Imagen: Archivo.
Las más de veinte heridas recibidas en combate contra el colonialismo español fueron, más que cicatrices, muestras elocuentes de la gloriosa trayectoria de Antonio Maceo Grajales en su batallar por la independencia de Cuba.
El 7 de diciembre de 1896, cuando enfrentaba el ataque sorpresivo de una columna del ejército enemigo al campamento insurrecto en la finca San Pedro situada en la localidad de Punta Brava, en las afueras de La Habana, cayó el héroe cuya obra tenía el largo alcance que emanaba de su lealtad a la patria.
Desde el inicio de la contienda libertadora dirigida por Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868 Maceo estuvo entre los cubanos que hicieron suyo el llamado del Padre de la Patria.
A los 23 años de edad, aquel humilde arriero comenzó su vida de guerrero como soldado y a golpe de coraje ganó cada grado por méritos de guerra hasta llegar a Lugarteniente General del Ejército Libertador.
Genio militar y político se fusionaban en perfecta aleación. El Titán de Bronce –como le llaman los cubanos- protagonizó impresionantes proezas cuya suprema expresión fue conducir la histórica Invasión de Oriente a Occidente.
Su militancia independista está insertada a través del espíritu rebelde y antimperialista. Luego de un decenio de cruenta lucha en la manigua, algunos jefes mambises depusieron las armas y aceptaron el deshonroso Pacto del Zanjón.
Maceo emergió firme en la Protesta de Baraguá. ¿Qué ganaremos –planteó entonces- con una paz sin independencia, sin abolición total de la esclavitud, sin garantías para el cumplimiento por parte del Estado Español?.
“No nos entendemos” fue la concluyente y enérgica respuesta a las proposiciones hechas por el representante de la Metrópoli, el General Arsenio Martínez Campos, durante el encuentro que ambos sostuvieron el 15 de marzo de 1878. Quedaba bien claro el espíritu de intransigencia que no acepta la derrota. Quedaba indeleble para la historia de Cuba el valor inmortal de Maceo.
En una carta dirigida desde al Capitán General de la Isla, Camilo Polavieja, el General Antonio habla de “la independencia absoluta de Cuba, no como un fin último, sino como condición indispensable para otros fines ulteriores más conformes con el ideal de la vida moderna, que son la obra que nos toca tener siempre a la vista sin atemorizarnos de ella.”
Le advierte asimismo: “No se trata de sustituir a los españoles en la administración de Cuba (…) bien al contrario, muévenos la idea de hacer de nuestro pueblo dueño de su destino, poniéndole en posesión de los medios propios de cumplir su misión como sujeto superior de la Historia, según hemos dicho ya, para cuyo fin se necesita ser unido y compacto”.
Mientras algunos cubanos ponían sus ojos en la intervención militar de Estados Unidos en la guerra contra España, el Titán de Bronce previno de manera diáfana acerca del grave peligro que representaba contraer deudas de gratitud con tan poderoso vecino.
Le preocupaban las pretensiones norteñas con relación a los destinos de la Isla en manos imperialistas. “¿A qué intervenciones ni ingerencias extrañas que no necesitamos ni convendrían?. Cuba está conquistando su independencia con el brazo y el corazón de sus hijos; libre será en breve plazo sin que haya menester otra ayuda”.
Hace hoy 128 años el héroe legendario libró su último combate. Junto a él también ofrendó su vida en gesto de altísima lealtad el joven Capitán Panchito Gómez Toro, hijo del Generalísimo Máximo Gómez.
Al rememorar aquel acontecimiento cada año Cuba tributa merecido homenaje a todos los que cayeron en nuestras guerras de independencia. (Fuente: Trabajadores).