Evelio Traba durante la presentación de la novela en la 27ma. Feria Internacional del Libro. Foto: Cortesía del entrevistado.
Cuando el Batallón de Cazadores de San Quintín emboscó y dio muerte a Carlos Manuel de Céspedes, en las serranías de San Lorenzo, ya era demasiado tarde para desandar la ruta iniciada el 10 de octubre de 1868. En lo sucesivo, el camino se torció algunas veces. Hubo desvíos, casi absurdos, pero siempre había alguien seguro de la dirección correcta. “Independencia o muerte” fue aquel precepto capital con el que el Padre de la Patria nos convocó a ser responsables de nuestro propio destino como cubanos.
Más de un siglo después de su muerte, el 27 de febrero de 1874, los trillos de la manigua y los adoquines de Bayamo le susurraron historias al oído a Evelio Traba, investigador prolijo y cespediano convencido, y le permitieron crear El camino de la desobediencia (2016), una novela biográfica del primer Presidente de la República de Cuba en Armas, que difícilmente deja indiferente al lector curioso.
Este escritor bayamés encontró inspiraciones en textos como El diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes (1998) y bebió de la savia de autores tan preclaros como el siempre recordado Doctor Eusebio Leal Spengler, quien consideró que el apasionante texto de Traba “nos traslada al escenario de las contradicciones y desavenencias, así como al drama homérico del héroe cuya amplia cultura y comprensión del mundo lo llevaron, por su propio y temprano atrevimiento, a convertirse en el perfecto desobediente que fue”.
Iniciar El camino… supone adentrarse en el universo especialmente complejo de la personalidad de uno de los hombres que definieron —para siempre— el devenir histórico de la nación cubana. El autor amasa la historia y nos la entrega en un libro que va de mano en mano, como suele suceder con aquellos que vale la pena leer, que invitan a detenerse y reflexionar para no perder la perspectiva de quiénes somos y qué podemos hacer para ser mejores.
—La novela inicia con el testimonio de Felipe González Ferrer, “el gallego que mató a Carlos Manuel de Céspedes”. ¿Hasta qué punto es importante abordar una historia, como la del Padre de la Patria, desde diferentes aristas?
—La Historia es un mosaico complejo, lo que tenemos de ella en materia de percepción es una idea amorfa o casi siempre parcial, y esto sucede lo mismo a neófitos que a expertos. Cuando miramos un suceso histórico, en la mayoría de casos, lo observamos a través de una hendija, partiendo de una serie de condicionamientos conscientes o inconscientes.
“Para romper el dogma de un solo punto de vista, decidí, en lo referente al plan técnico-argumental de la novela, hacer un uso de lo coral con el propósito de brindar al lector perspectivas múltiples que pudiesen no solo ayudarle a comprender los entresijos de un contexto altamente complejo, sino de las mentalidades, que a su vez condicionan el juicio que podemos llegar a formarnos de un hecho relevante o de los personajes que le dan sentido.
“Ver a Céspedes con los ojos de sus adeptos y adversarios no solo constituye un elemento dinamizador de la trama, sino que hace honor a la verosimilitud histórica, dando al lector la posibilidad de entender que las adversidades que llevaron al héroe al desenlace fatal de San Lorenzo no fueron un producto de última hora, sino causadas por pasiones en conflicto, sedimentadas incluso desde mucho antes de 1868.
“Sin el Céspedes que vieron sus contemporáneos —sin concesiones al triunfalismo ni a la unanimidad de criterios—, el que hoy nosotros podemos ver estaría definitivamente incompleto.
“La Historia en algún momento fue presente en marcha, turbulencia de lo incomprensible, y, por tanto, lo desagradable, lo nefasto y lo antiheroico forman parte imprescindible de la interpretación de los hechos. Y la interpretación de los hechos desde una sola perspectiva, no solo es pobre en sí, sino que hace muy poca justicia al modo en que entendemos y aceptamos nuestro pasado.
