Ruanda, lección no aprendida

Eldonita de Maite González Martínez
2019-04-08 08:07:01

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Foto/Border Periodismo.

Por: Guillermo Alvarado

Una parte de la comunidad internacional se movilizó con motivo de cumplirse el 25 aniversario de la masacre de Ruanda, una de las tragedias más terribles ocurridas en África en la segunda mitad del siglo pasado, pero cuyas amargas lecciones, sin embargo, parecen estar muy lejos de haberse comprendido.

La exacerbación del odio ocurrida entre el 7 de abril y mediados de junio de 1994, que causó la muerte de entre 800 mil y un millón de personas no fue casual, sino el resultado de una lenta incubación de rencores que tienen sus raíces en el régimen colonial europeo implantado en ese continente, que no sólo fue vaciado de sus riquezas naturales y humanas, sino que su territorio se dividió al capricho de los conquistadores que nada sabían de la historia, menos aún de la cultura local.

Primero los alemanes, desde 1894, y luego por Bélgica a partir de 1916, fueron alimentadas las rivalidades entre las dos etnias principales de esa República de unos 12 millones de habitantes, el 85 por ciento hutus y el resto tutsis y otras minorías.

Bajo el principio de divide y vencerás, los ocupantes favorecieron a unos u otros, según soplasen los vientos independentistas, con el propósito de mantener la dominación, lo cual dio lugar a que los miembros de una nación comenzaran a verse como enemigos mutuos y no como compatriotas.

Allí estaba plantada la semilla que desencadenó los brutales acontecimientos que durante casi 100 días redujeron a nuestra especie a la más baja condición.

La muerte en un atentado del presidente Juvenal Habyarimana la noche del 6 de abril de 1994 fue apenas el pretexto para que se desencadenara una brutal matanza, que en realidad se venía gestando, incluso planificando, tiempo antes con el objetivo de borrar al pueblo tutsi de la faz de la tierra.

En ese momento había en Ruanda suficientes fuerzas militares europeas y de la ONU como para evitar la tragedia, pero vergonzosamente prefirieron encerrarse en sus cuarteles y observar desde allí como hombres, mujeres, niños y ancianos eran ultimados utilizando los métodos más viles que se puedan concebir.

Cuando se conoció la dimensión de lo ocurrido quizás alguien haya pensado que habiéndose roto todos los diques, esta pudiera ser la última masacre protagonizada por el ser humano, pero lamentablemente la lección no fue aprendida.

Después de Ruanda la lista es cada día más grande: Yugoslavia, Iraq, Afganistán, Libia, Siria, Palestina y la martirizada Yemen.

Cuando escuchamos al presidente de la primera potencia militar del mundo, Donald Trump, y su secretario de Estado, John Bolton, decir que todas las opciones están sobre la mesa contra Venezuela, y vemos a su hombre de paja, Juan Guaidó, incitar al odio y decir que los muertos serán una inversión para el futuro, no podemos sino preguntarnos ¿esas opciones incluyen, como en Ruanda, el genocidio? ¿Se está planificando el exterminio de los chavistas, de los patriotas?

Que poco, de verdad, hemos aprendido de nuestros múltiples y costosos errores.



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