 1828 por el francés Juan Bautista Vermay, pintor y arquitecto fundador de la Academia San Alejandro. La primera misa bajo la ceiba memorable y Constitución del primer cabildo, nos llevan a aquel legendario 16 de noviembre de 1519, fecha en que, cuenta la historia, se fundara la séptima y última de las primeras villas cubanas.
Mientras, en Solemne fiesta religiosa oficiada por el Obispo Espada, con motivo de la inauguración del Templete, aparecen algunas de las figuras más prominentes de la sociedad habanera decimonónica.
LITERATURA
En este apartado es de obligatoria mención el gran clásico Cecilia Valdés o La Loma del Ángel, de Cirilo Villaverde. Con descripciones casi fotográficas, la novela nos permite sentir que caminamos las calles de la ciudad amurallada en la primera mitad del siglo XIX.
Sin embargo, hay una obra mucho más reciente que merece atención. Los cuatro tomos de Para no olvidar, publicados por Ediciones Boloña, son testimonio de las obras realizadas por la Oficina del Historiador de la Ciudad, dentro y fuera del Centro Histórico. Las imágenes y descripciones del antes y el después de los espacios intervenidos bajo la dirección de Eusebio Leal, nos recuerdan que La Habana se levantó una vez de sus escombros, y nos inspira a hacer lo posible para que no vuelva a ellos.
CINE
Es La Habana un gran escenario de piedra, árboles y hormigón. Entre las tantas películas que han usado su escenografía, probablemente la que más barrios muestra es Se permuta, comedia de Juan Carlos Tabío, estrenada en 1984. De la mano de Gloria, interpretada magistralmente por Rosita Fornés, recorremos Guanabacoa, Vedado, Centro Habana, Marianao, entre otros tantos barrios y calles, dibujando los matices y contradicciones de la urbe.
La Habana existe en cada idioma de las artes, y en cada espacio de la vida. ¿Si fuera un olor? El del café. ¿Un sabor? El del helado de chocolate de Coppelia. ¿Un sonido? El claxon de un almendrón. ¿Un color? El azul del mar, o del cielo, o de ese punto en el horizonte donde ambos se unen en un abrazo.