Doctora Araceli García Carranza responde al diario Granma sobre su quehacer en la Biblioteca Nacional de Cuba

Edited by Julio Pérez
2016-09-08 06:01:42

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La Habana, 8 sep (RHC) La Biblioteca Nacional José Mar­tí (BNJM) celebra este 2016 su aniversario 115. Más de cinco décadas lle­va integrando la lista de sus trabajadores la bibliógrafa Araceli García Carranza (1937), lo que la convierte en la más antigua de las actuales “braceras” de esa prestigiosa institución y quien respondió al cuestionario del diario Granma.

Fue en 1962, estando en la Uni­versidad —García Carranza es Doc­tora en Filosofía y Letras— cuando supo que había plazas en la Bi­blioteca, algo que prefería al aula. A sabiendas de que “los buenos se recomiendan solos”, tal como le había dicho el profesor Fernando Portuondo del Prado, “fui y todavía estoy allí”.

Desde entonces, asumía cargos de dirección en la Biblioteca, asesoraba la red de Bibliotecas públicas de Cuba. Ha vivido entre libros.

—¿Qué significa eso para usted? ¿Qué sentimientos la embargan al saberse rodeada de libros?

—Desde muy joven asumí tareas de dirección en la Biblioteca pero nunca abandoné la recuperación y el análisis de la información, ni la atención al usuario o lector. Para mí, mi trabajo significa aprendizaje y acumulación de experiencias. La biblioteca y el libro son parte de mi propia naturaleza, los necesito a los dos.

La BNJM es como su casa. Cuénteme de los momentos que ha vivido allí, de personalidades particularmente inolvidables, de mo­men­tos muy definitivos.

—Sí, es mi casa. A veces creo que es mía. La visitaba con mi padre cuando estaba en el Castillo de la Fuerza y después me paseaba cerca del edificio que recién se construía a principios de los años 50. Fue verdaderamente premonitorio, él me se­ña­laba el lugar donde trabajaría yo después durante más de 50 años.

“En la Biblioteca han sido mu­chos los buenos momentos, allí co­nocí a Julio Domínguez, mi esposo de siempre; pero desde el punto de vista profesional los mejores mo­men­tos y los que más disfruto son cuando puedo ayudar a alguien, cuan­do acierto ante una pregunta di­fícil o cuando procuro un dato a un in­ves­tigador que lo requiere.

“En cuanto a personalidades inol­vidables recuerdo muy especialmente a Alejo Carpentier, grande y sencillo, conversador inigualable, grande como narrador y como ser hu­mano. Apreció, apoyó y en­tendió como pocos el trabajo bibliográfico. Yo le había escrito a la Em­bajada de Cuba en Francia, explicándole el trabajo que me proponía y él me respondió de inmediato. Ca­da verano se aparecía en la Bi­blioteca con sus libros, revistas, fo­tos, papeles ma­nus­critos, los originales de sus grandes novelas, y recortes de periódicos. Entre otros servicios le busqué in­formación que luego detecté en La consagración de la primavera. En cuanto a momentos difíciles fue re­gresar a la Biblioteca después de la muerte de mi hermana Josefina con quien trabajé durante más de 40 años”.

También ha sido maestra. ¿Qué puntos en común tiene el maestro con el bibliotecario?

—El bibliotecario es también maes­­­tro, enseña más allá de la búsqueda incesante, y se retroalimenta con las necesidades que plantean los usuarios de quienes también aprende.

¿Qué piensa de la utilidad de la lectura? ¿Concibe la virtud sin los libros?

—La utilidad de la lectura es infinita, con la lectura nos instruimos, nos desarrollamos y crecemos espiritualmente, somos mejores, somos más cultos, y entendemos mejor al hombre y a todo lo que nos rodea. No es posible la virtud sin libros.

—¿Qué significa una biblioteca? ¿Qué es la Biblioteca Nacional para usted?

—Es un tesoro de conocimientos, es la institución guardiana de la memoria del hombre, atesora nuestras experiencias como pueblo, es la institución que más y mejor promueve el conocimiento que es alimento del espíritu humano, aunque por supuesto el conocimiento es ina­presable en su totalidad porque la biblioteca siempre nos muestra y nos demuestra lo poco que sabemos o lo mucho que nos falta por saber.

—¿Cuáles son las recomendaciones que usted les dejaría a los jóvenes que se incorporan a trabajar en ese centro? ¿Qué figuras de los que fueron sus compañeros le resultan a usted inolvidables?

—La biblioteca exige disciplina, organización, entrega y consagración. Hay que estar prestos a darlo todo a cambio de satisfacciones es­pirituales. Sin estos elementos es preciso escoger otro camino. A mí me resultan inolvidables los directores María Teresa Freyre y el capitán Sidroc Ramos, verdaderos ejemplos como profesionales y como trabajadores. En cuanto a mis compañeros que también resultaron personalidades, los recuerdo a todos, muchos de ellos verdaderos héroes y heroínas, trabajadores excepcionales y consagrados. No me es posible men­cionarlos a todos, solo a aquellos que conocí primero y que mu­cho me enseñaron con su entrega y con su ejemplo: Maruja Igle­sias, Cintio Vitier, Fina García Ma­rruz, Fichú Menocal, Juan Pérez de la Riva, Renée Mén­dez Capote, Zoila Lapique, Regla Peraza, María Las­ta­yo, y tantos otros profesionales verdaderamente capaces, a quienes respetaré y admiraré por siempre.



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