Nombrar las cosas

Eldonita de Martha Ríos
2017-03-06 15:36:09

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Heladería Coppelia, en La Habana. Foto: Archivo

Por Ciro Bianchi Ross

¿Sabía usted que el Centro Hispanoamericano de Cultura radica en el edificio que perteneció al muy exclusivo Unión Club?  ¿Que la Casa del Alba lo hace en la que fuera la Casa Cultural de Católicas?

¿Que la Casa de la Amistad fue la residencia del Juan Pedro Baró y Catalina Lasa, cuyos amores, con un poco de imaginación, podrían equipararse a los de Romeo y Julieta?

¿Sabrá acaso que la calle 23, en el Vedado, trazada en 1862, se llamó en su momento Paseo de Medina y que el inmueble que ocupa el Instituto Superior de Diseño, en la habanerísima esquina de Belascoaín y Maloja, fue en la República sede del Ministerio de Salubridad y, antes, en la Colonia, un hotel que por albergar a señoras de oficiales españoles muertos en la guerra de Cuba, fue conocido como  Casa de las Viudas?

Los edificios, como las calles, tienen una historia que a veces nos empeñamos en desconocer o que simplemente desconocemos, una historia que muchas veces se hunde en el tiempo. El destino de un edificio puede cambiar de época a época. No es raro que muchos empiecen siendo una cosa y terminen en otra. Veamos algunos casos.

El antiguo Palacio Presidencial, en la calle Refugio número 1, debía acoger al Gobierno Provincial cuando Mariana Seba, primera dama de la República, se antojó del inmueble y consiguió que su esposo, el mayor general Mario García Menocal, lo confiscara y adaptara para sede del Poder Ejecutivo.

Ante una decisión presidencial poco o nada podía hacer el Gobernador de La Habana, sino aceptar el medio millón de pesos que ofreció Menocal en compensación y buscar otro sitio para instalarse, mientras el futuro inquilino de la mansión palatina la adaptaba lo mejor posible al gusto de su esposa, pero sin poder evitar que se le viera, en las  numerosas ventanas, su origen oficinesco.

Como Estrada Palma y José Miguel, Menocal se instaló en el viejo palacio de la Capitanes Generales, adaptado como despacho oficial y vivienda de los presidentes cubanos. El sitio, sin embargo, no le gustaba, por eso como alternativa  se decidió por el palacio de Durañona, en la calle Real —hoy Avenida 51—, como Palacio Presidencial de verano.

Pensaba en construir el definitivo en la Quinta de los Molinos, cuando se abrió la posibilidad de adaptar el palacio de la calle Refugio, cuya fachada principal miraba entonces a la calle Trocadero.

El Gobierno Provincial se estableció, en definitiva, en el bellísimo Palacio de los marqueses de Balboa, en la calle Egido, cerca de la Estación Terminal de Ferrocarriles… Pero el general Ernesto Asbert, gobernador de La Habana, que había empezado la construcción del de la calle Refugio, no llegó a disfrutarlo.

Se vio envuelto en la refriega en que perdió la vida el general Armando de la Riva, jefe de la Policía Nacional, y pese a su grado y su cargo fue a dar con sus huesos al Castillo del Príncipe para tirar por la borda su exitosa carrera política que, tarde o temprano, lo hubiera llevado a la presidencia de la República.

Menocal fue el primer mandatario que se instaló en el Palacio de la calle Refugio. El Doctor Osvaldo Dorticós, ya en la Revolución, fue el último, si bien lo utilizó como lugar de trabajo, nunca como vivienda. La Constitución de 1976 suprimió el cargo de presidente de la República.

El Consejo de Estado y su presidente funcionarían en el Palacio de la Revolución, construido como Palacio de Justicia, y el viejo Palacio alojaría al Museo de la Revolución.
El palacio de los trabajadores

El edificio número 1 del Ministerio del Interior, en la Plaza de la Revolución, se construyó para Tribunal de Cuentas; es obra del arquitecto Aquiles Capablanca. El edificio donde radican oficinas de las compañías de aviación, en la Rampa habanera, fue, con proyecto del arquitecto Rafael de Cárdenas, un vistoso centro comercial.

El inmueble construido para la Alcaldía de La Habana, también en la Plaza de la Revolución, nunca se utilizó como tal: recién comenzado 1959 pasó a ser sede de la presidencia del Instituto Nacional de Reforma Agraria y, con posterioridad, del Ministerio de las Fuerzas Armadas. La Casa de la FEU, al costado de la Universidad de La Habana, fue la residencia del senador José Manuel Cortina.

El Castillito, en el Vedado, fue la casa club del Balneario Infantil, instalación recreativa y gratuita del municipio, que perdió su área de arena artificial y su salida al mar con la extensión del Malecón hacia el Almendares, y con ellas su razón de ser.

El cine Rodi, en la calle Línea entre A y B, fue en el momento de su apertura (1952) uno de los más lujosos del país; pasó a ser el teatro Mella a comienzos de los años 60.

El frontón de Concordia y Lucena fue el llamado Palacio de los Gritos. Mantuvo, en cuanto a la pelota vasca, una hegemonía absoluta hasta 1921, cuando concluyó la construcción del llamado Nuevo Frontón.

Sería el Palacio de las Luces. Un edificio bellísimo, con muchas comodidades para los aficionados, pero en la prisa por terminarlo se cometió la equivocación de invertir la colocación de las piedras del frontis y del rebote.

El deporte del remonte y la pala fracasaba en el Nuevo Frontón ya en 1923. Fracasó el Nuevo Frontón como empresa y, aunque ya quebrado, siguió siendo escenario de algunas temporadas de pelota vasca hasta que cerró definitivamente, tras los daños que en su estructura ocasionó el ciclón de 1926.

