La Habana, 11 jun (PL) Aquel 11 de junio de 2012 falló su órgano más grande, el corazón. Tenía 60 años, todos vividos con total intensidad. Atrás dejó los días de música, el trago de ron, la compañía de los amigos, su tierra Cuba y el boxeo. Dos mil 922 días ya pasaron desde el último aliento de Teófilo Stevenson.
Púgil de la división de más de 81 kilogramos, Stevenson tuvo un denominador común en los ciclos olímpicos entre 1972, 1976 y 1980: la medalla de oro. Múnich, Montreal y Moscú abrigaron el paso arrollador del nacido en un pueblo llamado Delicias, en la oriental provincia Las Tunas.
El mismo mulato de cerca de 1.90 metros de estatura que guardó en su cajón de premios los títulos de los mundiales de 1974, 1978 y 1986, este último cuando algunos miraban su figura con recelos, tras quedar eliminado en la cita del orbe de 1982. Pero en la ciudad de Reno, Estados Unidos, el antillano completó su hazaña: tres veces monarca olímpico y universal.
Así se despidió del ensogado un campeón del pueblo, si bien su retiro oficial tuvo lugar el 3 de julio de 1988. Con el brazo en alto terminó Teo -como también le llamaban-, el boxeador que dejó ir millones de dólares, que dio la espalda al profesionalismo, por sus compatriotas, por el líder de la Revolución cubana Fidel Castro, otro de sus héroes y a quien dedicó incontables victorias, sin importar el país, el continente, la estación del año o el huso horario.
Teo, quien para algunas personas era Pirolo, era capaz de hacer trampas para ganar apuestas o una partida de dominó. Fue el clásico tipo bonachón, fanático de la orquesta Los Van Van y de las letras musicales del Comandante Juan Almeida Bosque, otro luchador.
Escribir o hablar de él es perpetuar al padre, esposo, compañero, amigo, atleta disciplinado y exdeportista fiestero. Risueño. Bailador. Enamoradizo. Socarrón. Así lo recuerdan su entrenador Alcides Sagarra, su viuda Fraimaris Arias o el periodista Elio Menéndez.
Otros, como su hermano David, lo describen como hiperquinético, travieso, sobreprotector. El mundo, en cambio, sabe que forjó su historia sobre un ring, pero desconoce que primero probó fortuna en un diamante de béisbol, como buen cubano, amante de las bolas y los strikes.
Stevenson esculpió su currículo a ritmo de golpes, derroche de bravura y afecto por aquellos que sufrieron sus pocas derrotas y glorificaron sus cientos de éxitos.Todo ello sin abusar del contrario, lo que resulta paradójico si rememoramos la brutalidad de su golpe de derecha, su jab preciso, su swing con precisión de cirujano, su uppercut demoledor.
Características que lo tienen como uno de los mejores boxeadores cubanos de siempre, el número uno en el ámbito amateur, y un peso completo que algunos aventurados comparan con Muhammad Alí (Cassius Clay). Están los relatos sobre la pelea más famosa que nunca vio la luz, la del Siglo, la del Capitalismo versus Socialismo, un choque de sistemas en el arte de Fistiana, ese fallido combate entre Stevenson y Clay.
Récord de 302 victorias en 321 enfrentamientos reflejan su innegable talento. Fueron 20 años de carrera deportiva, dos décadas de intenso accionar, de sudor, de anhelos, de sueños cumplidos y pocos robados. Un prodigio entre cuerdas, un caballero de la vida.
Hace ocho años, un día como hoy, un ataque cardíaco sorprendió a la leyenda. Las canas eran una constante en su cabello y los ojos marchitos no lograban esconder el paso del tiempo. Nada detuvo su adiós sin despedida. Cada intento de revivirlo resultó infructuoso y nos dejó físicamente para ipso facto convertir su historia en mito.
El mismo mulato de cerca de 1.90 metros de estatura que guardó en su cajón de premios los títulos de los mundiales de 1974, 1978 y 1986, este último cuando algunos miraban su figura con recelos, tras quedar eliminado en la cita del orbe de 1982. Pero en la ciudad de Reno, Estados Unidos, el antillano completó su hazaña: tres veces monarca olímpico y universal.
Así se despidió del ensogado un campeón del pueblo, si bien su retiro oficial tuvo lugar el 3 de julio de 1988. Con el brazo en alto terminó Teo -como también le llamaban-, el boxeador que dejó ir millones de dólares, que dio la espalda al profesionalismo, por sus compatriotas, por el líder de la Revolución cubana Fidel Castro, otro de sus héroes y a quien dedicó incontables victorias, sin importar el país, el continente, la estación del año o el huso horario.
Teo, quien para algunas personas era Pirolo, era capaz de hacer trampas para ganar apuestas o una partida de dominó. Fue el clásico tipo bonachón, fanático de la orquesta Los Van Van y de las letras musicales del Comandante Juan Almeida Bosque, otro luchador.
Escribir o hablar de él es perpetuar al padre, esposo, compañero, amigo, atleta disciplinado y exdeportista fiestero. Risueño. Bailador. Enamoradizo. Socarrón. Así lo recuerdan su entrenador Alcides Sagarra, su viuda Fraimaris Arias o el periodista Elio Menéndez.
Otros, como su hermano David, lo describen como hiperquinético, travieso, sobreprotector. El mundo, en cambio, sabe que forjó su historia sobre un ring, pero desconoce que primero probó fortuna en un diamante de béisbol, como buen cubano, amante de las bolas y los strikes.
Stevenson esculpió su currículo a ritmo de golpes, derroche de bravura y afecto por aquellos que sufrieron sus pocas derrotas y glorificaron sus cientos de éxitos.Todo ello sin abusar del contrario, lo que resulta paradójico si rememoramos la brutalidad de su golpe de derecha, su jab preciso, su swing con precisión de cirujano, su uppercut demoledor.
Características que lo tienen como uno de los mejores boxeadores cubanos de siempre, el número uno en el ámbito amateur, y un peso completo que algunos aventurados comparan con Muhammad Alí (Cassius Clay). Están los relatos sobre la pelea más famosa que nunca vio la luz, la del Siglo, la del Capitalismo versus Socialismo, un choque de sistemas en el arte de Fistiana, ese fallido combate entre Stevenson y Clay.
Récord de 302 victorias en 321 enfrentamientos reflejan su innegable talento. Fueron 20 años de carrera deportiva, dos décadas de intenso accionar, de sudor, de anhelos, de sueños cumplidos y pocos robados. Un prodigio entre cuerdas, un caballero de la vida.
Hace ocho años, un día como hoy, un ataque cardíaco sorprendió a la leyenda. Las canas eran una constante en su cabello y los ojos marchitos no lograban esconder el paso del tiempo. Nada detuvo su adiós sin despedida. Cada intento de revivirlo resultó infructuoso y nos dejó físicamente para ipso facto convertir su historia en mito.