Carlos Rafael Rodríguez
por coronel (r) Nelson Domínguez Morera (Noel)
Un viejo amigo me dijo que Carlos Rafael Rodríguez (1913-1997), político, economista, diplomático y revolucionario cubano, acostumbraba a sentenciar: “Por ahí expresan que yo soy un conflictivo, pero prefiero eso a ser un sinflictivo”.
La anécdota trascendió el tiempo y muestra el carisma de este revolucionario ejemplar, a quien yo respeté, disfruté y sobre todo admiré, y que recuerdo al cumplirse este 8 de diciembre 25 años de su fallecimiento.
En la Universidad de La Habana terminó los estudios de Derecho y de Ciencias Políticas, Sociales y Económicas (1939), en condición de primer expediente. Pero antes fue uno de los fundadores del Grupo literario Ariel y de la revista Segur (1934), dirigente del Comité de Huelga Universitaria (1935), subdirector del semanario Resumen, clausurado por el gobierno.
Cofundó con Nicolás Guillén, José Antonio Portuondo, Ángel Augier y otros escritores de izquierda la revista Mediodía (1936) y la editorial Páginas, también en ese año ingresó al Partido Comunista de Cuba, posteriormente transformado en Partido Socialista Popular, y dirigió la lucha clandestina de esta organización política contra la tiranía de Fulgencio Batista (1952-1958).
Siempre lo admiré por su gesto audaz de incorporarse a la Sierra Maestra a compartir las rudezas guerrilleras siendo un destacado intelectual y además porque militando en un partido revolucionario y de vanguardia como el Socialista Popular (comunista), inicialmente no partidario de la lucha armada, tomó la intrépida decisión y adelantado en el concepto de unidad, se subordinó sin ningún tipo de reparo al Comandante en Jefe Fidel Castro.
Tras el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959, ocupó diversas responsabilidades, entre ellas, director del periódico Hoy hasta 1962, presidente del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (1963-1965), ministro-presidente de la Comisión Nacional de Colaboración Económica y Científico Técnica (1965-1976), viceprimer ministro para el sector de Organismos Exteriores (1972-1976), entre otras.
Fue integrante del Comité Central del Partido Comunista de Cuba desde su creación en 1965 y ascendido a su Buró Político en el Primer Congreso de la organización política, en diciembre de 1975.
Participó en congresos internacionales y delegaciones comerciales. Fue un gran orador y difícil contrario en una discusión o en un debate. Poseía una vasta cultura universal y era capaz de analizar profundamente un tema donde exponía sus criterios con juicios convincentes. Armando Hart lo calificó como uno de los grandes humanistas cubanos del siglo XX.
Conocí a Carlos Rafael Rodríguez personalmente en 1976, algo después de que él asumiera la atención del recién creado Comité Estatal para la Colaboración Científico Económica (CECE) desde su cargo de vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros, mientras como presidente del nuevo organismo fungía Héctor Rodríguez Llompart.
Ya se encontraba en 1997 muy angustiado y deteriorado por su enfermedad pero ello no le impidió continuar, como todo un verdadero comunista que siempre fue, escribiendo, creando y aportando, incluso desde una silla de ruedas, sin perder dinamismo y optimismo.
DE HUMOR SAGAZ
En el verano de 1976 se decidió por la Jefatura del Ministerio del Interior que personalmente le trasladara a él, dada su condición de vicepresidente del Consejo de Estado, una información sobre irregularidades en una negociación comercial importante.
Tuve que visitarlo en una casa de las afueras de la ciudad donde se recuperaba de una seria afección en las cuerdas vocales. Enseguida me hizo pasar y le mostré el grueso expediente debidamente documentado.
Casi ni lo hojeó, dedicándose a escuchar mi apretada síntesis. Tomó un bolígrafo y en una página del legajo escribió: “Yo no tengo objeción alguna, deben también informarle a Roa (Raúl Roa García, canciller en aquellos momentos) y a Inchaústegui (Mario García Inchaústegui, Ministerio de Relaciones Exteriores).