Con posterioridad al golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933, se convirtió en Palacio de los Deportes, hasta que fue adquirido por el movimiento obrero para ubicar la todavía llamada Confederación de Trabajadores de Cuba.

Pensaban los líderes proletarios adaptar el edificio a sus nuevos fines, pero no fue posible ya que, comenzadas las remodelaciones, hubo derrumbes que alertaron de que su estructura no soportaría las reformas proyectadas. Fue entonces que se determinó la construcción de un edificio nuevo, el actual Palacio de los Trabajadores, lo que se consiguió gracias al aporte económico del senador liberal Alfredo Hornedo.

El cinódromo, en la esquina de la Quinta Avenida y el Gran Bulevar del Country Club —calle 146—, es hoy el centro deportivo Eduardo Saborit. Se construyó a un costo de medio millón de pesos y quedó inaugurado el 12 de junio de 1951. En la finca María, en la curva de Cantarrana, en la carretera de Pinar del Río, poseía perreras para casi 700 animales.

Triste fue el destino del hipódromo Oriental Park, en Marianao. Una instalación que fue en su tiempo orgullo de Cuba y de América, terminó convertida en un depósito de camiones. Se inauguró el 14 de enero de 1915 y no fue la primera instalación de su tipo que hubo en La Habana. Consigue su esplendor entre 1920 y 1928.

La playa La Concha, el Casino Nacional y el Oriental Park formaban un tríptico de juego y diversiones que era controlado por el bufete de las Tres C: José Manuel Cortina-Carlos Miguel de Céspedes-Carlos Manuel de la Cruz. Pasa luego a ser controlado por los propietarios del hotel Sevilla y, más tarde, por Amletto Battisti, al adquirir este dicho establecimiento hotelero.

Battisti era, además, el propietario del Cuban American Jockey Club, con sede en el hipódromo; un club privado para los aficionados a las carreras de caballo que pagaban cuota, y que ofrecía servicio de bar y restaurante, baile y sala de juegos a sus abonados.

Ya en los años 40 el Oriental Park entra en crisis. La falta de estabilidad en su programación, el inflado presupuesto y la magnitud de los llamados gastos secretos empiezan a corroer la práctica del hipismo. Faltaban caballos cubanos pura sangre.

Eran pocos los criadores del patio que se aventuraban con un caballo por el que, como mínimo, tendrían que esperar tres años para que empezara a dar sus frutos.

En 1957 los propietarios del hipódromo querían vender sus terrenos a fin de que se urbanizaran. El negocio no llegó a concretarse, porque pedían dos millones y medio de pesos por la propiedad. Eso hubiera dado lugar a la construcción de un nuevo hipódromo.
Nocturnal

La mansión del político italiano Orestes Ferrara —fue presidente de la Cámara de Representantes, canciller del dictador Machado y embajador en la Unesco— da asiento, en San Miguel y Ronda, al Museo Napoleónico. La antigua casa de la Asociación de Reporters es la sede del Teatro Lírico Nacional.

La Oficina del Historiador de La Habana ocupa, en la calle Amargura, la residencia de don Francisco Arango y Parreño, el llamado estadista sin Estado. La Cancillería cubana radica en la casa que fuera de Andrés Gómez, quien, arruinado, debió venderla al Estado.

La oficina central del Instituto de Amistad con los Pueblos se halla en la casa de la familia Falla Gutiérrez, una de las más opulentas durante la primera mitad del siglo XX. El Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos radica en un edificio conocido como Atlantic. Casa Continental de la Cultura es el nombre original del edificio que alberga la Casa de las Américas.

Allí, en su tercer piso —salón Che Guevara— tuvo lugar, a comienzos de 1956, el llamado Diálogo Cívico que sentó a conversar, sin éxito, a figuras de la dictadura de Batista y a representantes de una oposición «atomizada y pedigüeña».

¿Sabe usted lo que era Barlovento? ¿Recuerda dónde se ubicaba el cabaré Nocturnal?

Barlovento era una urbanización turística propiedad de Fulgencio Batista, quien controlaba la mitad de las acciones. La integraba una marina con motel de 50 habitaciones dobles, un club de yates de pesca y un hotel. Vendía además parcelas para la fabricación de viviendas individuales.

El 8 de febrero de 1886 se inauguraba en el espacio comprendido entre 23, 21, L y K, en un Vedado que entonces comenzaba a poblarse, el Hospital Mercedes. Fue el primer establecimiento moderno y científico con que contó la ciudad, con una distribución de sus áreas que eran las más perfectas de su tiempo.

Todavía en 1922 se le conceptuaba como una instalación de salud que nada tenía que envidiar a las mejores del mundo. Se mantuvo funcionando hasta la segunda mitad de la década de 1950 y se demolió cuando se había construido el hospital que llevaría el nombre de Fajardo.

Se decidió construir allí un rascacielos de 50 pisos. La llegada de la Revolución frustró el proyecto y se acometió, en cambio, la construcción de un llamado Pabellón de Turismo, con cafetería, bares y un restaurante. Funcionó durante un año, y luego algunas de las instalaciones se aprovecharon para un centro recreativo llamado Nocturnal, con una cerca perimetral —toda la manzana— hecha de cañas bravas.

Corría ya el año de 1965 o 1966, y uno de los acuerdos de un evento celebrado entonces en el hotel Habana Libre recomendó hacer de la zona recreativa un espacio más silencioso y familiar, acuerdo que dio pie a la heladería Coppelia.

(Tomado del periódico Juventud Rebelde)



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