“Una asignatura pendiente en la historiografía cubana sigue siendo el estudio del aparato administrativo y militar del colonialismo español, así como la situación interna de España entre 1868 y 1898. Aunque hay excepcionales estudios al respecto (como los llevados a cabo por la desaparecida investigadora Elda Cento), adentrarse en territorio enemigo nos brindaría una visión aún más vasta y enriquecida que la que hoy tenemos acerca de la gesta de nuestros mambises.
“Nosotros, hoy, a más de 150 años de la gesta, únicamente alcanzamos a vislumbrar una parte de los obstáculos. Solo una mirada panorámica, sin recelos ni prejuicios, nos aproximará a una comprensión de la Historia más humana, justa y flexible”.
— ¿Cuán beneficioso puede ser para el entendimiento crítico de nuestro pasado emancipador conocer ciertas “vergüenzas” de los próceres o la relación, visiblemente contradictoria, entre muchos generales de nuestras guerras por la independencia?
—El Doctor Eusebio Leal Spengler, entre las tantas enseñanzas que nos dejó, tal vez una de las que más brilla es que la Historia es la síntesis de lo que sucedió, con absoluta independencia de nuestros juicios y prejuicios, y para entenderla y aceptarla resulta imprescindible analizarla en su contexto, desde las luces y sombras de quienes marcaron la diferencia entre lo rutinario y lo disruptivo.
“El más grave error para analizar la Historia es intentar aproximarse a ella desde los valores y normas del presente: las pautas de nuestro mundo de muy poco nos sirven para comprender qué sucedió realmente. En este sentido, estar al tanto de lo desagradable, de lo incómodo, de lo contradictorio, nos hace recaer en una verdad beneficiosa e inobjetable: los que hacen la Historia y los que la interpretan, a lo largo del tiempo, somos seres humanos que no vivimos en un estado puro de virtud o miseria moral, sino que nuestra naturaleza nos conduce a oscilar entre una y otra constantemente.
“El día que en nuestras aulas, sin descaracterizar a nuestros próceres, hablemos de hombres y mujeres falibles, presas del temor y la incertidumbre, proclives al error como cualquiera de nosotros, estaremos formando una auténtica conciencia crítica que permitirá a las nuevas generaciones construir una visión flexible y acertada de nuestro pasado, pero ello solo es posible desde el estudio riguroso de las identidades profundas de nuestros héroes, desde el análisis responsable de contextos pasados, recurriendo al dato curioso o excepcional sin falsear ni adulterar los hechos, y para lo cual se requieren dos ingredientes fundamentales: erudición y compromiso”.
— ¿Cómo decidió contar la vida de Carlos Manuel de Céspedes?
—Céspedes me pareció, ante todo, por los azares de su existencia, un hombre cuya vida tenía rasgos marcadamente novelescos: prematuras audacias intelectuales (una traducción de la Eneida cuando contaba con apenas 12 años), aprendizajes cosmopolitas por sus viajes, sobradas aventuras amorosas, y además, una marcada vocación por el ejercicio profesional de las armas, una inclinación sensible hacia la contemplación de las cosas y una preocupación constante por el autoconocimiento.
“Luego de comprobar que no había antecedentes en la ficción con él como personaje, decidí correr el riesgo de intentar responder ciertas preguntas sobre Carlos Manuel y su época que me hacía yo, pero también buena parte de mis contemporáneos. A eso sumemos mi admiración personal por su figura y el hecho insoslayable de que tuve la suerte de trabajar como especialista y guía de salas en el museo que en 1819 fuera la casa donde vino al mundo, en Bayamo.
“Tuve muchos privilegios de información, y un contacto cercano y constante con una memoria que está muy viva y sobre todo bien preservada. Se trataba, sin dudas, de un hechizo, de un magnetismo que solo era posible escribir fabulando, traduciendo hasta donde pude, un misterio que me atraía con una fuerza desconocida e irresistible. A todo esto agreguemos mi convicción de que había “otro Céspedes”, un hombre oculto que era preciso, si no develar, al menos aproximarse al enigma de su vida ejemplar, caótica, luminosa, contradictoria y, sobre todo, movida por una sensibilidad aguda de su tiempo y de su propio ser”.