«Díganle también al ministro que solo estoy escribiendo por el absoluto reposo de voz que me indicaron los médicos». Y agregó, con su delicado y sagaz humor: “Dice Nicolás (Guillén, Poeta Nacional) que cuando yo hago reposo de voz, mis amigos, como él, hacen reposo de oídos”.
En otra ocasión, el 13 de febrero de 1981, un grupo de elementos antisociales ocuparon la embajada de Ecuador y tomaron de rehén al entonces embajador de esa sede reclamando a cambio se le facilitara la salida del país. El Ministerio del Interior situó un puesto de mando de avanzada próximo al lugar, en la instalación que fuera el hotel Chateau Miramar, posteriormente recuperado para el turismo.
Una tarde, casi a las cuatro, llegó Carlos Rafael Rodríguez portando solo unas hojas de papel, que leía y releía en un apartado rincón sustraído del ruido reinante sin que nadie se atreviera hablarle, hasta que él mismo rompió el silencio y dirigiéndose al jefe del Puesto de Mando, se las extendió.
Toma -le dijo. “Es el proyecto que el Comandante me indicó le propusiera para sacarlo mañana como editorial sobre estos hechos en el periódico Granma. Quisiera que todos lo leyeran y me dieran sus consideraciones antes que él llegue”.
Los presentes quedamos consternados, dado lo absurdo de que alguien con la reconocida talla intelectual de aquel hombre, compartiera un escrito con nosotros para que le diéramos opiniones.
Todos asentimos casi al unísono que estaba muy bien redactado y sintetizado en cuanto a contenido y mensaje al pueblo. Entonces expresó de nuevo con su carga de humor negro refinado: “Así que lo ven bien, no hay que agregarle nada, ¿verdad? Ya verán cuando llegue el Jefe y me lo haga trizas”.
En eso llegó el Comandante en Jefe Fidel Castro, y sin mediar palabras, le fue encima y con el dedo índice tocándole repetidas veces en el pecho indagó: “Carlos, ¿hiciste el editorial?” Y sin tiempo para que el aludido respondiera, arremetió de nuevo: “¿Lo trajiste, cómo te quedó, está fuerte e impactante?”.
El otro anonadado por la intensidad de preguntas, se lo extendió tímidamente sin mediar palabra alguna.
El líder histórico de la Revolución Cubana comenzó entonces a leer velozmente y en alta voz mientras daba largas zancadas en el estrecho local, haciendo solo pausas cuando mostraba un ligero desacuerdo. Evidenciando su proverbial ética, delicadeza humana y modestia, sugería:
“Carlos, así está bien, no es que yo lo refute, pero esta proposición debería quedar más atrás, ¿no crees? Si no estás de acuerdo, lo dejamos como está. Y aquí, este párrafo está muy largo, pudiera dividirse, ¿estás de acuerdo? Tu eres el autor, podemos obviarlo si insistes, yo solo trato de ayudar…”.
El contumaz conspirador que siempre fue Carlos Rafael no hacía más que asentir con la cabeza y nos miraba de reojo con una manifiesta malicia y contenida sonrisa, hasta que el Comandante, en una mirada fugaz, lo detectó.
“¿De qué te ríes? ¿Es que no estás de acuerdo? Te insisto que no hay que rectificarlo, como tú lo tienes está bien, yo solo intento algunos arreglos, pero no son nada fundamentales”.
De inmediato Carlos Rafael aclaró: “Nada de eso, Comandante, lo que usted rectifica yo lo entiendo perfectamente y le da más solidez y síntesis, solo miraba a los compañeros presentes porque sometí el escrito antes a la consideración de ellos y lo encontraron bueno, y yo les alerté de que cuando usted llegara, lo rectificaría todo… Solo eso… y ha ocurrido exactamente así”. (Tomado de PL)