Por: Guillermo Alvarado
El mundo entero está en vilo luego del irresponsable ataque de Estados Unidos contra un aeropuerto de Iraq, donde perdió la vida el general iraní Qassem Soleimani, jefe de la Guardia Revolucionaria y un personaje con una gran influencia, respeto y afecto en la nación persa.
No se trató de un acto de guerra ni, como dijo mostrando toda su estulticia el presidente Donald Tump, una acción para evitar la guerra, sino de un atentado claramente terrorista que acerca un poco más a la humanidad a un conflicto de graves proporciones y consecuencias imprevisibles.
Asesinar a un líder muy querido por su pueblo para tratar de sembrar el temor en la gente ha sido hábito entre los gobernantes de Estados Unidos, un país que basa su hegemonía en la fuerza militar y su capacidad para matar a mansalva y de manera masiva.
Eso lo conocen muy bien los pueblos indígenas que fueron masacrados para arrebatarles sus territorios. También lo saben varias naciones latinoamericanas y caribeñas, como Cuba, Guatemala, República Dominicana, Granada, Panamá o México.
Ahora, sin embargo, los cálculos, si es que alguien se puso a hacer cálculos antes de perpetrar el crimen, saldrán totalmente al revés de lo que el mismo Trump hubiese previsto y ya hay pruebas de ellos.
Este domingo cuando arribó a Irán el ataúd con el cuerpo de Soleimani hubo concentraciones multitudinarias, monstruosas según algunos medios occidentales como El Fígaro francés, para recibir y rendir homenaje al héroe abatido traicioneramente.
Las calles en la ciudad santa chiita de Machhad estuvieron de tal forma abarrotadas que tomó más de dos horas atravesar la masa compacta que rodeaba el cortejo al grito de “muerte a los Estados Unidos”.
¿Habrá Trump intimidado a alguien con su ataque terrorista? Al mirar las imágenes de esa “multitud gloriosa”, como la describió la televisión iraní, cualquiera se da cuenta de que nadie está atemorizado en ese país.
Si algo logró el polémico magnate al utilizar el terror como política de Estado fue atizar el odio contra su propia nación, en un lugar donde ya antes no era bien vista y eso puede ser muy costoso.
Este gravísimo error sirve también para comprobar que Trump es un hombre muy peligroso. Es peligroso para el mundo, pero también para sus propios ciudadanos, a los que está exponiendo gratuitamente a una guerra de la que él sería el único responsable.
Cuando ocupó su cargo prometió hacer grande de nuevo a Estados Unidos, algo que no ha conseguido en absoluto. Los habitantes honestos, la gente trabajadora, incluso los que cometieron el error de votar por él, no merecen que su país sea visto como un Estado paria, una nación bandolera, dañina y terrorista, objeto del odio y rencor en el resto del mundo.