—El camino de la desobediencia se ha convertido en un referente importante del género de biografía novelada o novela biográfica. ¿Cómo encauzó el proceso de investigación para llevar adelante la trama?
—Toda novela histórica sobre un hombre o una mujer excepcional consiste, básicamente, en descubrir las emociones que se parapetan tras los datos refrendados como objetivos, o lo que llamaríamos “datos duros”. En este sentido, juega un papel definitorio elaborar un perfil sicológico detallado y profundo tanto del personaje en cuestión como de sus contemporáneos, lo cual es posible luego de meses, y a veces hasta años, de lectura paciente, de labor detectivesca en función del propósito que nos hemos trazado. Apresurarse puede ser fatal e irresponsable.
“Luego de una búsqueda y un proceso de escritura que se prolongó por cinco años, se fue perfilando un Carlos Manuel de Céspedes definido por su humanidad, su normal inclinación al error como sucede en todo ser humano, pero sobre todo su sensibilidad e inteligencia, su intuición en los diferentes ámbitos de la vida, sus sueños y la capacidad de resistencia con que supo sostenerlos; se trata de un Céspedes que busca justificar su existencia ante sí mismo, un Céspedes optimista pero no ingenuo, entregado a los demás, pero a la vez íntimo y solitario.
“Un hombre con certezas e inconsistencias propias de la naturaleza humana; esto y lo anterior, si sabe uno interpretar ciertas significaciones desapercibidas, se halla en la bibliografía existente: cartas, diarios, manifiestos, artículos, poesía, prosa, ensayo. Todo está a la mano y a la vez oculto: solo la interpretación sosegada y profunda puede arrojar buenos resultados. En los intersticios de esas entrelíneas se encuentra el hombre que sobrepasa cualquier noción estereotipada que sobre él podamos habernos formado.
“Su personalidad es de suma complejidad, lo cual lo torna atractivo como ser humano y personaje, ese fue el Céspedes que en alguna medida intenté pasar en limpio a las páginas de esta novela: un Céspedes más allá de las estatuas y los panfletos conmemorativos. Un ser parecido a nosotros: cercano, accesible, impulsivo y meditabundo, cordial y ríspido, conservador y a la vez liberal, soñador y a la vez estropeado por el peso de sus propios sueños.
“En fin, cada cual observa su estrella con el telescopio que, de acuerdo con sus posibilidades, ha fabricado: sin investigación no hay novela histórica, ni hay obra de arte, incluso la investigación puede ser material de inspiración para el proceso mismo de escritura.
“En síntesis, El camino de la desobediencia está urdido sobre la base de una veintena de libros esenciales sobre Céspedes y su contexto histórico, pero, sobre todo, de medio centenar de conversaciones con mentes privilegiadas que aportaron datos de gran valor, así como intuiciones y tesis sui géneris sin las cuales no hubiese sido posible escribir una novela de casi 600 páginas”.
— ¿Cree que la Historia a la que actualmente tienen acceso las nuevas generaciones le hace justicia en plenitud a la figura de Carlos Manuel de Céspedes?
—En los últimos 30 años ha existido un acercamiento riguroso a su figura y su legado por parte de los doctores Eusebio Leal Spengler y Rafael Acosta de Arriba. Hoy, sin el rescate de El diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes (1998) por parte de Leal, los estudios cespedianos estuviesen terriblemente incompletos, pues la aparición de un material tan valioso constituye información de primera mano sobre los meses finales de la vida de Carlos Manuel, las consecuencias de su deposición y la forma en que fue ultrajado por muchos de los que le debían la mayor consideración y respeto. Esas son algunas de las grandes revelaciones de este Diario, sin dudas un documento clave para entender de forma objetiva lo que sucedió en los campos de Cuba Libre entre 1868 y 1873 aproximadamente.
“Por otra parte, está un libro que considero un hito de los estudios sobre el Gran Iniciador: Los silencios quebrados de San Lorenzo (1999), una obra imprescindible cuyo máximo valor radica en las categorías de análisis que logra desarrollar. Preguntas como: quién fue Céspedes antes de 1868, cuáles sus fuentes de inspiración política, sus referentes culturales y filosóficos, sus aprendizajes vitales como hombre de progreso en muchos ámbitos, son esenciales para que aparezca ante nosotros otro Céspedes, virtualmente un desconocido, un hombre que llega a ser el gran libertador de esclavos, pero que está incluso más allá de ese episodio en muchos sentidos atendibles.
“Los estudios historiográficos no han sido deficientes para el caso de Céspedes, y eso es claro desde la gestión imprescindible de Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, pero nunca tendremos la última palabra sobre un hombre de su naturaleza y peso moral para la nación; siempre quedará algo por descubrir, algún misterio por develar. No obstante, como he señalado en otro momento, todo está a la mano y a la vez oculto: sería beneficioso que se reeditaran estos libros fundamentales, en la actualidad escasos, y que en los medios de difusión masiva se abordasen a profundidad estas grandes figuras sin necesidad de esperar a alguna fecha conmemorativa”.
—Ud. comparte el origen bayamés con el Padre de la Patria. ¿Hasta qué punto constituía un deber abordar la imagen del héroe de una forma más intimista? ¿Cree que todos los cubanos tenemos deudas por saldar con nuestro pasado?
—No fue un deber en el sentido estricto del término, sino más bien una comunión sentimental, la imantación de un misterio cercano: luego, a tono con ese entusiasmo, surgió una deliciosa responsabilidad: la de aportar, en alguna medida, un retrato de Céspedes creíble y necesario, no solo para los bayameses, sino para todos los cubanos, vivan dentro o fuera del país.
“Vivir en Bayamo, por supuesto, tiene ventajas innegables: alguien atento y sensible, caminando a altas horas por las calles desiertas de la ciudad, oye el traqueteo de las volantas en los adoquines, el pregón de hace un par de siglos, la risa cómplice de las damas, el repliegue cifrado de los abanicos, la música de las tertulias y los bailes, el crepitar del fuego, el llanto de los desposeídos... De no haber sido bayamés, creo que para el autor de la novela hubiera sido indispensable una visita a la ciudad natal del héroe por otras razones igualmente al servicio de la intuición artística: en Bayamo ha sobrevivido una rica tradición oral sobre Céspedes y sus ilustres contemporáneos.
“A pesar de la quema de 1869, aún permanecen en pie las casas en que vivió con su familia entre 1819 y 1852, están expuestas muchas de sus reliquias personales en el museo que lleva su nombre, es decir, existe no poco de su memoria que se mantiene vivo y a buen resguardo. Sin esas “minucias”, ningún novelista hubiese podido crear un entramado de ficción verosímil y entrañablemente simbólico.
“Por obra de un extraordinario misterio, los hombres y mujeres que han amado la ciudad, no se desvanecen en las sombras del pasado, sino que son figuras tutelares, amables espectros que acompañan al caminante, complicidad de una magia que rebasa la invención poética para convertirse en una realidad.
“Y en este sentido, todo cubano tiene deudas que saldar con el pasado de la nación: nadie puede llegar a saber quién es completamente sin saber quiénes le dieron origen, dónde están sus raíces; y ello empieza con la historia familiar, pasando por la local, hasta abarcar el devenir de la nación, porque la más mínima variación del ayer remoto, puede alterar por completo el presente como resultado. Somos porque otros han sido. Toda convicción comienza por un largo y razonado camino interior. Cada quien debe ser capaz de descubrir y andar el suyo, como hizo un día Carlos Manuel de Céspedes”. (Tomado de Juventud Rebelde).